Giovanni Calabria, fundador de las Congregaciones de los Pobres Siervos de la Divina Providencia. Foto: Vatican Media

“Necesitamos cristianos que sirvan a la Providencia practicando el compartir”, dice el Papa al recibir en audiencia a religiosos pobres siervos de la providencia

“La espiritualidad cristiana de la providencia no es un fatalismo, no significa esperar que lluevan del cielo las soluciones a los problemas y los bienes que necesitamos. No. Por el contrario, significa tratar de asemejarse, en el Espíritu Santo, a nuestro Padre celestial en el cuidado de sus criaturas, especialmente de las más frágiles y pequeñas; significa compartir con los demás lo poco que tenemos para que a nadie le falte lo necesario. Es la actitud del cuidado, más necesaria que nunca para contrarrestar la de la indiferencia”, comento el padre en esta audiencia especial.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 30.05.2022).- En el contexto del Capítulo General de las congregaciones de los Siervos Pobres de la Providencia de la rama masculina y femenina, el Papa Francisco les ha recibido en audiencia en el Vaticano. Ofrecemos a continuación el texto del discurso que les dio el Santo Padre traducido al castellano:

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Me alegro de conocerles con motivo de sus Capítulos Generales. Dirijo mis cordiales saludos a todos y cada uno de ustedes. Al Superior General -al que agradezco sus palabras- y a la Superiora General, con sus respectivos consejos, les deseo un servicio sereno y fructífero.

Ha concluido el trabajo del Capítulo, que tenía este tema: La profecía de la comunión. Y me parece que lo has querido poner en práctica ya en el escenario de estos días. Nuestra comunión nace y se alimenta, en primer lugar, en la relación con Dios Trinidad -lo hemos meditado con los textos de San Juan en este tiempo pascual- y luego se manifiesta concretamente en la fraternidad, en el espíritu de familia, que es también típico de vuestro carisma, y en el estilo sinodal que habéis abrazado en plena sintonía con el camino de toda la Iglesia. Gracias por esto, es valiente, ¡gracias! Es bonito ver a las dos Congregaciones religiosas juntas, con la presencia de algunos laicos que participaron activamente en los Capítulos, reforzando su identidad y pertenencia. Esto también es profecía de comunión.

Según vuestro carisma, estáis llamados a reavivar en el mundo la fe en Dios Padre y el abandono filial a su providencia. ¡Esto es hermoso! Cuando contemplamos a Jesús en su vida pública, en su predicación, incluso en las conversaciones con sus discípulos, vemos que en su corazón estaba en primer lugar este deseo: dar a conocer al Padre, hacer sentir su bondad. Así vivió Jesús, plenamente inmerso en la voluntad del Padre, y toda su misión tuvo como objetivo llevarnos a esta relación filial, que tiene como rasgo esencial la confianza en la Providencia: que el Padre nos conoce mejor que nosotros mismos y sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. Pues bien, ustedes han quedado «fascinados» por esta dimensión esencial del misterio de Cristo. Siguiendo las huellas de San Juan de Calabria, habéis elegido hacerla vuestra y dar testimonio de ella, y queréis hacerlo especialmente en compañía de los más pobres, de los últimos, de los descartados de la sociedad, que son vuestras «perlas», como los llamaba él, vuestro Fundador.

El padre Calabria, como todos los santos, era un profeta. Les ha dejado un gran legado y deben guardarlo. El camino que ha tomado y está tomando no es otra cosa que releer hoy el camino que Dios le indicó: un hombre inserto en la Iglesia de su tiempo, que supo responder a las necesidades yendo a las periferias, para manifestar el rostro paternal y maternal de Dios. Releedlo con fidelidad creativa, buscando nuevos caminos para que el «sueño de Dios» se realice en vuestras comunidades religiosas. Súbelo y vuelve a leerlo.

Yo diría que cultivar la confianza en la providencia divina junto con los pobres os convierte en artesanos de una «cultura de la providencia». Esto es muy importante. No debemos perder esta dimensión, esta cultura de la providencia, que considero un antídoto contra la cultura de la indiferencia, desgraciadamente extendida en las sociedades de la llamada opulencia. De hecho, la espiritualidad cristiana de la providencia no es un fatalismo, no significa esperar que lluevan del cielo las soluciones a los problemas y los bienes que necesitamos. No. Por el contrario, significa tratar de asemejarse, en el Espíritu Santo, a nuestro Padre celestial en el cuidado de sus criaturas, especialmente de las más frágiles y pequeñas; significa compartir con los demás lo poco que tenemos para que a nadie le falte lo necesario. Es la actitud del cuidado, más necesaria que nunca para contrarrestar la de la indiferencia.

