Papa Francisco se reúnen con confesores. Foto: Vatican Media

El Papa a los confesores y futuros confesores: en el confesionario nunca hagáis de psiquiatra o de psicoanalista

Discurso a los participantes en el Curso sobre el Foro Interno organizado por la Penitenciaria Apostólica.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 23.03.2023).- Del 20 al 24 de marzo se ha tenido en Roma el XXIII Curso sobre el Foro Interno, un curso especialmente destinado a sacerdotes o a quienes se preparan para serlo. El curso profundiza aspectos del sacramento de la confesión. En ese contexto, la mañana del jueves 23 de marzo el Papa recibió en audiencia a los participantes.

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Gracias por venir al Curso anual sobre el Foro Interno, organizado por la Penitenciaría Apostólica, ahora en su XXXIII edición. Doy las gracias al Cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor, por sus corteses palabras y por lo que hace; digo lo mismo al Regente Mons. Nykiel, que tanto trabaja, a los Prelados, Funcionarios y Personal de la Penitenciaría –¡gracias a todos!–, al Colegio de las Penitenciarías de las Basílicas Pontificias y a todos vosotros que participáis en el curso.

Desde hace más de tres décadas, la Penitenciaría Apostólica ofrece este importante y válido momento de formación, para contribuir a la preparación de buenos confesores, plenamente conscientes de la importancia del ministerio al servicio de los penitentes. Renuevo a la Penitenciaría mi gratitud y mi aliento para que continúe este compromiso de formación, que tanto bien hace a la Iglesia, porque ayuda a hacer circular por sus venas la savia de la misericordia. Es bueno subrayarlo. El cardenal lo ha repetido mucho: la savia de la misericordia. Si alguien no tiene ganas de ser dador de la misericordia recibida de Jesús, que no vaya al confesionario. En una de las Basílicas Pontificias, por ejemplo, le dije al Cardenal: «Hay uno que escucha y reprende, reprende y luego te da una penitencia que no puedes hacer…». Por favor, esto no va: no. Misericordia: estás ahí para perdonar y dar una palabra para que la persona pueda seguir adelante renovada por el perdón. Estás ahí para perdonar: pon eso en tu corazón.

La Exhortación apostólica Evangelii gaudium dice que la Iglesia en salida «vive un deseo inagotable de ofrecer misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su poder de difusión» (n. 24). Existe, por tanto, un vínculo inseparable entre la vocación misionera de la Iglesia y el ofrecimiento de la misericordia a todos los hombres. Viviendo de la misericordia y ofreciéndola a todos, la Iglesia se realiza a sí misma y cumple su acción apostólica y misionera. Casi podríamos decir que la misericordia está incluida en las «notas» características de la Iglesia, en particular hace brillar la santidad y la apostolicidad.

Desde tiempo inmemorial la Iglesia, con estilos diversos en las distintas épocas, ha expresado esta «identidad de la misericordia», dirigida tanto al cuerpo como al alma, deseando, con su Señor, la salvación integral de la persona. Y la obra de la misericordia divina coincide así con la misma acción misionera de la Iglesia, con la evangelización, porque en ella resplandece el rostro de Dios tal como Jesús nos lo mostró.

Por este motivo, no es posible, especialmente en este tiempo de Cuaresma, permitir que se descuide la atención en el ejercicio de la caridad pastoral, que se expresa de modo concreto y eminente precisamente en la plena disponibilidad de los sacerdotes, sin reserva alguna, al ejercicio del ministerio de la reconciliación.

La disponibilidad del confesor se manifiesta en ciertas actitudes evangélicas.

Ante todo, en acoger a todos sin prejuicios, porque sólo Dios sabe lo que la gracia puede obrar en los corazones, en cualquier momento; después, en escuchar a los hermanos con el oído del corazón, herido como el corazón de Cristo; en absolver a los penitentes, dispensando generosamente el perdón de Diosen acompañar el camino penitencial, sin forzarlo, siguiendo el ritmo de los fieles, con paciencia y oración constante.

Pensemos en Jesús, que ante la mujer adúltera elige callar, para salvarla de ser condenada a muerte (cf. Jn 8, 6); así también el sacerdote en el confesionario debe amar el silencio, ser magnánimo de corazón, sabiendo que cada penitente lo llama a su condición personal: ser pecador y ministro de misericordia. Esta es su verdad; si alguien no se siente pecador, que no vaya al confesionario: pecador y ministro de misericordia van juntos. Esta toma de conciencia hará que los confesionarios no queden abandonados y que los sacerdotes no carezcan de disponibilidad. La misión evangelizadora de la Iglesia pasa en gran parte por el redescubrimiento del don de la Confesión, también en vista del próximo Jubileo de 2025.

Pienso en los planes pastorales de las Iglesias particulares, en los que el servicio de la Reconciliación sacramental nunca debería carecer de un lugar propio. Pienso, en particular, en la penitenciaría de cada catedral, en las penitenciarías de los santuarios; pienso, sobre todo, en la presencia regular de un confesor, con tiempo suficiente, en cada ámbito pastoral, así como en las iglesias atendidas por comunidades de religiosos, para que haya siempre un penitenciario de guardia. Siempre, ¡nunca confesionarios vacíos! «Pero –se dirá– ¡la gente no viene!»: leed algo, rezad; pero esperad, ya vendrá.

