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No faltan quienes así lo consideran. Incluso un obispo, mayor de edad, que se ha distinguido por rechazar hasta las reformas conciliares, afirma que es un castigo divino, entre otros motivos, por dar la Comunión eucarística en la mano, y porque sigue calificando como idolatría el rito realizado en los jardines vaticanos antes del Sínodo Panamazónico. Ya hemos dicho que no fue adoración, que no hubo idolatría, que no estuvo una imagen de la Pachamama, sino que fue una oración a Dios con símbolos indígenas, con una representación de la fecundidad de la “madre tierra”, pero… ¡cámbiale ideas fijas! Y si un obispo califica esta pandemia como castigo de Dios, ¡qué esperamos de otras personas!
Que Dios nos puede castigar por tantos pecados de la humanidad, lo puede hacer. Que mereceríamos su castigo, es indudable. Que muchos se han olvidado de Dios y se han endiosado a sí mismos, es cierto. Que en la Biblia se narran castigos enviados por Dios, es verdad. Basta recordar el diluvio, la destrucción de Sodoma y Gomorra, las plagas de Egipto, las serpientes venenosas en el desierto contra los rebeldes israelitas, etc. Recuerdo que el primer obispo de Toluca, allá por el año 1952, decía frecuentemente: “¡Qué tiempos tan calamitosos nos ha tocado vivir…” Si viviera hoy, se infartaría al ver tanto pecado, tanta apostasía, tanto libertinaje, tanto crimen…
Que se ha llegado a calificar como triunfo, como liberación, como modernidad, el que cada quien haga lo que quiera sin ningún control moral, es algo que merecería un escarmiento de parte de Dios, a ver si recapacitamos; pero afirmar que esta pandemia es castigo divino, sólo El nos lo podría revelar, o darnos señales claras de que El la mandó. ¿Quiénes somos nosotros para conocer a profundidad los designios de Dios, para atribuirle directamente a El lo que nos está pasando? Ni el Papa se atreve a afirmar esto. Dios conoce todo y permite que sucedan las cosas, porque respeta nuestra libertad, también para equivocarnos. En esto hay irresponsabilidades humanas, y no tenemos por qué culpar a Dios. Entonces, ¿por qué lo permite? Ciertamente para nuestro bien, para que reflexionemos y enderecemos el rumbo de la vida; nunca para nuestro mal. Dios nos ama y nos lo ha manifestado claramente en Jesús.
Por otra parte, muchísima gente se ha acercado más a Dios y ha empezado a reflexionar. Millones seguimos la oración del Papa en la Plaza de San Pedro, no como espectáculo, sino como verdadera meditación y súplica al Señor y a la Virgen María. En mi pueblo, que es chiquitito y con pocos recursos tecnológicos, el domingo pasado se trasmitió, por Facebook, la Misa que celebré en el templo parroquial, con sólo siete fieles, pero se conectaron en vivo 1,732 personas, desde Estados Unidos, Ciudad de México, Toluca, Chiapas, y los mismos pobladores. Ningún domingo tenemos tanta gente en el templo, donde caben no más de 400 personas.
Cierto que no es lo mismo participar de la Misa en forma presencial, que por estos medios electrónicos. No se hace por comodidad y flojera, sino por necesidad. Es por cuidar tu salud, que es lo que Dios quiere. Es una gracia que tengamos estos recursos tecnológicos, que nos acercan a los misterios divinos. Además, Dios no depende de distancias, sino que llega a ti dondequiera que estés, siempre y cuando tengas el corazón dispuesto. La gloria de Dios, como decía San Irineo, es que el ser humano tenga vida, no que la expongamos y la perdamos. A Dios le importas tú, no tanto se importa a Sí mismo. Así es nuestro Dios, todo amor y misericordia. No quiere esclavos, sino hijos, a quienes ama con todo su ser. La Iglesia quiere cuidar a sus hijos, no exponerlos ante esta pandemia.
PENSAR
El Evangelio del domingo pasado nos ilustra muy bien cómo quiere Dios proceder con nosotros: ya no como en el Antiguo Testamento, sino como se nos manifiesta en Jesús. En vez de sumarse a quienes exigían matar a pedradas a una adúltera, como estaba escrito en la ley de Moisés para otros tiempos, él la perdona misericordiosamente, indicándole que ya no vuelva a pecar, que cambie de vida (cf Jn 8,2-11).
Cuando le platican a Jesús que Pilato había asesinado a unos galileos, y él trae a colación los 18 aplastados por la torre de Siloé, no califica esos hechos como castigo de Dios, sino que son acontecimientos que nos deben servir de advertencia para convertirnos, para recapacitar, para enderezar lo que tengamos que modificar (cf Lc 13,1-5).
Así se expresaba el Papa Francisco en su meditación del viernes pasado: “Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás” (27-III-2020).
¡Eso es! Jesucristo, por medio de su Vicario en la tierra, te invita a reflexionar: ¿A qué das más valor: a tu cuerpo, a tus gustos, a tus pasiones, a tu dinero, a tus diversiones? ¿Qué tiempo le concedes a tu familia, a tu alma, a los demás, a Dios? No eres intocable por la pandemia; no eres inmortal y todopoderoso…
ACTUAR
Veamos la pandemia como una oportunidad de reflexionar, de hacer un alto en el camino de la vida, de dar importancia a lo que más vale: tu alma, tu familia, tu salvación eterna. Acércate más a Dios, lee más la Sagrada Escritura, arrepiéntete de corazón y confiésate cuando puedas, dale más tiempo a tu familia, preocúpate de los abandonados y haz el bien a quienes te necesitan. Así, sacarás provecho de esta situación.
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC