¿ Mirando al cielo? La Ascensión del Señor

Domingo de la Ascensión del Señor a los cielos

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Hechos de los Apóstoles 1, 1-11: “Se fue elevando a la vista de sus apóstoles”
Salmo 46: “Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya”.
Hebreos 9, 24-28; 10, 19-23: “Cristo entró en el cielo mismo”.
Tiene la tristeza metida entre sus ojos, miedo de vivir, angustia por el futuro, incertidumbre en el presente. Sus 22 años no logran borrar su cara de niña y sus palabras se arrastran como si salieran a fuerzas. Las vendas en las muñecas de sus manos no logran ocultar su deseo de muerte. “¿Para qué vivir cuando una no quiere? No tiene sentido estar sufriendo. No me dejaron morir pero no me dan esperanzas para vivir”. Es cierto su mamá y su hermano lograron rescatarla cuando se estaba desangrando en búsqueda de escapar de esta vida. ¿Cómo dar esperanza a quien ya no quiere vivir? ¿Cómo fortalecer un corazón vacío? Cada día es más frecuente el suicidio entre nosotros, principalmente entre los adolescentes pero no sólo. Nos falta darle sentido a nuestra vida y hoy la fiesta de la Ascensión puede ayudarnos a descubrir nuestro camino.
Hoy tenemos una celebración muy especial en nuestro tiempo litúrgico: la Ascensión del Señor a los cielos. ¿Qué tiene que ver la Ascensión del Señor con el sentido de la vida, con la pérdida de la esperanza, con el vacío del corazón? Para quienes tienen fe, todo. Trato de explicarme. Con la Ascensión de Cristo, recordamos el triunfo de Jesús sobre la muerte, sobre la injusticia y sobre todo pecado. Pero este triunfo de Jesús también nos implica a nosotros. En la medida que Él se encarnó, participó de nuestras miserias, vivió nuestros riesgos, ahora con su triunfo nos da la esperanza de también triunfar nosotros. Cristo entra en la vida nueva que supone su Resurrección, no solamente como Dios e Hijo de Dios, sino también como hombre e Hijo del hombre que es. Pues Cristo no asciende Él solo, sino que lleva consigo la condición humana que asumió por la Encarnación. Hoy es un día luminoso por la victoria de Jesús; por lo tanto despierta en nosotros gozo y alabanza, esperanza y optimismo; ¡Vale la pena esta vida humana! Tenemos razones para vivir y amar, sufrir y esperar, contagiar entusiasmo y testimoniar que hemos sido liberados por Cristo y que vale la pena ponerse a trabajar por un mundo mejor.
Atención, en ningún momento esta fiesta es una invitación a olvidarnos de nuestros compromisos y sumirnos a vivir en un mundo de ilusiones. Cuando Jesús se despide de sus discípulos, les recuerda que ellos son testigos de que solamente por medio de la cruz, del sufrimiento y de la conversión se llega a la resurrección. Para llegar al triunfo, necesitamos vivir el misterio de un Jesús plenamente humano y plenamente Dios, siguiendo sus pasos, viviendo en la cercanía con los pobres, participando en sus gozos y sufrimientos. Jesús nos revela a un Dios providente, cercano y misericordioso, profundamente comprometido con los humildes. A veces se ha utilizado el cielo como señuelo que apacigua y adormece. Como las promesas de los políticos en campaña, que prometen y prometen y nunca se alcanzan sus ideales y sirven sólo para engañar y adormecer al pueblo en sus justas reivindicaciones. Nunca el cielo debe ser escape hacia un cristianismo individualista y conservador que puede convivir con la injusticia y la opresión. No es la invitación a quedarnos mirando al cielo, sino es la urgencia de trabajar en la tierra teniendo bien fijos y seguros nuestros ideales. “Trabajar en la tierra mirando al cielo”.
El cielo es la auténtica esperanza cristiana que nos impulsa a construir desde la tierra el Reino de Dios del que hablaba Jesús a sus discípulos, mediante el amor, el trabajo y el servicio a los hermanos. Claramente les dice Jesús que este Reino lo deben construir conforme a su Espíritu. “Aguarden aquí, a que se cumpla la promesa de mi Padre… ustedes serán bautizados en el Espíritu”. No se vale construir el Reino a nuestro estilo, o al estilo del “mundo”, que se base en el egoísmo, en la ley del más fuerte y en el bienestar de los poderosos. Debemos mantenernos en fidelidad al Espíritu que nos empuja a la vida y a conseguir condiciones de una vida humana digna para todos, que alienta al decaído, que no deja que se rompa la caña resquebrajada, que infunde valor y anima a levantarse de la postración.
¿Podremos construir un mundo como nos lo propone Jesús? Ciertamente fácilmente caemos en los extremos: a veces nos olvidamos de que trabajamos con Jesús conforme a la voluntad del Padre y solamente miramos hacia el suelo, perdemos el rumbo. Y otras, en cambio, mirando solamente al cielo, perdemos “piso” y divorciamos nuestra fe de nuestra realidad. Olvidamos la relación indivisible que hay entre la vida espiritual y la vida misma. Y somos capaces de encerrarnos en la concha de nuestro egoísmo sin mirar la realidad, sin sentir la fraternidad y sin construir al estilo de Jesús.
Cuando leemos con atención los textos que hoy nos propone la liturgia descubrimos que la comunidad no puede realizar “su tiempo” en una actitud de mera contemplación; tiene que emprender su camino, el mismo del Maestro. Es evidente que Jesús ya no estará presente en términos físicos, materiales. Con gran sentido pedagógico, Lucas ilustra esta “separación” con el relato de la Ascensión. Jesús ha llevado a término su parte en el plan de Dios, y vuelve al Padre; “asciende”. Los discípulos no pueden quedarse mirando al cielo, como esperando en forma pasiva o contemplativa a ver cuándo ellos también serán llevados al cielo. Ellos “ascenderán” también, pero sólo cuando hayan realizado la parte de la misión que el Señor les tiene señalada. Esa parte de la misión que deben realizar queda muy bien definida en el Evangelio: Ir por todo el mundo a anunciar la Buena Noticia, con un solo objetivo: despertar la conciencia y la fe de los oyentes, quienes han de ser bautizados, es decir, incorporados a la familia de los hijos de Dios.
Ciertamente, en esta época, podemos caer en los miedos, en el inmovilismo y la duda y la frustración. Pero hoy, la Ascensión de Jesús nos lanza a abrirnos a la esperanza. Con los pies bien firmes en la realidad, queremos construir un mundo capaz de abrir sus horizontes a todos los hombres, que superen los límites egoístas de tiempos y razas. Llenemos, pues, nuestros corazones de sano optimismo. Miremos a Cristo glorificado y comprometámonos en la construcción del Reino a nosotros encomendado.
Dios, Padre Bueno, que nos llenas de júbilo con la glorificación de Cristo Jesús, descúbrenos que más allá de nuestros límites egoístas hay un Cielo posible que construiremos con tu presencia y nuestros esfuerzos. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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