Me gustaría volver a insistir en el aspecto del compartir porque me parece que es una parte esencial de la «profecía de comunión» sobre la que queréis caminar juntos. Y lo hago recordando el ejemplo que nos dieron nuestros mayores, nuestros abuelos. Para ellos, cuando un invitado llegaba a la casa de forma inesperada, o cuando un pobre llamaba a la puerta para pedir ayuda, era normal compartir un plato de sopa, o de polenta. Esta fue una forma muy concreta de experimentar la Providencia, como compartir. No hay que idealizar ese mundo, ni refugiarse en nostalgias estériles, sino recuperar unos valores: la mentalidad de quien parte el pan bendiciendo a Dios Padre, confiando en que ese pan nos bastará a nosotros y al prójimo necesitado. Así nos enseñó Jesucristo en el milagro de compartir -no multiplicar- los panes y los peces. Hoy necesitamos cristianos que sirvan a la Providencia practicando el compartir. Y esto abiertamente y con sinceridad, no como Ananías y Safira (cf. Hechos de los Apóstoles 5:1-11), no, abiertamente.

Queridos hermanos y hermanas, San Juan Calabria, con su ejemplo e intercesión, os guía por este camino. No os encerréis en vosotros mismos, en la autorreferencialidad. Traten de abrirse cada vez más para acoger la novedad y el estilo que Dios les ha inspirado y sueña. Que la mentalidad sinodal y fraterna impregne el servicio de autoridad de vuestras Congregaciones y de toda la familia calabresa.

Las periferias geográficas y existenciales a las que el Señor os envía son el campo donde anunciáis el amor providencial del Padre a través de la misericordia sobreabundante, manifestando la ternura del rostro de Dios sin prejuicios ni exclusiones. Ama a los pobres siendo pobre.

Os animo a aprovechar la riqueza de las distintas vocaciones que tenéis en vuestra familia: religiosos, religiosas y laicos, en la comunión de las diferencias y viviendo con radicalidad y entusiasmo la única vocación bautismal.

Que os sintáis portadores de un carisma que es un don para la Iglesia, y que crece en la medida en que lo vivís y lo compartís. Esto da alegría: den su testimonio con sencillez, con humildad pero con valentía, sin mediocridad; y sobre todo yo diría que con un gran sentido de la humanidad. ¡Hay tanta necesidad, de humanidad! Y también entre ustedes, en sus comunidades. Me parece que algo muy malo, en las comunidades, es cuando falta esta dimensión de humanidad. Y una de las cosas que destruye esta comunión humana, de la humanidad, son los chismes: por favor, tengan cuidado. Nunca cotilleen sobre los demás. Si tienes un problema con una hermana o un hermano, ve y díselo a la cara. Y si no puedes decírselo a la cara, trágatelo. Pero no vayas a sembrar inquietudes que dañan y destruyen. La charla es un veneno mortal. Y a menudo está de moda en las comunidades. No, ¡contigo seguro que no pasa! Pero lo digo para que tengan cuidado. Sería bueno que a partir de este capítulo hubiera en cada uno de vosotros la determinación de no cotillear nunca sobre el otro, nunca. Si tengo un problema lo digo a la cara. «No, no puedes porque es un poco neurótico, un poco neurótico…». Pues díselo al superior o a la superiora, que lo puede remediar, pero no vayas sembrando inquietudes que duelen. Que sea una buena resolución: nada de chismes.

Os agradezco que hayáis venido y os deseo un buen camino: ser profecía de comunión dando testimonio del Evangelio de la Providencia, compartiendo con los más pobres, oponiéndose a la cultura del descarte y la indiferencia. Que la Virgen, que por excelencia es la pobre sierva de la providencia de Dios, os acompañe y proteja. Te bendigo de corazón. Por favor, os pido que recéis por mí, porque yo también estoy necesitado. Gracias.

Vea la portada de este folleto: ésta es la que habla. Este cuadro es precioso. La charla destruye la identidad de las personas. Por lo tanto, ¡nada de cháchara!

 

Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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