Llagas gloriosas

II Domingo de Pascua

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 Hechos de los Apóstoles 4, 32-35: “Tenían un solo corazón y una sola alma”.
Salmo 117: “La misericordia del Señor es eterna. Aleluya”.
I San Juan 5, 1-6: “Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo”
San Juan 20, 19-31: “Ocho días después, se les apareció Jesús”

En los actos conmemorativos de los 450 años de la muerte de Tata Vasco, constantemente se hizo alusión a su ideal comunitario concretizado en los pueblos-hospitales. “Sueños de un loco”, calificaban muchos contemporáneos de Don Vasco de Quiroga su anhelo de construir y forjar una Iglesia semejante a la narrada en los Hechos de los Apóstoles. Estaba convencido que los indios podían hacer realidad la idílica comunidad primitiva y decía: “Me parece cierto que veo, … en esta primitiva, nueva y renaciente Iglesia deste Nuevo Mundo, una sombra y dibujo de aquella primitiva Iglesia de nuestro conocido mundo del tiempo de los sanctos apóstoles y de aquellos buenos cristianos, verdaderos imitadores dellos, que vivieron so su sancta y bendita disciplina y conversión”. “En Vasco de Quiroga el modelo de la Iglesia primitiva no es simplemente un regreso al pasado, sino son rasgos del pasado que se proyectan a las circunstancias del día actual para renovarlo”, nos dice el Maestro Carlos Herrejón. Es lo que se requiere hacer hoy. ¿Nosotros también nos hundimos en la duda y decimos como Santo Tomás “hasta no ver no creer”?

Junto a la bella presentación de la primitiva comunidad testificada por los Hechos de los Apóstoles, y quizás como su base, nos encontramos en este día uno de los evangelios más conmovedores y no sólo por la situación simpática o anecdótica del incrédulo Tomás, que también tiene mucho que enseñarnos, sino porque en un instante se cambia toda la perspectiva y situación de los discípulos. Se encontraban en la oscuridad, al anochecer, encerrados, con miedo y con incredulidad. Al presentarse Jesús, como si un escenario se llenara de luz, todo pasa a ser claridad, alegría, paz y nueva misión para perdonar los pecados. Termina este escenario con la afirmación: “para que creyendo, tengan vida en su nombre”, que nos manifiesta la verdadera finalidad de toda la misión de Jesús. Todo cambia con la presencia de Jesús resucitado. Esta era la convicción de Tata Vasco y esta es la tarea de los discípulos de hoy. Sin embargo los que nos decimos creyentes con frecuencia vivimos la misma situación que los discípulos, estamos inmersos en la vieja creación; no hemos visto ni experimentado al resucitado; comunidades vacías, huecas, ocultas, replegadas en sí mismas como si Cristo no hubiera resucitado. La presencia de Jesús lo cambia todo si nos permitimos experimentarlo, tocarlo y dejarnos tocar por su luz.

Muchos viven con pesimismo en la actualidad. Los crímenes, la corrupción y la violencia han socavado su confianza. Pero es posible construir hoy la paz. De capital importancia resulta el saludo de Jesús que insiste hasta por tres veces: “La paz esté con ustedes” y no como algo externo, porque las insidias y las dificultades de parte de los judíos seguirán, es más, cada día se agravarán. Jesús ofrece la verdadera paz, la paz interior, la paz que es armonía con el propio corazón. Es curioso que en algunos de los idiomas mayas para expresar una intranquilidad o una inquietud se dice que se camina “con doble corazón”, porque no se encuentra la paz. Paz es la verdadera unidad tanto interior como exterior. Podemos decir que para los primeros discípulos, la resurrección fue una experiencia que los llenó de paz. Hoy la palabra paz con dificultad significa ausencia de guerra, cese de hechos violentos. Pero para los israelitas “paz” o “shalom”, designa la armonía del ser humano consigo mismo y con los demás, con la naturaleza y con Dios. Es tener la vida en plenitud y para todos, en la convivencia, en el respeto y en la justicia.

Jesús ofrece paz y pide construir paz, pero no esa paz superficial de quien no quiere meterse en problemas y prefiere “no ver” u “ocultar” las heridas, las dificultades y los problemas, como si esto fuera solución. Bien sabemos que una herida que no se cura, se encona y se pudre. Quizás por eso Cristo hoy antes de enviar a sus discípulos les muestre las heridas y quizás por eso también San Juan nos insista en la terquedad de Tomás, para hacernos ver muy claramente que el Resucitado es el mismo que fue crucificado y al revés: que el Crucificado ha resucitado. De las llagas gloriosas brota el nuevo pueblo. El triunfo no ha llegado sin pasar por el dolor, pero tampoco la cruz ha terminado en el fracaso. Ha sido un camino de entrega que hace posible el triunfo sobre la muerte y el egoísmo. Ahora también quiere Jesús que sus discípulos den vida y por eso les envía su Espíritu que los capacita y los anima.

Para construir comunidad se necesita tocar la llaga de los demás. Mirar la llaga de Jesús en cada uno de los hermanos, es camino de conversión. Sentir el dolor de los hermanos y asumirlo como propio, compartirlo, es camino para encontrarse con el Resucitado. Rehuir al dolor, no querer asumirlo, esconder nuestras llagas y no querer curarlas, no nos lleva a la sanación. En cambio manifestar la herida, buscar la sanación, es camino de restauración. Este día también se celebra a Cristo como Señor de la Misericordia, a Él acudiremos manifestando todos nuestros dolores y todas nuestras heridas, infectadas y podridas, sólo Él puede sanarlas. El perdón ofrecido y el perdón otorgado nos llevan a una verdadera misericordia y reconciliación. Así lo ha hecho Jesús, ningún reproche a los abandonos y negaciones, solamente amnistía y salvación. Es la misión de la Iglesia, de cada uno de nosotros como Iglesia: perdonar y reconciliar. Sólo en el perdón, la reconciliación y la fraternidad se puede construir comunidad.

¿Hemos dejado atrás nuestros miedos y temores al contemplar a Cristo resucitado? ¿Qué estamos haciendo para sanar nuestro mundo de las heridas del odio, de la venganza? ¿Somos capaces de perdonar y perdonarnos?¿Qué hacemos para construir la verdadera paz? ¿Cómo construir comunidad hoy en día?

Padre Dios, Padre Bueno, concédenos descubrir el rostro y las heridas de Jesús en nuestros hermanos para poder construir comunidad. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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