El sacerdote Jacques Mourad, secuestrado en Siria el 21 de mayo del presente año, quien logró escaparse junto a otros prisioneros el pasado 10 octubre, contó este jueves en la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia, los dramáticos momentos vividos.
El religioso perteneciente a la comunidad del monasterio de Deir Mar Musa, fundada en Siria por el padre Paolo Dall’Oglio, indicó en la conferencia organizada por Ayuda a la Iglesia Necesitada, que en la fuga murieron ocho personas.
“Lo que me ha ayudado a mantener siempre paz interior fueron dos cosas: rezar el Rosario, era el mes de mayo, mes de María y cada vez que me dirigía a la Virgen sentía una fuerza increíble; y la oración de Charles Foucalud, sacerdote que ha donado la vida en favor del diálogo con el Islam, plegaria que siempre me ha acompañado en mi vida de consagrado”.
Recordó cuando fue secuestrado, conducido al desierto en donde estuvo cuatro días, vendado y encadenado. Después le llevaron a Raqqa, la proclamada capital del Estado Islámico. No olvida las cuatro paredes gélidas de un baño en que fue encerrado junto a otra persona y “cuando nos decían que si no nos hacíamos musulmanes nos decapitarían”.
“He vivido –indicó el sacerdote– un momento de gran prueba en el que pensé que me habrían asesinado. Pero después sentí como un grito que nacía en mi interior y que me decía que obtendría la libertad”.
En el octavo día de su detención, un hombre vestido de negro entró en su celda vestido como el de las ejecuciones del Isis. Pensó que era el momento de su muerte, en cambio “se acercó, nos preguntó nuestros nombres y si eramos cristianos. Respondimos y después se acercó a nosotros”. Un gesto inusual dijo, ya que “normalmente estos extremistas ni siquiera tocan a los cristianos, porque son considerados impuros”. Cuando el padre Mourad preguntó el motivo del secuestro, el guardia le dijo, “considere esto como un retiro espiritual”. Asimismo, explicó que entraba cada día en su celda y le interrogaba sobre la fe.
El 4 de agosto, día en que las milicias islámicas conquistaron Qaryatayn, tomaron a la población como prisionera y la trasladaron a la ciudad de Palmira. Pocos días después, un hombre que el padre Mourad describe como un emir, entró en la celda y se los llevó. “Viajamos por horas en una camioneta” hasta que llegaron en el interior de un túnel “dentro del cual vi a un joven de mi parroquia y pude abrazarlo”, después “vi a los 250 cristianos que habían sido secuestrados. Estaban todos, niños, mujeres, ancianos, discapacitados”.
El 1 de septiembre fueron llevados a Qaryatayn, libres pero con la prohibición de dejar el pueblo, gracias a un impuesto pagado por ellos a los emisarios del líder del Isis, Abu Bakr al-Baghdadi.
Pudieron entretanto “celebrar de nuevo la misa en lugares escondidos, como en el tiempo de las catacumbas”. Allí no había ni agua, ni electricidad. Fue entonces cuando, gracias a un musulmán y a un sacerdote sirio-ortodoxo, lograron escaparse junto a la mayoría de los prisioneros cristianos.