Adviento © Cathopic

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Mons. Enrique Díaz Díaz: “Vino la Palabra”

II Domingo de Adviento

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Baruc 5, 1-9: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”

Salmo 125: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”

Filipenses 1, 4-6. 8-11: “Llenos de frutos de justicia”

San Lucas 3, 1-6: “Hagan rectos sus senderos” 

¿Fenómenos sicológicos, paranormales, curación o milagro? No lo sé, pero así aconteció. Después de un largo tiempo de oración, el maestro se acercó a la niña que le presentaban, le frotó el cuello, le hizo unos masajes y pequeñas pulsaciones con el dedo en los oídos, y la niña empezó a hacer sonidos. “¿Cuántos años tiene?” Preguntó a la mamá. Ella con los ojos llorosos le dijo: “Ya tiene 12 años. Así nació: sorda y muda”. El maestro la miró de reojo, en silencio, y puso toda su atención en  la niña. “Fernanda es su nombre, pero siempre le he dicho Ferdy” añadió la mamá. Él comenzó a emitir sonidos cerca de sus oídos, como un mantra, como un pequeño murmullo que llegara a lo profundo de sus oídos. Y ante la sorpresa de todos, la niña, torpemente, empezó a emitir los mismos sonidos que el maestro: “¡Ferdy!, ¡Ferdy!…” repitió, el maestro una y otra vez, recalcando cada letra. “Ffffeeerrrdddyyy..” repitió la niña con gran dificultad. Después otras palabras: mamá, papá… y cada palabra fue repetida con dificultad. Todos estaban asombrados. La madre lloraba de emoción y los ojos de Ferdy brillaban y se abría para ella un nuevo horizonte. “Ya oye, que es lo más importante. Escuchar la palabra es primero. Que siga escuchando para que pueda aprender. Después, poco a poco, aprenderá a hablar”, concluyó el maestro.

“Vino la Palabra”, nos dice san Lucas situando la predicación de Juan tanto en la historia del mundo pagano como en la historia del pueblo de Israel. Y, aunque todos los datos que enmarcan este comienzo son verificables, él está más interesado en hacer resaltar el símbolo que representan: por una parte, el poder civil estructurado a modo de pirámide; y por otra, el poder religioso representado por dos personajes emparentados entre sí, Caifás, sacerdote en activo, títere de Anás que había sido destituido. Poder político y religión judía no son capaces de dar respuesta a los anhelos del pueblo pobre y humilde.  En un punto de la historia, Dios envía su Palabra, se mensaje a Juan, hijo de Zacarías. Y continúan las contradicciones y llamadas de atención: Juan, hijo de aquel que había sido mudo, recibe ahora la Palabra; el hijo de la mujer que había sido estéril, ahora tiene la misión de presentar la vida. Y junto a la solemnidad y precisión del comienzo, la imprecisión respecto al lugar: “en el desierto”. La llegada de Jesús no es pura casualidad en la historia, ni está al margen de la historia concreta de los hombres. Está encarnada, llega silenciosa, callada, en algún lugar muy concreto. La Palabra sale en búsqueda de quien quiera escucharla. En el principio está la Palabra.

Vivimos en un mundo de gran  comunicación, estamos cada día mejor informados, pero cada día escuchamos menos, nos comunicamos menos. Quedamos aislados e incapaces de entablar relaciones de amor y amistad. El poder y un mundo materialista han substituido al Dios de la vida y el hombre se encuentra vacío y aunque quiere balbucear y comunicarse, no encuentra nada en su corazón porque no ha escuchado la Palabra. También para el hombre de hoy llega la Palabra, también para quienes se sienten abrumados y cargando penosamente su silencio, hay razones de esperanza. El profeta Baruc dirige palabras de esperanza a un pueblo desterrado y disperso. El deseo de Dios es que cambie sus vestidos de luto y aflicción y se vista de esplendor, que vuelva a reunirse, camine seguro y con alegría. A tal punto espera este nuevo retorno que le ofrece un nuevo nombre: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”, que al mismo tiempo es una meta y un camino para alcanzar la transformación. Sin una verdadera paz donde se enderecen los caminos no podrá haber justicia, no se puede llegar a Dios si no se establecen nuevas relaciones entre los hermanos, si no se tienden puentes entre los que se han dividido y si no reconocen los derechos de quienes han sido marginados. ¡Cuánto anhelamos también nosotros ese nuevo nombre brotado de la paz y la justicia!

El tiempo de Adviento es un tiempo de escucha. Requiere desierto, silencio y soledad. Necesitamos espacios para escuchar la Palabra que hoy llega a nosotros. Solamente después podremos pronunciarla, vivirla y transformar nuestros ambientes. El camino del Adviento exige allanar los senderos, enderezar los caminos torcidos y rellenar los profundos huecos que se han formado en nuestras vidas al margen de Dios. Para que la causa de la paz se abra camino en la mente y el corazón de todos los hombres y, de modo especial, de aquellos que están llamados a servir a sus ciudadanos, es preciso que esté apoyada en firmes convicciones morales, en la serenidad de los ánimos, a veces tensos y polarizados, y en la búsqueda constante del bien común nacional, regional y mundial. Solamente abriendo el corazón podremos hacer fructificar la Palabra. Pero la Palabra no debe quedar estéril, sino penetrar y transformar. El criterio para saber que ha llegado la Palabra es que nos abra a cada persona, sobre todo a los más pobres para que puedan ponerse de pie y caminar con dignidad, para que puedan participar del banquete mismo de la vida.

Las Palabra que escucha en su corazón Juan el Bautista y que hoy nos transmite, pide conversión y un verdadero cambio de corazón. Sólo así alcanzaremos la verdadera paz que nos ofrece Baruc. La consecución de la paz requiere la lucha contra la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños, requiere además la promoción de una auténtica cultura de la vida, que respete la dignidad del ser humano en plenitud.

¿Qué estamos haciendo para escuchar la Palabra? ¿Cómo estamos construyendo esa nueva paz?

Padre Bueno, que nos has enviado a tu Hijo Jesucristo como Palabra de vida, abre nuestros oídos y nuestros corazones, para que, escuchándolo y siguiéndolo, transformemos nuestro mundo en una comunidad, “Paz en la justicia y gloria en la Piedad”. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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