Giubileo della misericordia piazza San Pietro

Giubileo della misericordia piazza San Pietro

Francisco: una Iglesia misericordiosa

el Papa nos dice que no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de las comunidades

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+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
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En estos días, ha habido problemas graves en un municipio de nuestra diócesis, por inconformidades por las elecciones pasadas. Algunos dicen que el gobierno debería atender estos asuntos y no ocuparse en preparar la visita del Papa. Tienen razón. La justicia y la paz social son prioritarias. Pero no se dan cuenta de que es precisamente el Papa quien nos dice que no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de las comunidades. Nos han pedido la mediación de la diócesis para ese conflicto, y no podemos negarnos a hacer lo que podamos por el bienestar de los pueblos. Hay mucho sufrimiento en las familias y no podemos ser insensibles a ello. Invitamos al diálogo, a respetar la ley y las instituciones legítimas, advirtiendo que la incitación a la violencia descalifica a quienes la provocan.
PENSAR
El Papa Francisco ha dicho: “Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete. Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio.
 La indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de televisión, pero lo hace de manera frívola, casi por mera costumbre: estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo.
 La Iglesia será llamada a curar las heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No se puede entender que un verdadero cristiano no sea misericordioso, como no se puede entender a Dios sin su misericordia.
 Con el Jubileo de la Misericordia, deseo invitar a la Iglesia a rezar y trabajar para que todo cristiano pueda desarrollar un corazón humilde y compasivo, capaz de anunciar y testimoniar la misericordia, de perdonar y de dar, de abrirse a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, sin caer en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye.
La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura. Dondequiera haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia. Una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente, se convierte en barrera. La Iglesia no es una aduana. Es la casa paterna, donde hay lugar para cada uno. La Iglesia es la portera de la casa del Señor, no es la dueña. Una Iglesia inhospitalaria mortifica el Evangelio y aridece el mundo. ¡Nada de puertas blindadas en la Iglesia, nada! ¡Todo abierto!
 La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio. La Iglesia debe llegar a todos, sin excepciones. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Me gustaría decir a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia: ¡El Señor te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor!”
 
ACTUAR
La mejor preparación para la visita del Papa es educarnos para ser misericordiosos, perdonar, ceder en posturas radicales, estar atentos a las necesidades de los demás. Sin esto, todo es pasajero, superficial, intrascendente.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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