Certificados para sacerdotes. Foto: caffestoria

De Francia a China: laicismo, régimen y curas certificados

Identikit de una Iglesia herida por los frutos del laicismo exagerado y la persecución. ¿Resultado? Una tarjeta naranja que parece roja.

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(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 18.07.2023).- Por un lado, una Iglesia que experimenta la asfixia de un Occidente secularizado y sufre décadas de prevaricación, abusos sexuales y de poder. Por otro, una Iglesia midiéndose con uno de los últimos totalitarismos ideológicos de nuestro tiempo, empujada a asumir un régimen omnipresente, cuando no obligada a esconderse. Contextos aparentemente distantes, pero con resultados curiosamente similares.

Identikit de la crisis francesa

Recientemente, se ha vuelto a hablar de la adopción en Francia (pero la decisión es para 2021) de un celebret electrónico, una evolución del histórico «carné de identidad» de los sacerdotes, que certifica su cualificación para el ministerio. Un código QR, similar a los cada vez más comunes en productos y servicios y fácilmente escaneable con un smartphone, proporciona una respuesta inmediata sobre el «estado de salud» del sacerdote: un verde reconfortante si todo está en orden, un naranja menos tranquilizador (es curiosa la elección de evitar el rojo, más tranchant) si el sacerdote está sujeto a restricciones, cuya naturaleza es en cualquier caso confidencial.

Entre ellas, la lista facilitada por la Conferencia Episcopal Francesa incluye la prohibición de celebrar misa y administrar los sacramentos, predicar en público, tener charlas pastorales individuales, participar en emisiones de radio, televisión e Internet, supervisar a solas grupos de jóvenes y estar a solas con un menor, incluso en un espacio visible.

En la red, inmediatamente se produce una avalancha de fotografías de sacerdotes posando con el nuevo celebret electrónico: algunos lo sostienen orgullosamente delante de ellos, otros lo exhiben polémicamente como símbolo de vergüenza, otros lo colocan convenientemente asomando por los bolsillos y las pantallas de sus teléfonos móviles. Ni que decir tiene que el código escaneable se cubre estrictamente lo justo para hacerlo ilegible.

Oficialmente, el nuevo celebret electrónico sirve para establecer si el sacerdote está válidamente ordenado y para proporcionar una mayor seguridad contra la falsificación. No se menciona, al menos inicialmente, la cuestión de los abusos sexuales. Que es, en cambio, el marco adoptado por la mayoría de los medios de comunicación internacionales. Hay que decir que avala la conexión un documento del propio episcopado francés, que sitúa la iniciativa en «un conjunto de medidas destinadas a proseguir e intensificar la lucha contra la violencia sexual en la Iglesia».

En este sentido, existen precedentes. En 2016, por ejemplo, al otro lado de los Pirineos, el arzobispo de Lleida, monseñor Salvador Giménez Valls, firmó un decreto por el que se exigía a todos los sacerdotes, religiosos y voluntarios de la diócesis, especialmente a los que estuvieran en contacto con menores durante el ejercicio de su labor, que presentaran un certificado negativo del Registro Central de Delincuentes Sexuales.

Necesidad de certidumbre en la crisis de la Iglesia

Que existe una necesidad de certidumbre, incluso en una Iglesia sumida en una grave crisis de fe y de orientación, se desprende de la forma en que se está abordando la cuestión, en primer lugar en Francia. Con diferentes matices, la iniciativa se entiende de vez en cuando como una herramienta para «identificar a los sacerdotes sancionados», para «certificar la idoneidad de un sacerdote para celebrar misa», para «asegurarse de que los sacerdotes son aptos para celebrar», para «poner fin a los abusos sexuales en la Iglesia», para «desenmascarar a los falsos sacerdotes» y para «identificar mejor a los sacerdotes agresores».

Las reacciones a la iniciativa francesa, sobre todo en Internet, no ahorran críticas opuestas. Por un lado, se considera que la solución es un parche tardío y poco concluyente a nivel práctico.

