Las canciones resonaron por todo el barrio cercano a la casa de misión San Pablo Apóstol en Moa, en el extremo oriental de la Isla, con motivo de la bendición de la nueva vivienda que acogía la presencia permanente de tres Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.
Dos de ellas abrían la procesión con una imagen de San José y otra de la Milagrosa. Le seguía el obispo de Holguín, Mons. Emilio Aranguren Echeverría, 10 sacerdotes, otras religiosas y más de 50 personas de la comunidad.
“Concede a quienes habiten en esta casa la gracia de tu bondad”, oró Mons. Aranguren antes de entrar. “Sea este un lugar en el que constantemente se medite tu palabra, se practique el amor fraterno, se ejercite una diligente actividad y una incansable ayuda a los hermanos y hermanas”, siguió diciendo al implorar la ayuda de Dios “para que de este modo quienes se han entregado al seguimiento de Cristo presenten ante todo un vivo ejemplo de vida consagrada”. Con agua bendita el obispo, acompañado de los presentes, bendijo cada estancia mientras todos cantaban alegres: “El agua del Señor sanó mi enfermedad, el agua del Señor Jesús…”.
Momentos antes, al concluir la eucaristía, la comunidad conoció a las tres religiosas que ocuparían la nueva casa: las hermanas Carmen Diva Morales Coronado, de Colombia con una larga trayectoria en Cuba; Dilcia Verán Sánchez, de República Dominicana; y la cubana María Fernández Pérez. La nueva presencia en esta zona estará vinculada la las Hijas de la Caridad en Baracoa y por ello dos sacerdotes de esa Diócesis estuvieron presentes en este nuevo comienzo.
“Esta presencia va a dar un poquito más de vida y animar a la gente que quiere participar más activamente con sus talentos y sus dones” dijo el sacerdote polaco Marcos Ostrycharz SVD que atiende varias comunidades en Moa. Los misioneros del Verbo Divino viven en comunidad en Sagua de Tánamo y se desplazan a las comunidades. El padre Marcos atiende Rolo, Punta Gorda Arriba y Abajo, Cañete, Yamanigüey y Cupey.
La Eucaristía tuvo un tono festivo. En su homilía el obispo compartió recuerdos de su vida vinculados a las Hijas de la Caridad, en su ciudad natal de Santa Clara y recordó la retirada de las religiosas en 1961 y su reencuentro con ellas en 1980, en Sagua la Grande, donde ellas habían fundado en 1968 y él fue nombrado párroco.
Al lo largo de 50 años, Mons. Aranguren ha seguido los pasos de las Religiosas cuando dejaban de estar presentes en un lugar y regresaban al poco tiempo o no regresaban. La nueva fundación fue ocasión para hacer una distinción pastoral entre “presencia” e “institución”.
Recordó cómo “hace casi 54 años, en un abrir y cerrar de ojos” la Iglesia Católica en Cuba tuvo que dejar de administrar instituciones: asilos, escuelas, hogares para niños, locales sociales, dispensarios”. Su acción, explicó “quedó limitada al espacio interior de los templos, como expresión drástica de la privatización de la fe en un sistema educativo ateizante”.
Años después, y en respuesta a la escasez de sacerdotes, las Hijas de la Caridad “salieron de La Habana” para estar en otros nuevos lugares. Les imitaron otras Congregaciones con el objetivo de “hacerse presentes y dar testimonio” donde la Iglesia las necesitase.
Mons. Aranguren señaló que en la década de los 90 del siglo XX, y después del Encuentro Nacional Eclesial Cubano de 1986, volvieron a surgir las nuevas instituciones en la Iglesia cubana, lo que exigió contar con personal cualificado para lo institucional, con una disminución de las presencias tanto de la vida religiosa como también de la vivencia de la vocación laical en ámbitos estatales, para realizar tareas eclesiales. Pero el obispo apuntó que esta valoración no ha de llevar a crear una tensión entre “presencia” e “institución” dado que el evangelio de ‘el buen samaritano’ destaca tanto su gesto de misericordia como el espacio del albergue al que fue llevado para ser atendido.
Al finalizar la misa, sor Carmen Alicia Lavin Comabella dio lectura a un mensaje enviado por la superiora provincial sor Servia Tulia García.
El obispo felicitó a las hermanas por haber escogido a San José como patrono de su comunidad y les deseó que “el buen Dios haga fecunda esta presencia en medio de nosotros, aquí y ahora”.