La via láctea

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¡Velen y estén preparados!

Primer domingo de Adviento

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I DOMINGO DE ADVIENTO
Isaías 2, 1-5: “De las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas”
Salmo 121: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”
Romanos 13, 11-14: “Ya está cerca nuestra salvación”
San Mateo 24, 37-44: “Velen y estén preparados”
Postrada en la cama de un hospital durante muchos días, se debate entre la vida y la muerte. Son de esos accidentes estúpidos que con un mínimo de atención se pueden evitar. Pero nos absorbe la somnolencia y la apatía; nos decimos internamente: “a mí no me va a pasar”, “sólo es un momento y no me distraigo”… pero ¡nos pasa! Sus ojos fijos en la pantalla del teléfono, sus oídos sumergidos en la conversación, su mente volando a miles de kilómetros queriendo encontrarse con el amigo virtual, y sus pies acelerados por la prisa para llegar a tiempo a su trabajo, todo se juntó para que sucediera lo más terrible. Cuando la joven se dio cuenta ya tenía encima el tráiler embistiéndola y haciéndola trizas. Ni una oportunidad para escaparse. Ella juraría que su distracción fue sólo un segundo, pero un segundo ahora se convierte en eternidad de angustia y de zozobra. Los sentidos embotados no nos permiten estar alerta.
Todo nos invita a estar alerta, con los sentidos despiertos y el corazón anhelante. “¡Casa de Jacob, en marcha! Caminemos a la luz del Señor”, grita esperanzado el profeta Isaías en la primera lectura de este domingo. “Despierten del sueño”, exige San Pablo en su carta a los Romanos. “Velen y estén preparados”, es la amonestación de Jesús a sus discípulos en el Evangelio. “Vayamos con alegría a la casa del Señor”, repetimos en el salmo. Todo es urgencia para ponerse en movimiento, todo es esperanza e ilusión que contagian. Eso es el adviento. ¡Para que luego vengan a decirnos que el cristianismo es tener aplacadas las conciencias! El tiempo de adviento, que señala el principio del año litúrgico, se abre con la exigencia fuerte de despertar y con una orden de partida que no admite excusas.
No nos engañemos: no estamos esperando esa navidad que se reduce a lucecitas y músicas celestiales; ni estamos esperando a que “el último día”, cual ladrón, nos caiga encima, agarrándonos desprevenidos y entre más tarde mejor. No, eso no es el adviento. Ciertamente es tiempo de “espera”, pero esperar no significa sentarse a que venga fatalmente nuestro destino; sino un activo “tender hacia”, moverse, procurar, hacer que llegue. Lo que implica la capacidad y el deseo de despertarse y la decisión de ponerse en camino.
Hay quienes juran que no están dormidos solamente porque tienen una actividad febril y andan de un lado para otro. Pero caminan con los ojos vendados y en somnolencia. El ejemplo que pone Jesús es de lo más claro: comían y bebían, se casaban… pero no estaban despiertos ni atentos a la Venida del Señor. Hoy también la Navidad puede ser un tiempo de inconsciencia y adormilamiento, por más que andemos de pachanga en pachanga y de fiesta en fiesta. Se convierte así en un activismo que nos lleva a enajenarnos y no nos permite pensar. Jesús nos invita a ser reflexivos, a examinar concienzudamente la situación actual y a mirar si nuestra vida está preparando la venida del Señor.
Terrible se nos presenta la situación actual, y quizás tendremos la tentación del desaliento frente a los graves problemas que nos urge afrontar. Iluminador aparece el profeta Isaías proponiendo que de espadas forjemos arados, y de las lanzas podaderas. Muy sabio su consejo y muy práctico a la hora de enfrentarnos a la vida. Hay quien de una dificultad sabe sacar un beneficio, de un accidente una enseñanza y de una deficiencia una ventaja. Hay quien reniega de todo: del frío, del calor, de la lluvia o de la sequía, sin darse cuenta que cada estación, cada lugar y cada circunstancia encierra un cúmulo de posibilidades. Hay quien reniega de su carácter sin darse cuenta que tiene un tesoro, que su energía puede impulsarlo a construir y no a destruir. Las dificultades y los problemas son ocasión de crecer, madurar y sacar nuevas soluciones. Los más grandes inventos han nacido de grandes carencias, y muchos de los más grandes hombres y mujeres se han forjado gracias a las dificultades que encontraron en el camino.
Isaías nos da el tono fundamental del Adviento con un lenguaje lleno de símbolos. El futuro, lugar de lo incierto, desconocido y que nos produce temor, es presentado como una visión gloriosa de la ciudad sobre el monte donde reina Dios, y a donde acuden todos los pueblos gozando de una paz idílica. El futuro pierde su angustia y, desde Dios, se convierte en esperanza. Esta es la llamada fundamental del Adviento: llega Dios y el hombre liberado del miedo, tiene derecho a esperar.
Hoy Cristo nos urge a tomar el momento presente como un tiempo de gracia. No dejarlo pasar, sin prestarle toda la atención. Adviento es este tiempo de gracia donde podemos “soñar” con un mundo diferente, porque cuando Dios se acerca al hombre (o quizás deberíamos decir cuando el hombre deja que Dios se le acerque) todos los sueños son posibles. Quizás nos parezcan duras y amenazantes las palabras de Jesús, pero no se pueden leer fuera de todo el contexto de salvación y liberación que Él nos viene a traer. Dios respeta nuestra libertad y puede entregarnos su Reino solamente si nosotros lo acogemos abriéndole libremente la vida. Junto al respeto a nuestra libertad aparece un amor preocupado, un amor que vela cuando nosotros tendemos a descuidarnos: el aviso apremiante y la apariencia de amenaza son reclamos de amor. Son la metáfora del terrible daño que podemos ocasionarnos si, en el descuido, la inconsciencia o la maldad, cerramos la puerta al Dios que viene a salvarnos. Lo heriríamos a Él, precisamente porque nos heriríamos a nosotros, porque nos perderíamos nosotros y perderíamos la fraternidad.
Estar preparados, abrir los ojos, aguzar el oído, disponer el corazón para caminar hacia la luz del Señor. En este inicio del Adviento las exhortaciones de San Pablo se convierten en preguntas acuciantes que exigen nuestra respuesta: ¿Qué o quiénes hacen que estemos dormidos? ¿Qué obras de tinieblas nos impiden ver la luz? ¿Cómo debe ser el comportamiento de quien camina hacia la luz?
Señor Jesús, hoy que escuchamos tu llamado amoroso a despertar, concédenos que con tu Venida resplandezca la luz de tu Reino, en medio de nuestra oscuridad de injusticias y maldades. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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