(ZENIT – 5 mayo 2019).- A las 13 horas (12 horas en Roma), el Santo Padre Francisco subió al podio que se encuentra fuera de la Catedral de San Alexander Nevsky, donde se encuentra el icono de Nessebar.
El Papa se reunió en oración silenciosa frente a la efigie mientras el coro cantaba una canción mariana. Luego dirigió el recital de Regina Coeli en la plaza frente a la Catedral de San Alexander Nevsky,
En presencia de unos tres mil fieles. Al final saludó a los representantes de las confesiones religiosas presentes en Bulgaria.
Posteriormente, se trasladó en automóvil a la Nunciatura Apostólica de Sofía, donde fue recibido por las monjas y algunos colaboradores de la Representación Papal.
Publicamos a continuación las palabras del Santo Padre al presentar la oración mariana:
***
Palabras del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, “¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado!”.
Con estas palabras, los cristianos —ortodoxos y católicos— de estas tierras de Bulgaria se saludan desde tiempos antiguos durante el tiempo pascual. Dichas palabras expresan la gran alegría por la victoria de Jesucristo sobre el mal y sobre la muerte. Son una afirmación y un testimonio del corazón de nuestra fe: Cristo vive. Él es nuestra esperanza y la más hermosa juventud del mundo. Todo lo que Él toca se hace nuevo, se llena de vida. Por eso, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de vosotros son: ¡Él vive y te quiere vivo! Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza (cf. Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 1-2) Él vive, te quiere vivo y camina contigo.
Esta fe en Cristo resucitado se proclama desde hace dos mil años en cada rincón de la tierra, gracias a la misión generosa de tantos creyentes, que fueron llamados a darlo todo por el anuncio evangélico, sin guardar nada para sí mismos. En la historia de la Iglesia, también aquí en Bulgaria, hubo pastores que se distinguieron por la santidad de su vida. Entre ellos me agrada recordar a san Juan XXIII, mi predecesor, a quien vosotros llamáis “el santo búlgaro”, un santo pastor cuya memoria está particularmente viva en esta tierra, donde él vivió desde 1925 hasta 1934. Aquí aprendió a valorar la tradición de la Iglesia oriental, manteniendo relaciones de amistad con las otras confesiones religiosas. Su experiencia diplomática y pastoral en Bulgaria dejó una huella tan fuerte en su corazón de pastor que lo llevó a promover en la Iglesia la visión del diálogo ecuménico, que tuvo un impulso notable en el Concilio Vaticano II, querido justamente por el papa Roncalli. En cierto sentido, debemos agradecerle a esta tierra la sabia e inspiradora intuición del “Papa bueno”.
En el surco de este camino ecuménico, dentro de poco tendré la alegría de saludar a los responsables de las diversas confesiones religiosas de Bulgaria que, aun siendo un país ortodoxo, es una encrucijada donde se encuentran y dialogan distintas expresiones religiosas. La grata presencia en este encuentro de los representantes de esas distintas comunidades, muestra el deseo de todos por recorrer la senda, cada día más necesaria «de asumir la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019).
Nos encontramos cerca de la antigua iglesia de Santa Sofía, y junto a la iglesia Patriarcal de San Alejandro Nevski, donde antes he rezado recordando a los santos Cirilo y Metodio, evangelizadores de los pueblos eslavos. Con el deseo de manifestar mi estima y afecto a esta venerada Iglesia ortodoxa de Bulgaria, tuve la alegría de saludar y abrazar a mi hermano Su Santidad Neofit, Patriarca, como también a los Metropolitas del Santo Sínodo.
Nos dirigimos ahora a la Santísima Virgen María, Reina del cielo y de la tierra, para que interceda ante el Señor Resucitado, y conceda a esta amada tierra el impulso necesario para ser tierra de encuentro; en la que, más allá de las diferencias culturales, religiosas o étnicas os sigáis reconociendo y valorando como hijos y hermanos de un mismo Padre. Nuestra invocación se expresa con la antigua oración del Regina Coeli. Lo hacemos aquí, en Sofía, delante del icono de la Virgen de Nesebar, que significa “Puerta del cielo”, y que era tan querida por mi predecesor san Juan XXIII, que comenzó a venerarla aquí en Bulgaria y la llevó consigo hasta la muerte.
Regina Coeli, laetare! Alleluia!…
© Librería Editorial Vaticano