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Francisco: justicia con misericordia

Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas, Mons. Arizmendi Esquivel

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VER

Por todos lados se escuchan reclamos, denuncias, inconformidades, exigencias de justicia, juicios y condenas contra los otros, contra el sistema y los gobiernos. Todo mundo reclama sus derechos. Es explicable y justificable que así sea, pues hay muchas cosas torcidas y corruptas. ¿Se oye hablar de misericordia? Para nada. Proponer perdonar, dar otra oportunidad, ser misericordiosos con los demás, también con los enemigos, parece una traición a la causa que congrega mítines, marchas y manifestaciones de toda índole.

En el año 1994, a raíz del levantamiento zapatista en Chiapas, se formó una comisión de obispos, con la encomienda de ayudar a encontrar caminos de paz y reconciliación, de justicia y de atención a los justos reclamos de los indígenas. En una Misa que nos tocó acompañar en Tila, cuando todo eran reclamos, gritos, pancartas y consignas, el presidente de nuestra comisión preguntó en su homilía: ¿Es posible que pueda hablar de perdón? Lo recuerdo como si fuera ayer. Es decir, le parecía que sonaría a algo fuera de lugar, en esa circunstancia, donde sólo se escuchaban exigencias de justicia, hablar de misericordia y de perdón. Lo mismo parecería en un matrimonio en conflicto, en una lucha gremial, en reuniones de análisis de la realidad. ¿Misericordia? ¿Cuál misericordia, si el sistema y los gobiernos no la tienen, sino que explotan y oprimen a quien se deja? Eso de misericordia parecería más bien cobardía, traición al pueblo, declinar en las justas luchas, cooptación con el sistema.

PENSAR

El Papa Francisco, siguiendo la más pura tradición bíblica y patrística, nos ha convocado a un Año Santo, un Año Jubilar, con ocasión de los cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, al que ha llamado Año de la Misericordia. Su objetivo es disfrutar la misericordia que Dios Padre nos tiene, que nos ha demostrado a plenitud en Cristo, y nosotros por nuestra parte ser misericordiosos como el Padre.

En este contexto, nos habla de la necesidad de combinar la justicia, que nunca se puede menospreciar, con la misericordia: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia, no obstante, necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa.

Es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (MV 10). “¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices” (MV 9).

ACTUAR

El Papa nos dice en concreto qué podemos hacer: “Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos” (MV 15).

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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