(ZENIT – 15 febrero 2019).- El pasado 12 de febrero, el Papa Francisco autorizó el decreto que promulga las virtudes heroicas del Siervo de Dios Manuel García Nieto, sacerdote profeso de la Compañía de Jesús, nacido en Macotera (España) el 5 de abril de 1894 y fallecido en Comillas (España) el 13 de abril de 1974.
Esto quiere decir que Manuel García Nieto será venerable. Con el título de venerable se reconoce que un fallecido vivió las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), las cardinales (fortaleza, prudencia, templanza y justicia) y todas las demás virtudes de manera heroica; es decir, extraordinaria.
Ser venerable consiste en el primer paso en el proceso oficial de la causa de los santos, antes de ser proclamado beato y santo. Los criterios por los que se consideraba “santa” a una persona son: su reputación entre la gente (“fama de santidad”); el ejemplo de su vida como modelo de virtud heroica; y su poder de obrar milagros, en especial aquellos producidos póstumamente sobre las tumbas o a través de las reliquias.
Canonización del Cardenal Newman
El Cardenal John Henry Newman y la beata india Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan serán canonizados, de acuerdo a los nuevos 8 decretos aprobados por el Santo Padre, el pasado 12 de febrero de 2019, en la audiencia celebrada con el Cardenal Angelo Becciu, Prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos.
Además, el Pontífice aprobó los decretos relativos a las virtudes heroicas del ecuatoriano Víctor Emilio Moscoso Cárdenas, de la colombiana María Berenice Duque Hencker, del cardenal húngaro Jozsef Mindszenty, y de los italianos Giovanni Battista Zuaboni y Serafina Formai.
Vida de Manuel García Nieto
Este maestro de sacerdotes, forjador de santos, era el menor de 9 hermanos y nació en Macotera (Salamanca) el 5 de abril de 1894. No tenía buena salud, lo cual hizo que su madre, que había visto partir al cielo a cinco de sus hijos, tuviese sus reservas cuando en la adolescencia le confidenció su anhelo de darle a Cristo un sí para siempre. Había tenido la gracia de venir al mundo en un hogar que daría a la Iglesia dos religiosas y otro hijo que en esos momentos en los que escuchaba la llamada que experimentaba su benjamín para irse al seminario, era ya seminarista.
La buena madre se compadeció del llanto de Manuel que no quería demorar su respuesta en 1908, y en 1909 se trasladó al seminario de Salamanca regido por los jesuitas. Hubo un receso originado por su pésima salud, y se vio obligado a volver junto a su madre, y al volver a la capital charra en 1911 ya no estaban los religiosos.
Se formó concienzudamente en distintas disciplinas durante nueve años siendo ordenado sacerdote en 1920. Seguía interesado el carisma jesuita y en el 1926 decidió ingresar con ellos. Parecía una vocación tardía porque él rebasaba la treintena y debía convivir en Carrión de los Condes con jóvenes novicios, entre los que de todas formas experimentó gran sintonía.
Segunda República (1931)
Después de profesar lo enviaron a Ona, útimo escalón para llegar al lugar donde desarrollaría siempre su misión: Comillas (Santander). Allí se convirtió en confesor, director espiritual y maestro de oración de los seminaristas.
Al estallar la Segunda República en 1931 no tuvo miedo de morir. Ponía su cabeza al servicio de los milicianos; tenía la certeza que da la fe de que si entregaba martirialmente su vida iba al cielo. Al perder las posesiones los jesuitas que fueron confiscadas por el gobierno residió en casas de familia.
En enero de 1932 era director espiritual del seminario. Con esa misión le sorprendió el año 1936 cuando se produjo el inicio de la contienda. A toda la comunidad, unos doscientos, se os llevaron a Santander. Iban animados por el P. Nieto que les recordaba hallarse en las manos de Jesús y de María, las mejores. Los mantuvieron bajo arresto en un colegio salesiano dos días.
El P. Nieto se alojó con una familia sin abandonar a los seminaristas de cuyo bienestar material, en la medida que era posible, se ocupaba, y no dejó su atención espiritual. Al final de la contienda regresó a Comillas con la misma responsabilidad que había tenido, misión que dejó al cumplir setenta y tres años.
Era una persona humilde, de oración, un apóstol que se desgastó por Cristo también impartiendo retiros, trabajando a favor de los pobres, dirigiendo espiritualmente a numerosos sacerdotes. Su endeble salud le pasó definitiva factura en 1973, empeorando de a principios de marzo de 1974. La Semana Santa de ese año postrero oró ante el sagrario el Jueves y Viernes Santo. Pero el 13 de abril de 1974, Sábado Santo, Dios se lo llevó con Él.
El 12 de febrero de 2019 el Papa Francisco aprobó su decreto de venerabilidad.