'Convertir el mundo en templo de Dios y del hombre'

Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. ‘El mayor pecado del ser humano es la insensibilidad y la dureza del corazón’

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“Convertir el mundo en templo de Dios y del hombre”, es el título de la carta pastoral del Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, para esta semana. A continuación publicamos el texto íntegro de la misma:

Dios quiere transformar el mundo con nuestra conversión. Y nuestra verdadera conversión comienza con un deseo inmenso y profundo que implora perdón y salvación. De ahí la importancia de la oración cristiana, que es lo opuesto a la evasión de la realidad o a un intimismo consolador. La oración cristiana es fuerza de esperanza, es expresión máxima de la fe en un Dios que es Amor y que nunca abandona al hombre. La conversión es invitación a volver siempre a los brazos de Dios, a fiarnos de Él, a dejarnos regenerar por su Amor. Es una gracia, un don que abre el corazón a la bondad de Dios. 

Impresionan siempre aquellas palabras del Evangelio: “Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo…” (cf. Jn 2, 13-25). Es todo un gesto profético de verdadera provocación, que quiere desbaratar toda manipulación de Dios, que no tolera que se pudran el hombre y el templo. Por eso Jesús dice: “no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado” (cf. Jn 2, 13-25). Esta actuación de Jesús nos está llevando más allá. El templo que Él quiere no es un templo construido por los hombres, sino por Dios. Cristo ha venido para enseñarnos a hacer de este mundo un templo de Dios, donde el hombre sea respetado y considerado desde la dignidad con que Dios mismo lo creó. Ha venido para devolver al ser humano su libertad, ofreciéndonos el camino que nos la regala y, así, poder ofrecerla con nuestra vida: “destruid este templo y en tres días lo levantaré… Él hablaba del templo de su cuerpo” (cf. Jn 2, 13-25).

Para convertir el mundo en templo de Dios y del hombre es necesario saber escuchar y obedecer a Dios. El secreto para tener un corazón que entienda es formarse un corazón capaz de escuchar. Urge tomar en serio escuchar a Dios, oír su Palabra y así, obedecer a Dios que, en Jesucristo, nos ha regalado el modo de ser y vivir del hombre verdadero, el modo de estar junto a los hombres. El mayor pecado del ser humano es la insensibilidad y la dureza del corazón, por eso convertirse a Cristo, hacerse cristiano es recibir un corazón de carne, sensible y con pasión por hacer que todos los hombres sean tratados como imagen y semejanza de Dios. Y, que así, el mundo se convierta en un templo.

Tres claves son necesarias para hacer de este mundo un templo de Dios y del hombre. Yo las llamo con estos nombres: regalar, ofrecer y cambiar. Son llaves que nos abren las puertas para estar presentes en este mundo: 1) salir para regalar la libertad; 2) salir ofreciendo el rostro de Cristo y 3) salir para cambiar el corazón del hombre:

1. Salir para regalar la libertad: es la libertad que Dios nos da y nos ofrece Jesucristo. Es la libertad que nos llama a eliminar cadenas, distancias, descartes, ataduras, es la libertad que nos da Cristo, que nada quita al hombre. Recuerdo aquellas palabras que el día 22 de octubre de 1978, al iniciar su ministerio, San Juan Pablo II nos dijo: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”. Hablaba a los fuertes, a todos aquellos que tienen miedo de que Cristo pueda quitarles algo de su poder, a quienes no han entendido que si lo dejan entrar conocen su propia libertad y que la tienen que dar a los demás. Es la libertad que elimina el dominio de la corrupción, el quebrantamiento del derecho, la arbitrariedad generalizada en las cuestiones más importantes para la vida humana. Si dejamos entrar a Cristo dentro de nosotros, si nos abrimos a Él, no solamente no perdemos nada, sino que hacemos nuestra vida y la de los demás libre, bella y grande. Cristo no quita nada y lo da todo. Dejemos que nuestra vida la ocupe Cristo, que nos regala libertad. No nos dejemos robar la libertad que nos ha dado Jesucristo. Es esta libertad regalada la que, haciéndonos libres, desencadena libertad en aquellos con quienes nos encontremos. Globalicemos con nuestra vida esta libertad que nos ha sido regalada por Cristo.

2. Salir ofreciendo el rostro de Cristo: Jesucristo es la Verdad hecha Persona que atrae hacia sí al mundo. Su rostro es resplandor de Verdad. Sin Él perdemos la orientación, nos aislamos, nos reducimos a mirarnos a nosotros y a mirar solo por nuestros propios intereses. Sólo Él nos hace vivir y nos ayuda a realizarnos plenamente. Solo Él nos capacita para renovar la sociedad a través de la ley del Amor. Salgamos ofreciendo la Verdad, el rostro de Jesucristo. Cuando San Agustín se pregunta sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo y en lo más íntimo de su ser, exclama: “¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?”. Para ofrecer el rostro de Cristo hay que tener un encuentro con Él. Como nos decía el Papa Benedicto XVI: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Por ello, hay que salir al mundo y a encontrarnos con los hombres desde el encuentro con Cristo, ofreciendo su rostro.

3. Salir para cambiar el corazón del hombre: con Cristo se ha abierto de par en par la puerta entre Dios y los hombres. Él sigue llamando a las puertas del mundo, a las puertas del corazón de todos los hombres, para que el Dios vivo y verdadero que se nos ha revelado en Jesucristo pueda llegar a nuestro tiempo y cambiar nuestra vida. Os aseguro que la realidad del mundo no se sostiene sin Dios. La época moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto, que parecía lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política fundada científicamente. El reino de Dios se ha querido reemplazar por la esperanza del reino del hombre. Hemos visto que esta esperanza de un reino del hombre se aleja cada vez más. Por eso, salir y ofrecer a Jesucristo, y ofrecer ese cambio del corazón que solamente Él realiza, es la mejor oferta que podemos hacer para mejorar el mundo y para hacer posible que se globalice todo lo que construye y cambia el corazón del hombre: el amor, la justicia, la paz, la fraternidad, la entrega, el servicio, la verdad, el don de sí mismo. Para que los demás sean lo que tienen que ser. Cristo rompe el hermetismo de un mundo construido por el hombre y que se cierra en sus propios egoísmos. El mundo es el templo donde los hombres viven como hijos de Dios y por eso como hermanos. Donde se manifiesta la gloria de Dios que es la gloria del hombre.

Con gran afecto os bendice:

+Carlos, Arzobispo de Madrid

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Carlos Osoro

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