Papa en una audiencia con Hermanas Maestras Pías Filippini y católicos de las diócesis de Viterbo y Civitavecchia-Tarquinia. Foto: Vatican Media

Un consejo del Papa para abordar las dificultades de la vida religiosa y la falta de vocaciones

Uno no puede contentarse con «enseñar» a Jesús; a Jesús se le da primero un testimonio. Así es como se transmite la fe. Dios sólo se comunica si habita en nuestra vida, si llena nuestros afectos, si une nuestros pensamientos e inspira nuestras acciones. ¿Y cuál es la prueba de ello? Nuestra apertura a los demás”, ha dicho también el Papa en una audiencia especial a Hermanas Maestras Pías Filippini y católicos de las diócesis de Viterbo y Civitavecchia-Tarquinia.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 14.05.2022).- En el Aula Pablo VI del Vaticano el Papa recibió en audiencia a una numerosa delegación de católicos de las diócesis de Viterbo y Civitavecchia-Tarquinia quienes acompañaban a las Hermanas Maestras Pías Filippini. El Papa dio un bello discurso en el que abordó temas como la vocación y también la seguridad de la paternidad de Dios en la vida humana, a partir del testimonio de la fundadora de las Maestras pías Filippini. Ofrecemos a continuación la traducción al español de ese discurso.

***

¡Bienvenidos! Saludo a las Hermanas Maestras Pías Filippini, a la Madre General y a todos vosotros, fieles de las diócesis de Viterbo y Civitavecchia-Tarquinia, acompañados por vuestros respectivos Obispos y sacerdotes. Un cordial saludo también a los Alcaldes y demás Autoridades aquí presentes. ¡Y a vosotros, niños de la Primera Comunión!

Comparto su alegría en el 350 aniversario del nacimiento de Santa Lucía Filippini. Este Año Jubilar es un momento precioso para cada uno de vosotros: es como volver a la fuente para sacar nuevas energías para el futuro; pero también es una oportunidad para dar gracias al Señor y también para pedirle ser canales de esa misma gracia que Santa Lucía acogió y distribuyó generosamente a tantas personas. Me gustaría compartir con ustedes dos breves reflexiones: una más directamente dirigida al Instituto del Maestre Pie Filippini; la otra para todos ustedes, devotos de Santa Lucía.

Queridas Maestras Pías, su misión es exigente ya desde su nombre, Maestras. Maestra es la que enseña. Un proverbio dice, sin embargo, que no se enseña lo que se sabe, sino lo que se es. Transmitimos a los demás lo que somos por dentro. No basta con llenar la cabeza de ideas, eso no es educar; educar es transmitir la vida. Y ser profesor es vivir una misión. En cambio, si hacemos buenos discursos, pero la vida va en otra dirección, corremos el riesgo de ser sólo actores que interpretan un papel, pero no educadores.

El ejemplo de su Fundadora puede ayudarles a vivir esta misión. Santa Lucía suele ser representada con el Crucifijo en la mano o en el acto de señalarlo. Supo enseñar a tantos, en primer lugar, porque ella misma nunca dejó de ser discípula de Jesús Maestro y de estar ante su cátedra, la cruz. Tenía a Dios que da la vida ante sus ojos y se sentía llamada a hacer de la vida un regalo. Así transmitía a los demás lo que guardaba en su corazón: no sermones, no teorías, sino contenido y vida. Su misión como educadora no fue diferente de su experiencia mística.

Queridas hermanas, todo esto nos recuerda que uno no puede contentarse con «enseñar» a Jesús; a Jesús se le da primero un testimonio. Así es como se transmite la fe. Dios sólo se comunica si habita en nuestra vida, si llena nuestros afectos, si une nuestros pensamientos e inspira nuestras acciones. ¿Y cuál es la prueba de ello? Nuestra apertura a los demás: quien conoce al Señor no se encierra en la sacristía, sino que vive para servir, sin importarle dónde o qué se le pida. Vivir el servicio, porque el servicio es la gran enseñanza del Maestro, que vino a servir y no a ser servido (cf. Mc 10,45).

A menudo se habla de las dificultades de la vida religiosa, de la falta de vocaciones, etc. Me gustaría daros un consejo, que no es la solución inmediata a estos problemas, pero sí el modo de abordarlos: no estamos llamados en primer lugar a «poner a Jesús en el centro», como si fuéramos los protagonistas; estamos llamados en primer lugar a quitarnos del centro, que es el suyo. Vivir la consagración como una llamada al servicio. Esto es lo que permite a Jesús obrar en nosotros como quiere y enseñarnos a superar la resignación y la nostalgia, a leer nuestra compleja época, a emprender con valentía caminos nuevos al ritmo de los tiempos. Te hará bien recordar la imagen de Santa Lucía con el Crucifijo en la mano: no para nosotros, sino para Él es el centro; y seremos buenos maestros si seguimos siendo discípulos, llamados cada día a servir, con alegría.

Un segundo pensamiento, dirigido a todos los que celebran a Santa Lucía Filippini. Esta mujer tenía un secreto: vivía con una constante confianza en Dios, porque Él -decía- ‘no puede dejar de ser mi padre’. Me gustaría repetirte estas palabras: No puede dejar de ser mi padre. A menudo, en la vida, nos preocupamos porque tenemos que dejar muchas cosas atrás: algunas seguridades, los años de juventud, alguna salud, tal vez seres queridos, etc. Pues bien, si en la vida hay personas y cosas que tarde o temprano tenemos que dejar atrás, hay una presencia que nunca nos abandonará, una certeza fundamental que siempre nos acompañará y que nada ni nadie podrá borrar: Dios no puede dejar de ser mi padre. ¡Esto es hermoso! ¿Lo repetimos todos juntos? Dios no puede dejar de ser mi padre. Una vez más, más fuerte: Dios no puede dejar de ser mi padre. Llévalo en tu corazón, este pensamiento. Todo puede fallar, pero no la ternura de Dios. Recordémoslo siempre, sobre todo en los momentos oscuros: Dios nunca nos abandona, porque no puede dejar de ser nuestro padre. Repitamos juntos: Dios no puede dejar de ser mi padre.

Guardemos en nuestro corazón esta buena noticia, que alimenta la confianza. Deseo que puedas anunciarlo a los que conozcas, para reavivar la esperanza en ellos también. Hay tanta necesidad hoy en día; es una misión que nos concierne a cada uno de nosotros. Buena misión, pues: os doy toda mi bendición y os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.

 

Traducción del original en lengua italiana realizada por el P. Jorge Enrique Mújica, LC

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Redacción Zenit

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