(ZENIT Noticias / Quebec, 09.10.2024).- El 3 de octubre, un devastador incendio destruyó la iglesia Notre-Dame-des-Sept-Allégresses, de 110 años de antigüedad, en Quebec, uno de los últimos incidentes de una inquietante tendencia de incendios en iglesias que arrasan Canadá. Si bien no se reportaron heridos, el incendio dejó el techo de la iglesia derrumbado y uno de sus campanarios reducido a escombros. La causa del incendio sigue sin determinarse, pero el evento es un duro recordatorio de la serie de ataques a iglesias que se han producido en el país en los últimos años.
Los orígenes de esta ola de destrucción de iglesias se remontan a 2021, cuando un radar de penetración terrestre supuestamente identificó posibles lugares de enterramiento de niños indígenas en la antigua escuela residencial india de Kamloops en Columbia Británica. El descubrimiento provocó un reconocimiento nacional sobre el legado de las escuelas residenciales, muchas de las cuales estaban dirigidas por instituciones cristianas, incluida la Iglesia católica.
A raíz de estas revelaciones, Canadá fue testigo de una ola sin precedentes de ataques a iglesias. Se informó de que entre 33 y 80 iglesias fueron vandalizadas, quemadas o profanadas en todo el país. Si bien el descubrimiento en Kamloops avivó la ira y los pedidos de rendición de cuentas, estos ataques parecieron ser actos de vandalismo e incendios provocados en represalia. Las investigaciones confirmaron posteriormente que varios de estos incendios fueron intencionales.
A pesar de la escala de estos incidentes, las reacciones de los medios de comunicación y los políticos han sido desiguales. Muchas figuras conservadoras se apresuraron a denunciar la violencia contra los lugares de culto cristianos, pero las respuestas de las voces progresistas fueron notablemente más silenciosas. Michael Taube, columnista canadiense y ex redactor de discursos del Primer Ministro Stephen Harper, sostiene que este silencio revela una corriente subyacente de animosidad hacia el cristianismo entre ciertas facciones de la izquierda política. Sugiere que para algunos, el papel de la iglesia en el sistema de escuelas residenciales ha dejado un resentimiento duradero que se manifiesta en una alarmante tolerancia hacia la profanación de instituciones religiosas.
En su crítica, Taube destaca un cambio social más amplio en el que las creencias e instituciones religiosas tradicionales, en particular las asociadas con el cristianismo, son vistas cada vez con más escepticismo o desdén. Para algunos, la destrucción de iglesias puede incluso parecer una forma de retribución por la dolorosa historia de los internados. Sin embargo, Taube advierte que se trata de un paso en falso peligroso, que confunde las acciones de las instituciones del pasado con la necesidad actual de diálogo y sanación.
Más allá de los ataques a los lugares de culto cristianos, Canadá también ha sido testigo de un aumento del activismo de extrema izquierda, las tensiones raciales y el comportamiento antisemita, en particular tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 a Israel. Estos movimientos ponen en entredicho la reputación de larga data de Canadá como nación segura y acogedora. La imagen del país, sostiene Taube, ha quedado destrozada por estos actos de violencia y disturbios.
Un aspecto preocupante de esta cuestión es la falta de atención sostenida de los principales medios de comunicación canadienses. Aunque se han denunciado numerosos incendios y actos de vandalismo, no ha habido debates sociales más amplios sobre las motivaciones que se esconden detrás de estos ataques (y la falta de protección de los lugares de culto). Este silencio de los medios, sumado a la destrucción de iglesias, ha erosionado aún más la confianza de los canadienses en sus instituciones. Según un estudio de la Comisión Canadiense de Radio, Televisión y Telecomunicaciones (CRTC), solo el 32% de los canadienses cree que la información presentada por los medios es precisa e imparcial.
Esta pérdida de confianza en instituciones seculares como los medios coincide con la quema literal de instituciones religiosas, lo que crea una crisis de fe en múltiples niveles. Mientras que la iglesia proporciona orientación espiritual, los medios tienen la tarea de informar al público y exigir responsabilidades a los poderosos. Cuando ambos se ven comprometidos, el tejido social de la nación comienza a desmoronarse.
El incendio de la iglesia de Notre-Dame-des-Sept-Allégresses, aunque fue solo un incidente, es emblemático de las tensiones más amplias que existen en Canadá hoy en día. El conflicto refleja no sólo la ira que se ha generado por las injusticias históricas, sino también la creciente indiferencia u hostilidad hacia la fe en la vida pública. Mientras los canadienses lidian con estos problemas, la necesidad de una reflexión y un diálogo honestos se vuelve más urgente que nunca.
Si bien no se pueden negar las profundas cicatrices que dejó el sistema de escuelas residenciales, el camino hacia la reconciliación no debe pasar por la destrucción de espacios sagrados. Estos actos de violencia no sólo perjudican a las comunidades religiosas que todavía dependen de estas iglesias, sino que también profundizan las divisiones sociales. Mientras Canadá busca reconciliar su pasado, también debe salvaguardar su futuro fomentando el respeto mutuo y protegiendo los derechos de todos sus ciudadanos, incluida la libertad de practicar su religión sin temor.
En medio de un creciente malestar y un fracaso institucional, las llamas que consumen las iglesias de Canadá son un duro recordatorio de la fragilidad tanto de la fe como de la confianza en una nación cambiante.
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