ROMA, jueves, 8 abril 2004 (ZENIT.org).- El terrorismo lleva a los hombres y mujeres a vivir como si fuera siempre Viernes Santo, día de pasión, pero el descubrimiento de Jesús lleva a la Pascua perenne, afirma Chiara Lubich.
La fundadora y presidente del Movimiento de los Focolares, analiza con ojos cristianos en esta entrevista concedida a Zenit el miedo que muchas personas viven en esta Semana Santa a causa del flagelo terrorista.
–En el mundo se respira un clima de miedo por la amenaza terrorista, ¿que respuesta ofrece el misterio del Viernes Santo y de la Pascua de Resurrección?
–Chiara Lubich: Cada día es un Viernes Santo. Al ver el telediario, ante la sucesión de asesinatos y atentados, ante esas imágenes inhumanas de violencia, ante el grito de esos sufrimientos, resuena el grito de abandono que lanzó Jesús al Padre en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»; su prueba más alta, las tinieblas más oscuras. Pero es un grito que no quedó sin respuesta. Jesús no se quedó en el abismo de aquel sufrimiento infinito, sino que, con un esfuerzo inmenso e inimaginable se volvió a abandonar al Padre, superando ese enorme dolor y volvió a conducir así a los hombres al seno del Padre y al abrazo recíproco.
Sabemos cuáles son las causas más profundas del terrorismo: el resentimiento, el odio comprimido, las ganas de venganza incubadas desde hace tiempo por pueblos oprimidos porque los bienes no son compartidos, los derechos no son reconocidos. Lo que falta es la comunión, la capacidad para compartir, la solidaridad. Es urgente, por tanto, suscitar en el mundo, por doquier, espacios de fraternidad, esa fraternidad reconquistada en la cruz.
Desde esa cruz, Jesús nos da la lección altísima, divina, heroica, sobre lo que es el Amor: un amor que no hace distinciones, sino que ama a todos; no busca recompensa, sino que siempre toma la iniciativa; sabe hacerse como el otro, sabe vivir en el otro; tiene una medida sin medida: sabe dar la vida. Este amor tiene una fuerza divina, puede desencadenar la revolución cristiana más poderosa que tiene que invadir no sólo el ámbito espiritual, sino también el humano, renovando cada una de sus expresiones: cultura, política, economía, ciencia, comunicación.
Esta será la lucha más radical contra el terrorismo: mostraremos la potencia de la resurrección que ha vencido al odio y la muerte, el verdadero rostro del cristianismo, un rostro sumamente diferente al del mundo occidental.
–Uno de los carismas del Movimiento de los Focolares es el diálogo ecuménico e interreligioso, hoy más urgente que nunca ante el riesgo del choque de civilizaciones. En estas décadas, la búsqueda del diálogo con las demás religiones ha puesto en ocasiones a un lado la proclamación de Cristo. El cardenal Joseph Ratzinger, en su libro «Fe, verdad, y tolerancia», afirma que el diálogo no puede generar frutos si no se basa en la búsqueda de la verdad y que los católicos no pueden renunciar a la proclamación de la verdad. ¿Cuál es su posición en este sentido?
–Chiara Lubich: Ciertamente compartimos esta posición.
En estas décadas de diálogo se ha reforzado una convicción: lo que se esperan las personas de otras religiones de nosotros los cristianos es sobre todo un testimonio concreto del amor arraigado en el Evangelio, que todos desean y acogen, como si fuera la respuesta a la vocación connatural al amor propia de todo ser humano.
No es casualidad que sea común a toda religión la «regla de oro»: «Haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti». En el clima de amor recíproco que suscita la aplicación de la «regla de oro», se puede establecer el diálogo con los demás, diálogo en el que uno trata de «hacerse nada», «hacerse uno» con los demás para «entrar» en cierto sentido en ellos.
Aquí está el secreto de ese diálogo que puede generar la fraternidad. En ocasiones es un arte fatigoso, pero siempre vital y fecundo. Tiene un efecto doble: nos ayuda a inculturarnos, conociendo así la religión, el lenguaje del otro, y predispone a los demás a escucharnos.
Hemos constatado, de hecho, que el interlocutor es tocado y pide explicaciones. Podemos pasar así al «anuncio respetuoso», en el que, por lealtad ante Dios, ante nosotros mismos, y también por sinceridad ante el prójimo, afirmamos lo que dice nuestra fe sobre el argumento del que hablamos, sin que por ello impongamos nada al otro, sin rastros de proselitismo, sino con amor. En ese momento para nosotros, los cristianos, del diálogo brota el anuncio del Evangelio.
–María se encuentra en el centro de vuestra espiritualidad y de vuestra vida. ¿Nos puede ilustrar la manera en que la Virgen puede favorecer el diálogo ecuménico e interreligioso?
–Chiara Lubich: María es maestra del diálogo. Aunque fue super-elegida, supo hacerse nada por amor, en la acogida total e incondicional a los designios de Dios.
Nuestros hermanos y hermanas de otros credos deben encontrar en nosotros, los cristianos, esta acogida, este vaciamiento por amor para descubrir el Amor de Dios que a través nuestro les ama inmensamente.
Se convierten entonces en experiencia viva en el diálogo con los judíos, musulmanes, budistas e hindúes, aquellas palabras pronunciadas por el Papa en Madras, en la India: «Hagamos que a través del diálogo Dios esté presente entre nosotros para que, al abrirnos unos a otros en el diálogo, nos abramos también a Dios. Y el fruto es la unión entre los hombres y la unión de los hombres con Dios».
Juntos podemos trabajar de este modo para que el pluralismo religioso no sea fuente de divisiones y conflictos, sino que contribuya a recomponer la familia humana.
–¿De dónde saca su fuerza y entusiasmo el Movimiento de los Focolares? ¿De dónde nace este amor ardiente?
–Chiara Lubich: De un gran descubrimiento que constituye el corazón del carisma de la unidad: el mandamiento que Jesús define como nuevo y suyo: «amaos los unos a los otros como yo os he amado». Cuando es vivido con radicalidad, genera la unidad y lleva consigo una consecuencia extraordinaria: el mismo Jesús, el Resucitado, se hace presente entre nosotros, como prometió «a dos o tres reunidos en su nombre», es decir, en su amor, como dicen los Padres.
Una página de los inicios del Movimiento constata la sorpresa de los primeros descubrimientos: «¡La Unidad! Se siente, se ve, se goza, pero… es inefable! Todos gozan de su presencia, todos sufren por su ausencia. Es paz, gozo, amor, ardor, clima de heroísmo, de plena generosidad. ¡Es Jesús entre nosotros!
Y con él, es Pascua perenne.