Sofonías 3, 14-18: “El Señor se alegrará en ti”
Salmo 12: “El Señor es mi Dios y salvador”
Filipenses 4, 4-7: “Alégrense siempre en el Señor”
San Lucas 3, 10-18: “¿Qué debemos hacer?”
No hay tema más conocido, más señalado y más presente en nuestras discusiones que la corrupción. Antes decíamos que en nuestro país pero ahora, como si se abriera una gran cloaca, aparece por todas partes. Es triste porque hay quienes la toman como una forma de vivir y como si ya no se pudiera hacer nada. Se critica pero se convive con ella. Como si contemplara esta situación agobiante de nuestro planeta, Juan el Bautista se nos hace presente con sus propuestas dolorosas pero necesarias. Ya hace ocho días lo escuchábamos anunciando la cercanía del Reino y proclamando conversión. Retomaba las palabras del profeta Isaías con mensajes simbólicos, pidiéndonos enderezar el camino y hacerlo recto para poder ver la salvación de Dios. Hasta ahí todos estamos de acuerdo, el problema comienza cuando señala acciones muy concretas. Todo se suscita porque un grupo de personas se acerca para pedir el bautismo y los manda con cajas destempladas: “Raza de víboras, den frutos de conversión y no se ufanen diciendo que son hijos de Abraham”. Pero esto lejos de desanimar a otros de sus oyentes, se atreven a preguntarle antes de recibir el bautismo: “¿Qué debemos hacer?”. Pregunta valiente y corazón dispuesto que muestra un verdadero interés en cambiar y en enderezar los senderos. San Juan Bautista retomando los mismos mensajes que habían proclamado los profetas empieza a enseñarnos lo que verdaderamente hay que cambiar no sólo para evitar la corrupción sino para aceptar este reino que ya se acerca.
La conversión siempre pasa por el hermano. Juan nos lo señala: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida que haga lo mismo”. Gracias a Dios en este tiempo de Navidad aún se suscitan sentimientos de compartir y de mirar al hermano. Pero el Bautista va mucho más lejos, no se trata de un mero dar de lo que nos sobra o asistir a un intercambio de regalos. Ni siquiera, el llevar un regalito o una despensa para acallar la conciencia. Se trata de ir a la raíz de la injusticia y de la corrupción. ¿Por qué hemos llegado a estas situaciones extremas de pobreza, de injusticia y de inequidad? Porque la codicia se ha adueñado de los corazones, porque al ritmo del dinero danzan muchas personas e intereses, porque hemos traicionado y abandonado a Dios. Cuando se traiciona a los pobres, cuando se deja morir de hambre a los migrantes, cuando se da la espalda a la viuda, cuando no se atiende al hermano, se traiciona a Dios. La propuesta de Juan es radical, no nos dice que ofrezcamos un poco, dice que compartamos lo nuestro con el hermano. Es volver a nuestros orígenes, nacimos ambos de Dios, somos hermanos y tenemos los mismos derechos.
Hay corrupción que se disfraza de justicia. Hay ladrones de cuello blanco. Para ellos (¿para nosotros?), también tiene una palabra Juan: “No cobren más de los establecido”. Ya los profetas habían hablado fuerte contra los comerciantes y contra los cobradores de impuestos. No se condena el comercio ni el cobro de impuestos, lo que se condena es el deseo de enriquecerse a costa de los pobres traficando con su libertad, vendiéndoles incluso los peores productos y robándoles su dignidad. Los impuestos nunca deberían pesar sobre los que menos tienen para sostener lujos y avances de unos cuantos. San Juan recoge toda una tradición de la profecía y habla claramente cómo se debe preparar el camino del Mesías. Las estructuras de un sistema neoliberal hacen pasar por justos, tratados y mercados que han olvidado a pueblos y personas y los han sometido a un régimen muy cercano a la esclavitud. La desigualdad es el desafío más importante que enfrenta el país. La pobreza sigue siendo el principal problema que vulnera a la mayoría de los mexicanos y mexicanas. No es que no haya dinero ni recursos, es que están mal distribuidos y se le ha dado más valor al capital que a las personas. Se teme arriesgar los valores y el dinero, pero no se teme poner en grave riesgo la salud, la educación y la vida de los más pobres. A nivel personal pero también a nivel institucional, hoy también para nosotros el Bautista tiene una palabra.
La corrupción sólo se puede combatir con la verdad: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”. Nuevamente Juan se hace eco de los profetas. De la administración de la justicia dependen los bienes e incluso la vida de muchas personas. Pero los profetas advierten que es una de las cosas que peor funcionan. Es frecuente la denuncia de soborno que lleva a absolver al culpable y a condenar al inocente. Esta codicia lleva al perjurio, al desinterés por las causas de los pobres e incluso a explotarlos con la ley en la mano. Son claros los profetas en decir que la manipulación de la ley lleva a excluir a los débiles de la comunidad jurídica, robar a los pobres toda reivindicación justa, a esclavizar a los ignorantes y a las viudas y a apropiarse de los bienes del huérfano. Muy pocas palabras tendríamos que cambiar para hacer actuales las palabras de los profetas y hoy san Juan nos invita también a nosotros, a cambiar y a descubrir lo que hay en nuestro corazón.
¿Cómo acabar con la corrupción? La respuesta la tenemos en el mismo camino del Adviento que nos señala Juan. Al dar las respuestas a sus oyentes, nos señala senderos y verdades que debemos escuchar, asumir y aplicar cada uno de nosotros. Son indicadores muy concretos de nuestra conversión y de nuestro acercamiento al Señor. Son la forma verdadera de preparar el camino del Señor: retomar la fraternidad, buscar la verdad y la justicia, construir un mundo de paz. ¿Cómo podemos hacer nuestros los caminos que propone san Juan?
“Padre de misericordia, mira a tu pueblo que espera con fe el nacimiento de tu Hijo, y concédele celebrar el gran misterio de nuestra salvación con un corazón nuevo y una inmensa alegría”. Amén