(ZENIT – 17 febrero 2019).- Por las Bienaventuranzas, Jesús «enseña a discernir las situaciones con fe», a «confiar en Dios» y «no a confiar en las cosas materiales y pasajeras y a no buscar la felicidad siguiendo los mercaderes de humo, los profesionales de la ilusión”.
El Papa Francisco presidió la oración del Ángelus este domingo 17 de febrero de 2019, desde la ventana del despacho del Palacio Apostólico Vaticano, que da a la Plaza de San Pedro.
Antes del Ángelus, el Papa comentó el Evangelio de este domingo (6º Domingo del Tiempo Ordinario – Año C): las Bienaventuranzas.
«Que la Virgen María nos ayude a escuchar este evangelio con la mente abierta y el corazón, para que fructifique en nuestras vidas y seamos testigos de la felicidad que no defrauda», concluyó el Papa antes de orar el Ángelus dominical.
Aquí está nuestra traducción, rápida, de trabajo, de las palabras pronunciadas por el Papa antes del Ángelus, en italiano.
AB
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!
El Evangelio de hoy ( Lucas 6 : 17-20-26) presenta las Bienaventuranzas en la versión de Lucas. El texto está articulado en cuatro bienaventuranzas y cuatro advertencias formuladas con la expresión «ay de ti». Con estas palabras, fuertes e incisivas, Jesús abre nuestros ojos, nos hace ver con su mirada, más allá de las apariencias, más allá de la superficie, y nos enseña a discernir las situaciones con fe.
Jesús declara bienaventurados los pobres, los hambrientos, los afligidos, los perseguidos; y advierte a los ricos, saciados, riendo y aclamados por el pueblo. La razón de esta beatitud paradójica reside en el hecho de que Dios está cerca de quienes sufren e interviene para liberarlos de su esclavitud; Jesús ve esto, y ve la dicha más allá de la realidad negativa. Y de manera similar, la «desgracia para ti», dirigida a aquellos que hoy viven bien, sirve para «despertarlos» de la peligrosa ilusión del egoísmo y para abrirlos a la lógica del amor, siempre y cuando todavía tengan tiempo
La página del Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre el significado más profundo de tener fe, que es confiar completamente en el Señor. Se trata de romper los ídolos mundanos para abrir su corazón al Dios vivo y verdadero. Solo él puede dar a nuestra existencia esa plenitud tan deseada y difícil de alcanzar. De hecho, incluso hoy en día, muchos se presentan a sí mismos como distribuidores de la felicidad: prometen éxito en poco tiempo, grandes ganancias a la mano, soluciones mágicas para todos los problemas, etc. Y allí, es fácil deslizarse sin darse cuenta en el pecado contra el
primer mandamiento: idolatría, para reemplazar a Dios por un ídolo. La idolatría y los ídolos son como cosas de antaño, ¡pero en realidad son de todos los tiempos.
Es por eso que Jesús abre nuestros ojos a la realidad. Estamos llamados a la felicidad, a ser bendecidos, y nos convertimos así desde el momento en que nos colocamos del lado de Dios, de su reino, del lado de lo que no es efímero sino difícil para la vida eterna. Nos alegramos si reconocemos a los «necesitados» delante Dios, y es muy importante: «Señor, te necesito» y si, como Él y con Él, estamos cerca de los pobres, los afligidos y los hambrientos. Nosotros también estamos en la presencia de Dios: somos pobres, estamos afligidos, tenemos hambre delante de Dios. Nos volvemos capaces de gozar cada vez que, al poseer los bienes de este mundo, no los transformamos en ídolos para vender nuestra alma, sino que podemos compartirlos con nuestros hermanos.
Hoy la liturgia nos invita una vez más a interrogarnos sobre esto y a tener la verdad en nuestro corazón.
Las Bienaventuranzas de Jesús son un mensaje decisivo, que nos empuja a no confiar en las cosas materiales y transitorias, a no buscar la felicidad siguiendo a los comerciantes de humo, que a menudo son comerciantes de la muerte, los profesionales de la ilusión No debemos seguirlos porque son incapaces de darnos esperanza. El Señor nos ayuda a abrir los ojos, a obtener una visión más penetrante de la realidad, a sanar de la miopía crónica que el espíritu del mundo nos transmite. A través de su palabra paradójica, nos sacude y nos hace reconocer lo que realmente nos enriquece, nos sacia, nos da alegría y dignidad. En resumen, lo que realmente da sentido y plenitud a nuestras vidas.
Que la Virgen María nos ayude a escuchar este evangelio, con la mente abierta y el corazón abierto, para que fructifique en nuestras vidas y seamos testigos de una felicidad que no decepciona, la de Dios nunca decepciona.
© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo