Pregunta amorosa

XXI Domingo Ordinario

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Isaías 22, 19-23: “Pondré la llave de David sobre su hombro”
Salmo 137: “Señor, tu amor perdura eternamente”
Romanos 11, 33-36: “Todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por Él y todo está orientado hacia Él”
San Mateo 16, 13-20: “Tú eres Pedro y yo te daré las llaves del Reino de los cielos

<p>La pregunta nos llega por sorpresa a todos: “¿Quién dicen que soy yo?”. Y nos presentan al Cristo de Dalí, esa pintura de Jesús Crucificado, tomado en perspectiva y visto desde arriba, cuya cabeza, mirando hacia abajo, es el punto central. Cristo es representado de forma humana y sencilla. Tiene el pelo corto, muy distinto a las representaciones clásicas de Jesús con el pelo largo, y tiene una posición relajada. Cristo no está herido ni está clavado en la cruz; no hay llagas ni heridas ni mucho menos sangre. Parece que flota junto a la cruz. Esta es posiblemente, la obra más humana y humilde que se ha pintado sobre la Crucifixión de Cristo. “Mi principal preocupación era pintar a un Cristo bello como el mismo Dios que Él encarna”, diría el mismo Dalí. Eso es lo que significa para él y lo que quiere expresar a través de su obra. Pero para mí, ¿quién es Jesús? ¿Cómo se manifiesta en mis obras?

Jesús hace una encuesta, sin maquillajes, sin engaños, sin inducciones. Y los discípulos van soltando desparpajadamente las diferentes opiniones, sin darle mucha importancia. Actualmente se realizan también muchas encuestas y también se pide que digamos quién dice la gente que es Jesús. Al escuchar las respuestas encontramos que la mayoría de los cristianos habla de Cristo no como de alguien que lanza a la aventura y nos motiva, sino como de un vecino con el que hemos estado toda la vida, lo conocemos poco, pero hemos perdido el interés por conocerlo más de cerca. Como sucede con lugares excepcionales que llegan visitantes de lejanos lugares, pero los cercanos los ven con indiferencia, o los aprecian sólo por los beneficios que les pudieran reportar. Por ejemplo las cascadas de Agua Azul o el Santuario de la Mariposa Monarca, fueron apreciados por los propios lugareños sólo cuando se acumulaban las visitas. Y esta experiencia la repetimos en muchos lugares: los que tienen una riqueza son quienes menos la aprecian. Me parece que a los católicos con Jesús nos pasa igual. Estamos tan acostumbrados a tenerlo toda la vida que no le damos ninguna importancia y no nos dejamos impactar por Él, por su vida, por su pensamiento, por su ejemplo. No provoca conmoción en nosotros, no nos dejamos impactar.

La pregunta la coloca Mateo a mitad del camino de su vida pública. Jesús hace un alto para cuestionar a sus discípulos sobre el significado de su obra y su persona. Lanza la cuestión sobre lo que opina la gente. «Juan el Bautista” es la primera respuesta. Pero Juan, a pesar de ser un hombre valiente, coherente y honrado, no es el Mesías. “Elías, Jeremías o uno de los profetas”, son personajes que tuvieron una influencia decisiva para la historia del pueblo de Israel, pero que no son el Mesías. Jesús es el centro y el culmen y no es en comparaciones como descubriremos su persona sino encontrándonos con Él. No es lo que opinan los demás, ni nuestros padres, ni nuestros abuelos, sino la relación personal, íntima, de cada uno de nosotros. A Cristo se le compara, se le admira, se le ponen adjetivos, pero para saber quién es, se necesita tener una experiencia personal con Él.

Por eso Cristo hace una pregunta que no podemos evadir ni Pedro, ni los discípulos, ni cada uno de nosotros. No se puede afirmar que Cristo es un profeta que habla en nombre de Dios, y quedarse tan tranquilos, porque Cristo es el Profeta, la Palabra de Dios hecha carne, que se mete en nuestra vida, que la transforma y la cambia, que nos hace ver el mundo de forma diferente. Pero si no escuchamos la Palabra, hablaremos de ideologías y no de vivencias. Pedro afirma que Cristo es el Mesías, pero tiene que adentrarse en todo lo que significa ser “mesías” al estilo de Jesús: no viene a destruir, sino a dar vida; no viene a ser servido, sino a servir; no viene a poner en el pedestal a Israel, sino a construir la fraternidad de todos los pueblos, y esto lo hace por el camino de la pequeñez, de la entrega, de la muerte y la resurrección.

Del corazón y del Espíritu brota la preciosa confesión de Pedro: “Tú eres el Hijo de Dios vivo”. Sin embargo no se imagina todo lo que esta frase encierra; lo harán después en su reflexión, las comunidades cristianas. Es Dios que, tomando carne, asume nuestra condición y comparte nuestro destino. Siendo Dios se hace uno de los nuestros para darnos vida y salvación. Él comparte nuestra vida pero quiere hacernos compartir su vida en un maravilloso intercambio. Pero si nosotros cerramos nuestro corazón, si no nos abrimos a toda la riqueza de este intercambio, nos quedaremos vacíos, a pesar de estar tan cerca de Él. Por eso hoy resuena para cada uno de nosotros la pregunta, al mismo tiempo amorosa y exigente, de Jesús: “y para ti ¿quién soy Yo?”. Es la pregunta del enamorado queriendo mirar el corazón de la persona amada, es un reclamo de amor. ¿Qué le respondemos al Señor? ¿Cómo es nuestra relación personal con Él? ¿Tenemos diálogo con Él, le damos tiempo, lo tomamos en serio?

La confesión de Pedro es paradigma de la confesión de todo creyente. Es la respuesta comprometedora de quien está dispuesto a seguir al Mesías. Es la verdad que poco a poco penetra en el corazón, transforma nuestros intereses, cambia nuestras actitudes y nos asemeja más a Jesús. Duro camino el de transformar nuestras pobres y miserables miras en los ideales generosos, liberadores y serviciales de Jesús. A nosotros también nos dice que somos piedras y que sobre estas piedras, toscas y deformes, quiere construir su Iglesia. No tengamos miedo. Quien deja entrar a Cristo en su corazón no pierde nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera… ¡No tengamos miedo de Cristo! Él no quita nada y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Coloquémonos delante de Jesús, contemplémoslo y dejémonos contemplar. Sintámonos amados y después respondamos sinceramente su pregunta: “y tú, ¿quién dices que soy Yo?”

Jesús, Palabra amorosa del Padre, que vienes a sembrarte en nuestros corazones, concédenos experimentar de tal forma tu presencia que transforme toda nuestra vida. Amén. 

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Enrique Díaz Díaz

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