Bullying Intraeclesial

Reflexiones del obispo Felipe Arizmendi, obispo de San Cristobal de las Casas

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VER

Conversando con una joven que aspira a ingresar a una congregación religiosa, me di cuenta de que le estaban haciendo bromas porque es de poco hablar y muy sencilla en su vida. Recordé que, cuando yo era niño, ya entonces en la escuela había compañeros que nos molestaban y nos hacían sufrir. Lo mismo pasó cuando ingresamos al Seminario Menor varios adolescentes que procedíamos de poblaciones rurales, y otros compañeros provenientes de la ciudad y con más estudios que nosotros, se burlaban porque no entendíamos bien las clases y porque no éramos muy hábiles en los deportes; nos ponían apodos ofensivos, en la hora de los alimentos nos quitaban lo que nos tocaba, nos consideraban menos que ellos. Nos hacían la vida tan pesada, que yo había decidido salir del Seminario, pues no me imaginaba encontrar un ambiente tan difícil en ese lugar. Sin embargo, Dios nos dio la fortaleza necesaria para resistir y los que nos ofendían salieron del Seminario; nos quedamos los que supimos sobrellevar la cruz de la convivencia comunitaria.

En un programa semanal de radio que tengo, me enviaron estos mensajes: ¿Por qué la renovación carismática es criticada por los mismos católicos? ¿Por qué los sacerdotes están en contra cuando hacemos oración y llamamos al Espíritu Santo y caemos en descanso?

Son frecuentes estos conflictos al interior de las comunidades eclesiales. Hay críticas entre unos y otros, no sólo entre movimientos laicales, sino también entre agentes de pastoral. Hay quienes hacen la vida imposible a quienes viven su fe de otra manera, a veces con limitaciones e incoherencias, pero que apenas van caminando en el seguimiento de Jesús y todavía no están maduros para resistir las persecuciones. Algunos se desaniman, e incluso de alejan de la Iglesia y hasta de Dios.

PENSAR

El Papa Francisco nos dice: El modo de relacionarnos con los demás que realmente nos sana en lugar de enfermarnos es una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno” (EG 92).

 “Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras! Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial. A los cristianos quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis. ¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.

 Me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?

Pidamos al Señor que nos haga entender la ley del amor. Todos tenemos simpatías y antipatías, y quizás ahora mismo estamos enojados con alguno. Al menos digamos al Señor: «Señor yo estoy enojado con éste, con aquélla. Yo te pido por él y por ella». Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso en el amor, y es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el amor fraterno!” (EG 98-101).

ACTUAR

En la casa y en la escuela, eduquemos a los niños para la convivencia respetuosa entre hermanos y compañeros. Que no pongamos como criterio para valorar a una persona el que se imponga a los demás por su agresividad. Desterremos la violencia desde la propia familia, para no dar la imagen de que vale más quien grita, ofende y golpea, sino quien más ama, quien más sirve, quien hace más por ayudar a los otros. Defendamos a los oprimidos, para vivir en paz.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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