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El que amas está enfermo – 5° Domingo de Cuaresma

5° Domingo de Cuaresma

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Ezequiel 37, 12-14: “Les infundiré mi espíritu y vivirán”
Salmo 129: “Perdónanos, Señor, y viviremos”
Romanos 8, 8-11: “El Espíritu de aquel que resucitó de entre los muertos, habita en ustedes”
San Juan 1, 1-45: “Yo soy la resurrección y la vida”.

¿Nos hemos acostumbrado al olor de la corrupción y de la violencia? Hace un año el grupo de familiares en búsqueda de desaparecidos indicaban: “Veracruz apesta a temor y a fosas”. Han pasado los meses y cada día tenemos nuevas noticias de más fosas, de más desaparecidos, de más víctimas y de más corrupción. Dicen que poco a poco nos vamos acostumbrando a los olores al estar en su ambiente, pero los familiares de los desaparecidos continúan su terca búsqueda de sus seres amados sin importar los olores ni las amenazas. Muchos los desalientan haciéndoles caer en la cuenta de la situación en que puedan encontrarlos pero ellos siguen insistentes. A quien de verdad ama no lo detienen los hedores pestilentes del amado, continúa cerca de él y ellos quieren encontrarlos aunque tengan que llevarlos en pedazos.

Cristo de verdad nos ama, a pesar de nuestras pestilencias. El quinto domingo de Cuaresma nos sitúa en una lucha esperanzadora por la vida y en una fe que es capaz de esperar la resurrección de quien ya tiene tres días muerto. Los reclamos a Jesús por parte de Marta, podrían ser los reclamos que ahora muchos pretenden lanzar al cielo porque no se puede entender una cadena de males ante la mirada indiferente de Dios. La degradación que estamos padeciendo sólo se entiende ante la ausencia de Dios, ha sido la expresión de muchos. Pero no podemos reclamar la ausencia de un Dios que hemos expulsado de nuestras familias, de nuestras calles, de nuestros negocios y que lo hemos querido mantener recluido en las sacristías, en eventos sociales, y en dos o tres fiestas folclóricas que sirven de pretexto para excesos más que una verdadera manifestación de nuestra relación personal con Dios. Debemos reconocer que nuestra nación realmente se encuentra enferma e insistirle a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”. Nos urge aceptar y manifestar la enfermedad pero también estar dispuestos a aceptar la curación y las prescripciones para la sanación.

Los muertos y las víctimas se acumulan día tras día. No sólo en el ámbito del narcotráfico sino en todos los espacios, personas inocentes perecen como daños colaterales. Se ha hablado mucho de las incontables extorsiones, de los secuestros y de las drogas que pululan por doquier, pero se ha tomado menos en cuenta la corrupción que a diario invade todos los ámbitos de nuestra vida, que ha penetrado en las familias, en las instituciones y en las estructuras que rigen nuestra patria. Es una corrupción y hedor penetrante al que nos hemos acostumbrado y del que solamente en ocasiones excepcionales somos conscientes. Hemos alejado a Dios de nuestras vidas y hemos optado por otros valores: el placer, el dinero, la ambición, el poder. Cuando descubrimos que se han metido como una grave enfermedad en todo el cuerpo, nos asustamos y quisiéramos echar marcha atrás pero sin dejar de vivir en corrupción. Quisiéramos sanar a base de calmantes, sin aceptar una verdadera curación, un cambio radical de vida y una purificación de todo nuestro ser. El llanto de María y su desesperación bien pudiera representar el llanto de tantas madres y hermanas que lloran por el ser asesinado o desaparecido, por el hijo o la hija sumida en las drogas, por quien ha perdido el camino. Ese mismo llanto nos hace vislumbrar un rayo de esperanza: junto a nosotros, en la misma lucha, con mucho mayor amor y con mucho más poder, camina Jesús. Para Él Lázaro es el amigo a quien tanto ama; para Él todos los que sufren y están atormentados son también su “amigo amado”.

El amor de Jesús se hace presente en las situaciones más difíciles y complicadas. La muerte y la corrupción no logran mantenerlo lejano y su presencia nos llena de una sana esperanza. Ahora, igual que en aquel tiempo, nos ordena quitar la losa que tapa la vida y que confina a la oscuridad. Nos ordena creer y comprometernos con Él que es la vida. A pesar de todos los obstáculos, la invitación de Jesús a creer sigue en pie. Quizás también nosotros estemos tentados a expresarle nuestro pesimismo porque sentimos que ya nada puede hacerse, no encontramos salidas. Nuestro país huele a corrupción, huele a miedo, a terrorismo y a droga, nuestras familias no perciben el aroma de la armonía y del cariño, todo huele mal. Pero cuando todo huele mal, Jesús está ahí cerca del que tanto ama. No le importan sus olores, para Jesús sigue siendo el amigo: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”. De la fe nos lanza a la acción; pero de una verdadera fe, la misma que le ha exigido a Marta. No solamente creer teóricamente en la resurrección, sino experimentar vivamente que Jesús es la resurrección y la vida. Y Jesús no habla de una resurrección allá, lejana, al final, sino que nos manifiesta su compromiso por la vida ahora, aquí, en medio de todo. Para esto se requiere la fe pero también poner a Jesús como fuente de nuestra vida, de nuestras actividades y de nuestro interior.

Ante el pesimismo y el desaliento del pueblo de Israel, Dios por medio de Ezequiel les habla de esperanza y les asegura la apertura de los sepulcros para que salgan de ellos y así conducirlos a nueva tierra. Ahora Jesús hace también realidad esas palabras. Sólo espera nuestra confesión confiada: “Sí, Señor. Creo firmemente que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Una confesión que le permite actuar en nuestra vida. Hoy también podremos escuchar las palabras de Jesús, que llenas de amor pero también llenas de autoridad, resuenan con esperanza. También a nosotros nos dice: “Sal de ahí”. Podremos salir de la muerte y corrupción no basados en nuestras propias fuerzas, sino basados en su amor. Confiados en su palabra asumimos el compromiso de desatar, de quitar losas, de acrecentar la fe. “Desátenlo, para que pueda andar”. Es la tarea ingente que debemos asumir todos. La fe es el motor que nos moverá para comprometernos a crear un país mejor. Hay que desatar tantas cadenas de injusticia, hay que quitar tantas losas que oprimen, pero sobre todo necesitamos experimentar una fe viva en Cristo que es “la resurrección y la vida”.

¿Qué corrupciones descubrimos en medio de nosotros? ¿Hemos asumido una actitud pasiva y conformista? ¿Realmente creemos que Jesús es la resurrección y que puede darnos nueva vida? ¿Cómo lo manifestamos?

Señor Jesús, el que amas está enfermo, ya ha perdido la esperanza, ya huele mal. Confiados en tu palabra, habiendo experimentado que Tú eres la resurrección y la vida, nos comprometemos en la búsqueda de la vida plena. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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