CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 1 abril 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II reza en este mes de abril por la sólida formación de seminaristas y sacerdotes, así como por el desarrollo del espíritu misionero en la comunidad cristiana.
Así lo presenta el Apostolado de la Oración, encargado de comunicar las intenciones que el Papa asume todos los meses para ofrecer sus oraciones y sacrificios junto a miles de fieles, religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos.
Todos los meses, escoge dos intenciones, una general y otra específicamente misionera.
La «intención general» de abril dice textualmente: «Para que, con un cuidado particular, se promuevan la sólida preparación de los candidatos a las Sagradas Órdenes y la formación permanente de los ministros ya ordenados».
Una oración que el «Apostolado de la Oración» ha compuesto con este motivo reconoce que la misión de los sacerdotes «cada día es más difícil su misión en un mundo que propone continuamente nuevos planteamientos, fruto del progreso de las ciencias, la técnica y la evolución de la sociedad. Ya no es suficiente la palabra por razón de la autoridad de quien la pronuncia».
Por eso, concluye implorando: «Haz, Señor, que la Iglesia acierte en dar la formación necesaria a los candidatos a la ordenación y luego en conservar su aptitud con una formación permanente que les abra al diálogo con la cultura de la sociedad de hoy».
La «intención misionera» de abril dice así: «para que el espíritu misionero exterior sea tema de reflexión y motivo de constante empeño en la pastoral ordinaria de la comunidad cristiana».
En un comentario publicado en la agencia Fides, el padre Antonio M. Pernia, superior general de la Sociedad del Verbo Divino (SVD).
«No se puede ser cristiano y no ser misionero –explica el misionero–. No se puede ser seguidor de Jesús y no anunciarlo a los otros, sobre todo a los que no han oído nunca hablar de El. Esto implica que la misión ad gentes no es un cargo especial confiado a un grupo particular de personas en la Iglesia, como son los religiosos o los misioneros».
«Por el contrario, la misión es responsabilidad de todo miembro de la Iglesia, de todo cristiano, de todo creyente en Jesucristo. Se puede medir la profundidad de la propia fe en Jesús según la intensidad del compromiso en compartir la Buena Nueva de Jesús con los otros», concluye.