Ezequiel 2, 2-5: “Esta raza rebelde sabrá que hay un profeta en medio de ellos”.
Salmo 122: “Ten piedad de nosotros, ten piedad”.
II Corintios 12, 7-10: “Me glorío de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder de Dios”.
San Marcos 6, 1-6: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra”-
Hay una tumba siempre llena de flores, de milagros y de retablos… Ya hace muchos años que murió el Padre José y parece que cada día se siente más vivo su recuerdo. “¿Era muy querido por toda la gente?”, me preguntan quienes lo no conocieron. La mayoría de las personas ahora respondería que sí, pero la realidad es que el Padre José tuvo que vivir momentos de dolor, de soledad y de frustración porque percibía que no eran escuchadas sus palabras. El tiempo y la distancia lo han idealizado y ahora lo honran hasta quienes lo desprestigiaban y se le oponían. “Es más querido un profeta en su tumba que proclamando sus verdades”. La verdad ilumina pero lastima y el verdadero profeta con frecuencia vive en soledad e incomprensión. ¡Qué fácil es llevar flores a una tumba! ¡Qué difícil aceptar la verdad del profeta!
Hoy la liturgia nos presenta tres profetas que sufren la incomprensión y la experiencia dolorosa de la debilidad: Ezequiel debe confrontar un pueblo rebelde, Pablo sufre en carne propia la debilidad y Jesús es rechazado y despreciado en su propio pueblo. ¿Signo doloroso de quien es profeta? Tal parecería: un profeta es descalificado cuando apenas inicia, el otro presentado en sus miserias y el tercero rechazado en su propia casa.
Jesús es verdadero profeta pero no siempre es acompañado por el éxito. Con frecuencia el evangelio nos presenta a Jesús rodeado de multitudes, aclamado y reconocido. Las “multitudes”, compuestas en su mayoría por gentes sencillas, ignorantes, pobres y necesitadas, perciben esa fuerza y esa sabiduría que brotan de sus labios. Reconocen que la sabiduría y los milagros son presencia del Reino de Dios. Reconocido y aceptado, va sembrando su palabra. Pero no todo es miel, su palabra también es contradicción, su palabra cuestiona, su palabra descubre y desnuda las ambiciones de los corazones. Entonces es rechazada y provoca persecución. Cuando Jesús hace el milagro y se manifiesta poderoso es fácil aceptarlo. Cuando sus palabras cuestionan y desestabilizan, cuando van en contra de posiciones y privilegios, cuando desenmascaran y exigen verdad, entonces son rechazadas.
De tanto encarnarse Jesús se ha vuelto uno de tantos. Y ahora es difícil escucharlo. En Nazaret conocen todo de Jesús: su particular historia familiar, su apariencia corporal, sus cabellos, sus ojos, su modo de caminar, sus costumbres y aficiones, muchos de sus episodios infantiles. Nada habían descubierto de particular en este joven que ahora se presenta atrevido en la sinagoga y a quien todos reconocen autoridad y sabiduría. ¿Cómo aceptarlo si siempre lo habían visto como uno más de la pequeña población? ¿Cómo reconocer un profeta en quien está catalogado como un simple artesano, perteneciente a una familia como todas? ¿Cómo es posible reconocer a Dios en un individuo tan familiar, tan vecino, tan ordinario? Un Dios tan cercano, tan próximo y tan a la mano, es difícil de reconocer. Tan encarnado, tan “humano”, se ha vuelto el Mesías que la carne lo oculta y dificulta aceptarlo. Solamente la fe puede ayudar a descubrirlo, pero la fe es lo que falta en Nazaret y así Jesús permanece bloqueado en su actividad milagrosa a favor de los necesitados.
A Jesús le duelen estas desconfianzas y el recibimiento hostil y agresivo de los suyos. Se nota en su reproche adolorido al citar el proverbio respecto a la aceptación del profeta. Se encuentra con una mentalidad estrecha, con la mezquindad y los prejuicios. Le duele la incredulidad de los más cercanos, sin embargo no se llena de amargura, sino que rompe aquel estrecho círculo y lanza su mensaje mucho más allá: “Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos”. La palabra con frecuencia es rechazada cuando no se acomoda a los caprichos y costumbres de ciertos esquemas. Da temor cuando abre nuevas perspectivas y parece insolente anunciar una nueva forma de vivir y ser. Pero el profeta no busca la aceptación y el aplauso de un público al que tiene que agradarle. Él es fiel a una inspiración originaria, busca abrir caminos nuevos, donde el Reino de Dios pueda instaurarse, donde la voluntad del Padre sea la norma, donde el amor y el servicio suplan todos los mandatos, donde lo más importante sea la persona y no las apariencias.
¿Por qué se rechaza hoy a Jesús Profeta? Puede ser que sea rechazado porque nos está cuestionando en profundidad y no somos capaces de una verdadera conversión. Quisiéramos un Evangelio que solamente nos consuele y nos apapache, pero no un Evangelio que nos exija cambio, coherencia y fidelidad. No un Evangelio que desestabilice las estructuras de injusticia y privilegios en los que se ha asentado nuestra sociedad. Se torna un Evangelio revolucionario y peligroso que es rechazado e ignorado. Entonces serían para nosotros las palabras de Ezequiel: “Un pueblo rebelde… testarudos y obstinados…” Si es así, debemos continuar proclamando valientemente el Evangelio. Habrá que ser fieles a nuestra misión de profetas. Pero también me pregunto si el rechazo que sufre el Evangelio no brota de la incoherencia y de la falta de honestidad de quienes deberíamos predicarlo. Cuando nuestra proclamación se hace con reglones demasiado torcidos para ser leídos, cuando no va respaldada por una vida y una opción radical, sino que se diluye en palabras que no van sostenidas por las acciones, entonces el Evangelio no es creíble.
Hay una tercera posibilidad. A veces queremos una predicación que vaya adornada y sostenida por milagros y fuegos artificiales, por ruido y aspavientos. En cambio Cristo se presentó encarnado, humilde, con un trabajo sencillo, como parte de una familia sencilla… y desde ahí, desde su pobreza y apariencia ordinaria, predica, acompaña, sostiene, en silencio, en la oscuridad. Aparece el Profeta en ropas sencillas, y entonces es difícil reconocerlo aun para los de casa. Muchas preguntas me deja la palabra de Dios en este domingo, como discípulo y seguidor de Jesús: ¿Cómo es mi fidelidad al Evangelio, cómo mi fidelidad al estilo de Jesús y cómo mi fe y perseverancia para seguirlo predicando?
Dios nuestro, que en la vida escondida de tu Hijo, nos has manifestado la riqueza de tu Reino, concédenos ser fieles a sus enseñanzas y ejemplos y mantenernos constantes en la escucha y predicación de su Palabra. Amén.