¡El Señor es nuestro socorro! Así que aquí estamos en este último domingo de Cuaresma durante el cual tuvimos que hacer la oración de los escrutinios de nuestros catecúmenos. Permítales recibir la fuerza para avanzar resueltamente hacia el bautismo que pueden recibir después de la fase de confinamiento. El Evangelio de este domingo nos hace reconocer a Jesús como la fuerza vital. Difícil acto de fe en estos tiempos cuando uno tiene la impresión de que la muerte diezma nuestra humanidad. Ciertamente, muchos son los hombres y mujeres que retoman el grito de Marta y María “Si hubieras estado aquí, él no habría muerto”. Se constata, en todo creyente en el desarrollo de la muerte el hecho de una oración de esperanza. Gran pregunta: ¿cómo cambia la resurrección de Jesús nuestra forma de enfrentar la prueba principal de la existencia humana? La pandemia que asola el mundo plantea una pregunta para el creyente. Sí, si creo que la vida de Cristo resucitado ha estado abierta para mí desde mi bautismo, entonces las dificultades de la enfermedad, el sufrimiento de la muerte que experimentaré algún día no es la última palabra de Dios sino el pasaje a la resurrección y la vida: “Quien cree en mí, nos dice Jesús, aunque muera, vivirá”. Palabra de esperanza que prepara a los catecúmenos para recibir esta nueva vida. Palabra de esperanza para todos nosotros que se ve en la resurrección de Jesús. Este largo relato evangélico de este domingo adquiere hoy un magnífico espesor de humanidad, por lo que la Iglesia confía al Dios de la Vida “a nuestros hermanos que se durmieron con la esperanza de la Resurrección y a todos los hombres que abandonaron esta vida…”. Canónigo Denis METZINGER - 29 de marzo de 2020.
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