Si la misericordia es la misión de la Iglesia, y es la misión de la Iglesia, debemos facilitar al máximo el acceso de los fieles a este «encuentro de amor», cuidándolo desde la primera confesión de los niños y extendiendo esta atención a los lugares de cuidado y sufrimiento. Cuando ya no se puede hacer mucho para curar el cuerpo, ¡se puede y se debe hacer mucho por la salud del alma! En este sentido, la Confesión individual es el camino privilegiado a seguir, porque favorece el encuentro personal con la Misericordia Divina, que todo corazón arrepentido espera. Todo corazón arrepentido espera la misericordia. En la Confesión individual, Dios quiere acariciar personalmente con su misericordia a cada pecador: el Pastor, sólo Él, conoce y ama a las ovejas una por una, especialmente a las más débiles y heridas. Y las celebraciones comunitarias deben potenciarse en determinadas ocasiones, sin renunciar a la Confesión individual como forma ordinaria de celebrar el sacramento.

En el mundo, por desgracia lo vemos todos los días, no faltan los focos de odio y venganza. Nosotros, confesores, debemos multiplicar los «focos de misericordia». No olvidemos que estamos en una lucha sobrenatural, una lucha que parece particularmente virulenta en nuestro tiempo, aunque ya conocemos el resultado final de la victoria de Cristo sobre los poderes del mal.

La lucha, sin embargo, sigue ahí y la victoria se realiza verdaderamente cada vez que se absuelve a un penitente. Nada ahuyenta y vence más al mal que la misericordia divina. Y sobre esto me gustaría deciros algo: Jesús nos enseñó que nunca hay que conversar con el diablo, ¡nunca! A la tentación en el desierto respondió con la Palabra de Dios, pero no entró en diálogo. En el confesionario tened cuidado: nunca dialoguéis con el «mal», nunca; ofrecéis lo justo para el perdón y abrís algunas puertas para ayudaros a seguir adelante, pero nunca hagáis de psiquiatra o de psicoanalista; ¡por favor, no entréis en estas cosas! Si alguno de vosotros tiene esa vocación, que la ejerza en otro sitio, pero no en el tribunal de penitencia. Es un diálogo que no conviene tener en el momento de la misericordia. Allí sólo hay que pensar en el perdón y en cómo «conformarse» con el perdón: «¿Estás arrepentido?». –»No» –»¿Pero eso no te pesa?». –»No» –»¿Pero querrías siquiera estar arrepentido?». –»Ojalá».

Hay una puerta, siempre una puerta para entrar con el perdón. Y cuando no se puede entrar por la puerta, se entra por la ventana: pero siempre hay que buscar entrar con el perdón. Con perdón magnánimo; «que sea la última vez, la próxima vez no te perdono»: no, así no. Hoy me toca a mí, ¡a las tres me viene el confesor! Y otra cosa: pensar que Dios perdona en abundancia. Lo dije el año pasado, pero quiero repetirlo: hace unos años había un espectáculo sobre el hijo pródigo, ambientado en la cultura actual, donde el joven cuenta sus aventuras y cómo se fue de casa. Y al final habla con un amigo, al que le dice que siente nostalgia de su papá y que quiere volver a casa. Y el amigo le aconseja que escriba a su padre, preguntándole si quiere volver a recibirle y, en caso afirmativo, pidiéndole que ponga un pañuelo blanco en una ventana de la casa: ésa será la señal de que será recibido. El espectáculo continúa y, cuando el joven se acerca a la casa, la ve llena de pañuelos blancos. El mensaje es éste: abundancia. Dios no dice: «Sólo esto…»; dice: «¡Todo!». ¿Es Dios ingenuo? No sé si es ingenuo, pero es abundante: siempre perdona más, ¡siempre! He conocido buenos confesores y siempre el buen confesor sabe llegar.

Queridos hermanos, sé que mañana, al final del Curso, tendréis una celebración penitencial. Esto es bueno y significativo: acoger y celebrar personalmente el don que estamos llamados a hacer a nuestros hermanos; experimentar la ternura del amor misericordioso de Dios. Él nunca se cansa de mostrarnos su corazón misericordioso. Nunca se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él nunca se cansa.

Os acompaño en la oración y agradezco a la Penitenciaría el trabajo que incansablemente realiza por el Sacramento del Perdón. Y os invito a redescubrir, profundizar teológicamente y difundir pastoralmente -también con vistas al Jubileo- esa extensión natural de la misericordia que son las indulgencias, según la voluntad de nuestro Padre celestial de tenernos siempre y sólo con Él, tanto en esta vida como en la eterna.

Gracias por vuestro compromiso diario y por los ríos de misericordia que, como humildes canales, derramáis y derramaréis en el mundo, para apagar los fuegos del mal y encender el fuego del Espíritu Santo. Os bendigo a todos de corazón. Y os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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