Mons. Stephen Chow Sau-yan. Foto: the standard

Unos arañazos y un silencio ensordecedor: China ignora la púrpura del jesuita hongkonés Stephen Chow

Para los fieles de Hong Kong y de China, el cargo cardenalicio de Monseñor Chow es un motivo de alegría, en especial por los dolorosos acontecimientos de la Iglesia en Hong Kong nunca han encontrado expresión en los comentarios papales.

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Por: Bernardo Cervellera

 

(ZENIT Noticias – Famiglia Cristiana / Roma, 17.07.2023).- Incredulidad, alegría, indiferencia y resentimiento son los sentimientos con los que fue recibida en el mundo chino la noticia del nombramiento de Monseñor Stephen Chow Sau-yan, obispo de Hong Kong, como Cardenal. La noticia, difundida por el propio Papa Francisco en el Ángelus del 9 de julio, llegó a Hong Kong por la tarde.

Varios sacerdotes se mostraron incrédulos porque Monseñor Chow es párroco de Hong Kong desde hace menos de dos años y asombra encontrarlo ya proyectado entre los Cardenales que pueden asesorar al Papa y participar en el próximo Cónclave para elegir al futuro Pontífice. Quizá el más incrédulo sea el propio Monseñor Chow. A la mañana siguiente, 10 de julio, entrevistado por algunos periodistas a la salida de la catedral de la Inmaculada Concepción, dijo sentirse «incrédulo» ante la noticia, pensando que había habido un error. Continuó diciendo que la elección del Papa le da «una nueva misión», la de ser un «puente» entre las diversas Iglesias del mundo chino y –quizás en particular– en la relación entre Pekín y el Vaticano, que a pesar del famoso acuerdo de 2018 sobre los nombramientos de obispos, se encuentra en un momento de crisis.

Mirando a la situación en Hong Kong, Monseñor Chow dijo: «Sigo esperando que haya más reconciliación y más esperanza para que los jóvenes, especialmente los que han estado en prisión, tengan un futuro». La mención a la «cárcel» no es casual: tras las masivas manifestaciones democráticas de 2019 y 2020, con sus coletazos de violencia y enfrentamientos con la policía, Pekín impuso una ley de seguridad nacional que llevó a la detención de más de 10.000 personas, la mitad de ellas jóvenes menores de 30 años; algunos incluso menores de edad. Además, justo en los días del nombramiento de Monseñor Chow como Cardenal, el gobierno de Hong Kong puso una recompensa de un millón de dólares hongkoneses (casi 115.000 euros) sobre ocho activistas prodemocráticos huidos al extranjero, amenazándoles con no darles descanso a menos que se entreguen a las autoridades. Según la Ley de Seguridad, se arriesgan a cadena perpetua. Los familiares y amigos de los fugitivos también están en el punto de mira si se atreven a ayudarles enviándoles dinero o alimentos.

Para los fieles de Hong Kong y de China, el cargo cardenalicio de Monseñor Chow es un motivo de alegría, un signo de la «atención del Papa Francisco» hacia la situación china. Hasta ahora, en efecto, los dolorosos acontecimientos de la Iglesia en Hong Kong (los numerosos católicos democráticos detenidos, la represión de la libertad de prensa y de expresión, la emigración –o huida– de 27.000 jóvenes) nunca han encontrado expresión en los comentarios papales. Lo mismo puede decirse de la persecución de los cristianos en China, las detenciones de obispos y sacerdotes, las iglesias o conventos destruidos. Varios católicos –que prefieren el anonimato para evitar las represalias del gobierno contra quienes «revelan secretos» a los medios de comunicación extranjeros– afirman que ahora con Monseñor Chow, jesuita, el Papa Francisco tendrá una fuente directa de información cercana a su corazón.

El nombramiento de Monseñor Chow también ha sido acogido con indiferencia. Aparte de algunos periódicos de Hong Kong, la noticia no ha sido difundida por los medios de comunicación de China (salvo algunos sitios web católicos), ni hay comentarios de ninguna personalidad. El único comentario agrio en Internet es el de un tal Yi Feng, conocido como anticatólico, que refunfuña que en Hong Kong «ya hay tres cardenales» (el Cardenal Joseph Zen, el Cardenal John Tong y ahora el Obispo Chow). Para Yi Feng, el Vaticano, al aumentar el número de cardenales en Hong Kong, intenta obligar a China a aplicar el Acuerdo de una manera más favorable a la Santa Sede.

El acuerdo provisional entre China y la Santa Sede, firmado en septiembre de 2018, se refería a los nombramientos de nuevos obispos en China, que luego necesitarían el aval del Papa. En las intenciones del Vaticano, esto habría puesto fin a las divisiones en la Iglesia china. Pero desde entonces, se han nombrado pocos obispos (sólo 6, de los cuales sólo 4 fueron fruto del acuerdo), y ha habido una campaña contra los obispos no reconocidos por el gobierno para unirse a la Asociación Patriótica, con detenciones y restricciones a su ministerio. El Acuerdo se renovó (de nuevo provisionalmente) en 2020 y 2022, pero sin discusiones ni reuniones (oficialmente debido a Covid).

Que el Acuerdo no funciona lo dicen ahora también personalidades del Vaticano. El propio Secretario de Estado, Card. Pietro Parolin, ha dicho que «espera» «revisar algunos puntos». Pero por encima de todo domina la posición del Papa Francisco, que en septiembre de 2021, en la emisora española Cope, había dicho: «No es fácil tratar con China, pero estoy convencido de que no hay que renunciar al diálogo… Uno se puede engañar en el diálogo, se puede equivocar, pero es un camino».

El Acuerdo parece haber estado a punto de fracasar después de que Pekín nombrara a Monseñor John Peng Weizhao Obispo para la diócesis de Jiangxi (no reconocida por la Santa Sede) el pasado noviembre y con el autodesignamiento el 4 de abril de Monseñor Joseph Shen Bin como Obispo de Shanghái, ambos sin conocimiento de la Santa Sede y sin mandato papal.

La elección de Monseñor Chow como Cardenal puede verse, por tanto, como un gesto más de amistad del papa Francisco hacia China para fomentar el diálogo. Monseñor Chow tiene una personalidad más tranquila, no es tan fogoso como el Cardenal Zen, gran defensor de la libertad religiosa en Hong Kong y China, y siempre sabe encontrar las palabras adecuadas para hacerse oír en China.

Tras su viaje a Pekín el pasado mes de abril, se hizo famosa su broma sobre el «amor a la patria» que el Partido Comunista impone como prioridad a todas las religiones. El Obispo jesuita dijo que todos los católicos ‘aman a la patria’, aunque inmediatamente añadió que eso significa ‘amar al pueblo’ y hacer el bien a la gente, trabajando por su crecimiento moral y espiritual. Para el Partido, «amar a la patria» significa ante todo apoyar al Partido y a sus dirigentes.

Abierto a la amistad con Pekín, Monseñor Chow también intenta forjar relaciones con los obispos chinos y taiwaneses, invitándoles a una reunión en Hong Kong. Como ahora es Cardenal, su invitación adquiere más peso, casi como por mandato del Pontífice. Pero habrá que ver qué opina Pekín al respecto. El silencio de los medios de comunicación sobre su nombramiento como Cardenal no presagia nada bueno.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT. El autor de este análisis es sacerdote y fue director de Asia News.

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Redacción zenit

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