CIUDAD DEL VATICANO, 23 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Ante los prelados de Bélgica, Juan Pablo II subrayó el sábado la misión específica del obispo y del sacerdote en una «sociedad que pierde sus referencia tradicionales y favorece voluntariamente un relativismo generalizado».
Encabezados por el cardenal Godfried Danneels, los obispos belgas fueron recibidos por el Santo Padre al término de su visita «Ad limina».
En el encuentro, el Papa expresó su preocupación por la situación de la Iglesia en Bélgica y recalcó que el «primer deber es dar a conocer a Cristo y el Evangelio».
«No se puede ocultar –afirmó— una real inquietud frente a la significativa caída de la práctica religiosa», relativa tanto a las eucaristías dominicales como a la celebración de sacramentos como el bautismo y el matrimonio.
La «crisis persistente de vocaciones» también se hace presente en un proceso de secularización que puede hacer pensar que la sociedad belga «ha dado la espalda a sus raíces cristianas».
En este contexto, Juan Pablo II calificó de «inquietante» la nueva legislación nacional que «afecta a las dimensiones fundamentales de la vida humana y social, como el nacimiento, el matrimonio, la familia y también la enfermedad y la muerte».
Ante estos cambios legislativos que «inciden profundamente en la dimensión ética de la vida humana», los prelados deben «reafirmar la visión cristiana de la existencia», advirtió el Papa.
De aquí la necesidad de desarrollar la formación teológica, espiritual y moral de los fieles, empezando por los jóvenes.
Sin embargo, el Santo Padre observó que la renovación de la vida cristiana no puede venir sólo de una reforma exterior, sino más bien «de una renovación interior de la vida de fe».
Precisamente en ello, el ministerio sacerdotal «encuentra su verdadero significado», puesto que el sacerdote no debe solamente «ser el animador o el coordinador de la comunidad», sino que debe «representar espiritualmente, en la sociedad, a Cristo Salvador».
Juan Pablo II invitó también a los obispos, «en unión con las parroquias», a «difundir la Biblia entre las familias», profundizando por otro lado en «la importancia de la Eucaristía» para la vida personal y comunitaria.
Finalmente, se detuvo en la educación de los jóvenes. Las «riquezas de la identidad católica» ofrecen a las jóvenes generaciones «la mejor tradición educativa de la Iglesia» junto a los «principios morales indispensables para avanzar con serenidad y responsabilidad en el camino de la vida», destacó.