“La vibrante vida de la Iglesia se está disolviendo delante de nuestros ojos”. Con estas duras palabras describe monseñor Bashar Matti Warda, arzobispo de Erbil, la situación que se está viviendo en Irak. En el testimonio, enviado a la agencia Fides, el prelado advierte que la inmigración masiva que está ocurriendo ahora “deja a mi Iglesia mucho más débil”.
Asimismo, asegura que “la Iglesia no es capaz de ofrecer y garantizar la seguridad fundamental que sus miembros necesitan para prosperar”. No es ningún secreto –observa– que el odio de las minorías se ha intensificado en algunos sectores en los últimos años. Y asegura que “es difícil entender este odio. Somos odiados porque persistimos en querer vivir como cristianos. En otras palabras, somos odiados porque insistimos en exigir un derecho humano fundamental”.
A continuación, monseñor Warda indica que hay dos cosas que “como Iglesia podemos hacer”. La primera es “orar por todos los refugiados de todo el mundo y en Irak”. La segunda es “utilizar las relaciones y redes que compartimos como parte de la Iglesia de Cristo como un púlpito para crear conciencia sobre el verdadero riesgo para nuestra supervivencia como pueblo”. Así, recuerda que “nuestro bienestar, como una comunidad histórica, ya no está en nuestras manos”. Ahora tienen que esperar a ver qué tipo de ayuda (militar, ayuda humanitaria) llegará.
De este modo, el arzobispo señala que más de 5.000 familias han abandonado el país desde el verano de 2014. Algunos han sido recibidos en Europa, en los Estados Unidos, o Australia, pero “muchas de esas familias están simplemente esperando a que su número sea llamado. Están en Jordania, el Líbano y Turquía, y su futuro está en la espera que aún no llega”.
Por otro lado, indica que a través del apoyo de la gente buena “hemos buscado durante esta crisis aliviar las necesidades de nuestras familias de desplazados y les proporcionamos las necesidades básicas de subsistencia que hemos conseguido para ellos”. Y así, explica que han hecho refugios en los jardines de las iglesias y en los salones, en las aulas de catequesis, en las escuelas públicas, en carpas, hasta en edificios incompletos, y en casas alquiladas, donde han tenido que acomodar algunas veces hasta 20 o 30 personas por cada casa.
También hace un repaso de las mejores que han podido ir haciendo en estos meses, como el alquiler de casas, apertura de centros médicos, la rehabilitación de un edificio como estructura para adaptarlo como un hospital de maternidad y cuidado infantil, un centro de asistencia psicológica para responder a las necesidades de muchos que han sido marcados profundamente por la crisis.
Del mismo modo, afirma que en la base de la convicción de que el analfabetismo y la ignorancia son los enemigos más peligrosos a largo plazo al que se enfrentan en Oriente Medio, y por eso han estado trabajando “para ayudar a nuestros estudiantes en sus estudios”.