CIUDAD DEL VATICANO, 23 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la síntesis de la intervención pronunciada por el cardenal Carlos Amigo Vallejo, arzobispo de Sevilla, en la XVIII Conferencia Internacional sobre «La depresión», convocada por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud del 13 al 14 de noviembre. Este resumen ha sido distribuido por la organización del Congreso.
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¿Cómo se puede ayudar espiritualmente al enfermo deprimido? ¿Qué decir a su familia? ¿Qué apoyos pastorales ofrecer a unos y a otros? Nuestro cometido, como sacerdotes, como catequistas, como directores espirituales, como agentes de la pastoral de la salud, es acompañar y cuidar de estas personas deprimidas de una manera espiritual, ayudándoles a vivir la vida de la gracia, de la fe, del Espíritu que hay en ellas. Y poniendo en ejecución aquellas acciones pastorales más adecuadas para «evangelizar» al deprimido. Es decir: para poner a Cristo como levadura de curación en su vida, para que cambie por completo la masa de una existencia tan deteriorada.
En el cuidado espiritual de esta persona debe estar siempre presente la compañía y la eficacia de la gracia de la adopción divina. En Cristo hemos sido reconciliados con el Padre (Romanos 5,10). Dios nos recibe y quiere como somos: redimidos por Jesucristo y regalados con la presencia y gracia del Espíritu Santo.
La familia sufre cuando uno de los suyos está afectado de depresión. Por otra parte, esa familia puede ser el mejor terapeuta para el deprimido. Escuchar, comprender, animar. Valorar siempre a la persona. Ayudarle a participar. Hacerles ver que uno se siente a gusto a su lado y que en forma alguna consideran al deprimido como un farsante que finge enfermedad con intereses de comodidad o desesperanza.
Como cristianos, no podemos dar a los demás otro pan sino aquel del que nosotros mismos nos alimentamos: el pan de la palabra y el pan de los sacramentos. No hay, pues, por parte de los agentes de la pastoral, que caer en la trampa del psicologismo, siendo terapeutas aficionados y pastores mediocres.
El amor de quien sirve, se hace respeto exquisito ante la situación del necesitado, se aleja de cualquier forma de pietismo, resignación negativa o paternalismo. Por el contrario, ayuda para acercarse a la bondad de Dios, cuidador de todas las cosas, para la aceptación objetiva de la realidad personal y para abrirse al apoyo que otros puedan prestar.