CIUDAD DEL VATICANO, 26 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Recordando la íntima relación que existe entre santidad y misión, Juan Pablo II ha llamado a las Iglesias particulares del continente americano a extender su impulso evangelizador más allá de sus fronteras.
Así se expresa en el mensaje que ha enviado con ocasión del II Congreso Americano Misionero (CAM2), abierto el martes en Guatemala, al cardenal Rodolfo Quezada Toruño, arzobispo de Guatemala y presidente del CAM2.
Hasta el próximo domingo, la Iglesia misionera desde Alaska hasta Tierra del Fuego se reúne en este «cenáculo misionero continental» –en palabras del Santo Padre– al que asisten más de tres mil delegados de todos los países americanos y, como enviado papal, el cardenal Crescenzio Sepe, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
Desde el inicio de la evangelización, «el Espíritu del Señor ha suscitado en esas benditas tierras hermosos frutos de santidad en hombres y mujeres que, fieles al mandato misionero del Señor, han entregado su propia vida al anuncio del mensaje cristiano, incluso en circunstancias y condiciones heroicas», reconoce el Papa en su misiva.
«En la base de este maravilloso dinamismo misionero estaba, sin duda, su santidad personal y también la de sus comunidades», recalca.
Por ello, «un renovado impulso de la misión ad gentes, en América y desde América, exige también hoy misioneros santos y comunidades eclesiales santas».
Y es que, como explica el Papa, la llamada a la misión «está unida a la santidad», «un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia» (Cf. Redemptoris missio, 90).
El camino a la santidad es el fundamento «sobre el cual debería basarse la programación pastoral de cada Iglesia particular», señala el Papa.
Ello reclama una «pedagogía de la santidad» «que debe distinguirse por la primacía que se ha de dar a la persona de Jesucristo, a la escucha y anuncio de su Palabra, a la participación plena y activa en los sacramentos, y al cultivo de la oración como encuentro personal con el Señor».
El objetivo de la misión –recuerda el Santo Padre– es la «humanidad que anhela o que siente nostalgia de la belleza de Cristo». Millones de personas padecen, sin la fe, «la más grave de las pobrezas» y para ellas «el anuncio de la Buena Noticia es una tarea vital e inderogable».
«Este Congreso está orientado hacia dicha tarea. Responded, pues, con prontitud al llamado del Señor», exhorta el Papa.
«Las Iglesias particulares del continente están llamadas a extender su impulso evangelizador más allá de sus fronteras continentales. No pueden guardar para sí las inmensas riquezas de su patrimonio cristiano», insiste Juan Pablo II citando la Exhortación apostólica postsinodal «Ecclesia in America».
«Grande es la responsabilidad de vuestras Iglesias particulares en la obra de evangelización del mundo contemporáneo –concluye–. Grande es el fruto que ellas podrán dar en esta nueva primavera misionera “si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo”» (Redemptoris missio, 92).