Por un lado, uno considera la solución un parche tardío e inconcluso a nivel práctico. Por otra, uno se pregunta por qué individuos con antecedentes de pedofilia, o en cierta medida objeto de atención por parte de las autoridades a este respecto, son libres de frecuentar – con «tarjeta roja» (perdón, naranja) o sin ella – lugares que puedan ponerles en contacto con menores y personas vulnerables de todos modos.

El peso de los abusos y el peso del régimen

Si en el Occidente secularizado es la angustia antropológica – junto con sus nefastos productos – la que dicta la agenda de muchas Iglesias particulares, en China es exactamente lo contrario. Allí, una Iglesia militante lleva décadas midiéndose con el peso opresor del régimen comunista. El cual, aunque quizá tenga en el punto de mira sobre todo a la Iglesia católica, no desdeña asestar también algunos golpes a otras confesiones y religiones cristianas.

Prueba de ello es la iniciativa de adoptar un registro en línea de sacerdotes, pastores e imanes chinos «oficiales», puesto en marcha recientemente -se dice- contra posibles «defraudadores». Una herramienta de «transparencia», se dice, activa en los sitios web de la Administración Estatal de Asuntos Religiosos, la Asociación Patriótica de Católicos Chinos y los organismos homólogos para las comunidades evangélica y musulmana. El registro proporciona a los ciudadanos chinos datos personales, sexo, título religioso y el número del registro oficial del clérigo buscado, todo ello acompañado de una fotografía. Ya se ha introducido algo similar para verificar la identidad de los monjes budistas y taoístas.

Un celebret en salsa china, tan pulido como un pato laqueado, pero otro instrumento más de control del régimen comunista. Xinhua, la agencia de noticias oficial china, habló de ello como una «transmisión saludable» de contenidos religiosos. Cualquier creyente con sentido común probablemente lo llamaría de otra manera. Ni que decir tiene, de hecho, que las implicaciones para las comunidades religiosas más incómodas de China son muy pesadas. Empezando por la malla cada vez más tupida en torno a los sacerdotes válidamente ordenados en la Iglesia «subterránea» -forzados a la clandestinidad- que, en conciencia, no han aceptado incorporarse a los organismos oficiales del Estado, controlados por el Partido Comunista Chino.

Hay que decir también que el clima de confusión alimentado por el régimen comunista chino no facilita la claridad: entre los 67 obispos oficialmente reconocidos por las autoridades de Pekín, una decena están en cualquier caso sometidos a una estricta vigilancia por parte del Estado, mientras que hay supuestamente 13 obispos «clandestinos» mantenidos bajo custodia o restringidos en su ministerio y una quincena de sacerdotes chinos que se habrían proclamado obispos, desafiando a las autoridades civiles y eclesiásticas. Y la situación se complica aún más si nos fijamos en los casos de ilegitimidad real y los excomulgados.

Camisa negra y tarjeta roja

Lo cierto es que las denuncias contra la persecución religiosa en China se multiplican, y desde muchos frentes. El reciente Informe sobre Libertad Religiosa elaborado por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) confirma que China (y Corea del Norte) es la camiseta negra del mundo, en un contexto global que constata un empeoramiento general de la persecución en el odio a la fe. China y Corea del Norte figuran como los dos países asiáticos con el peor historial de violaciones de los derechos humanos, incluidas las que atentan contra la libertad religiosa. El Estado ejerce allí un control totalitario mediante la vigilancia y medidas extremas de represión contra la población.

Fuera del Informe de la AIN, las críticas se dirigen sobre todo al acuerdo entre la Santa Sede y el régimen de Pekín sobre el nombramiento de obispos, estipulado en 2018 y renovado -en medio de mucha perplejidad- en 2020 y de nuevo en 2022. Un acuerdo que ya ha hecho digerir a la Santa Sede más de un sapo: el último, por orden de tiempo, ha sido la confirmación papal hace unos días del obispo de Shanghai, Joseph Shen Bin, trasladado autónomamente por el régimen de Pekín e instalado ya en abril. Aparte de una tarjeta digital naranja, aquí estamos en el rojo intenso. Como si quisiéramos decir que, al final, laicismo exasperado y represión ideológica son dos aristas de una misma herida, cada vez más frecuente.

 

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción zenit

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