LA HABANA, martes, 3 febrero 2004 (ZENIT.org).- En medio de la crisis por la que atraviesa la familia en Cuba –el 70 por ciento de los matrimonios acaba en divorcio–, la Iglesia en la isla ha proclamado 2004 como año de la familia.
Un artículo publicado por Orlando Márquez, portavoz de la Conferencia de los Obispos de Cuba en la última edición de la revista «Palabra Nueva», menciona algunas de las actividades que con este motivo está promoviendo la Iglesia, como el Simposio bajo el lema «Familia cubana abre tus puertas a Cristo», celebrado a finales de enero.
Para el mes de diciembre está previsto además un Congreso Nacional de la Familia. Entre ambos eventos se ha previsto un tiempo para reflexiones y talleres parroquiales, zonales, vicariales y diocesanos. Conferencistas nacionales y extranjeros disertarán sobre «El papel de la familia en la edificación de una sociedad sana»; «La familia en Cuba»; «Funcionalidad y disfuncionalidad de la familia en la sociedad actual», etc.
«Careciendo la Iglesia de influencias fuera de su propio perímetro, desoída e ignorada por las autoridades en éste y otros asuntos, ¿qué de trascendente tiene dedicar un año a reflexionar, rezar, pensar y repensar sobre la familia en Cuba?», se pregunta Márquez.
«¿Cuál es la importancia de que unas diez personas discutan en un taller de Simposio sobre desintegración familiar y lo comenten después a una asamblea que cuenta con cien personas tal vez, y aún se impriman y se divulguen esas reflexiones entre algunos cientos de personas más si, en realidad, la mayor parte de ese 70 por ciento de matrimonios que terminan en divorcio, o gran parte de las familias cubanas, divididas por la emigración, no conocerán de estas reflexiones ni de las sugerencias que pudieran surgir? », sigue interrogándose.
«Claro que existen estructuras gubernamentales condicionantes de la vida familiar que no van a cambiar simplemente porque la Iglesia dedique un año a reflexionar sobre la familia –responde–. Pero cuando un médico católico se niega a practicar un aborto, por ejemplo, no sólo está dando testimonio de su fe, sino también aportando un esfuerzo concreto por humanizar el entorno donde trabaja».
«La fe se confronta en la sociedad y allí se hace sal y fermento y levadura –sigue diciendo–. Necesitamos de la familia eclesial para fortalecer nuestras convicciones espirituales, pero no para autocomplacernos entre nosotros sino para llegar como “extraños” al mundo extraeclesial que debemos ayudar a transformar».
«Es cierto que no está en nuestras manos modificar, de momento, algunas estructuras sociales que no coinciden con nuestras concepciones familiares, sin embargo el testimonio personal, la oración y la palabra cercana, pueden hacer mucho», asegura.
«Necesitamos fomentar familias sanas pues sólo así un país mejor es posible», concluye el artículo.