El milagro que comenzó el proceso de canonización de Juan Pablo II tiene que ver con Florybeth Mora Díaz, una mujer de Costa Rica. Me reuní con ella y la entrevisté. Su historia está publicada en el libro «Junto a Juan Pablo II. Los amigos y colaboradores cuentan» (Ediciones Ares).
Florybeth Mora Díaz, mujer de Edwin Antonio Arce Abarca y madre de cuatro hijos (un quinto falleció) vive en una pequeña localidad que se llama Dulce Nombre de Jesús.
Era una mujer sana, cuando un día sintió de repente un fortísimo dolor en la cabeza. Tras visitar urgencias en el hospital de Cartago, fue trasladada de urgencia al hospital en la capital, San José. Cuenta Florybeth: “Tenía 47 años cuando me puse enferma. Todo sucedió como un rayo caído del cielo: del día a la noche me encontraba en una situación de peligro de muerte. En el momento no era capaz de entender, porque he sido siempre una mujer con buena salud; había ido al hospital solo para dar a luz a mis cinco hijos. Así, cuando me diagnosticaron el daño en el cerebro (rotura de aneurisma de la arteria cerebral derecha con hemorragia) no podía creerlo, ni siquiera después, cuando los médicos me daban pocas horas de vida…
El miedo, sin embargo, se abrió paso en mi mente al leer la tristeza en el rostro de mis hijos y de mi marido; y aumentaba a medida que se evidenciaba mi deterioro físico. En cualquier caso me apoyaba fuertemente en Dios y rezaba por la intercesión de Juan Pablo II».
Mientras la llevaban a casa porque ya no había nada más que hacer, su marido Edwin Antonio desesperado se dirigió a Juan Pablo II: «Santo Padre, te pido, ayúdame e intercede ante Dios por la curación de mi mujer».
El 1 de mayo de 2011, a las dos de la madrugada hora local, en Costa Rica comenzó el directo televisivo de la misa de beatificación del papa Wojtyła.
A pesar de las condiciones en las que se encontraba Florybeth decidió intentar ver la televisión desde su cama, donde se encontraba llena de dolores y totalmente inmovilizada.
A la pregunta sobre por qué se encomendó al papa Wojtyla, Florybeth responde: «porque siempre he creído, también cuando estaba vivo, que era un santo. No tengo ninguna duda que él esté cerca de Dios y que intercede por nosotros delante de nuestro Señor Jesús».
Y al preguntarle sobre cuándo y cómo se dio cuenta que sus oraciones habían sido escuchadas, Florybeth explica: «Mientras estaba sola en mi habitación, escuché una voz interior que me invitaba a levantarme de la cama. Escuché en lo profundo que debía obedecer y tuve la fuerza para hacerlo. Encontré entonces una gran paz y lo más importante fue que no tenía miedo. La sanación física creo que llegó en un segundo momento: el Señor me estaba convenciendo en el espíritu, donándome mucha paz y la certeza de mi sanación». Florybeth se levantó de la cama y fue a la cocina. El marido la vio y asustado la llevó de nuevo a la cama. Ella le dijo que se sentía bien y que algo había sucedido en su físico.
La mañana siguiente llevaron a Florybeth de nuevo al hospital. «Los médicos -cuenta Florybeth- en un primer momento pensaban que me habían atribuido por error los resultados diagnósticos de otro paciente, pero en cuanto se dieron cuenta que no era así, se sorprendieron por una maravilla completa y clara, porque ellos más que nadie se dieron cuenta de estar delante de un milagro».
Los amigos, los conocidos y todas las personas que la conocían y que la habían visto enferma quedaron impresionados de cómo había recuperado la salud. Estupor y alegría fueron los sentimiento que llenaron los corazones de las personas que habían asistido al renacimiento de Florybeth.
¿Y cómo se siente al ser parte de un milagro? Florybeth dice: «Estamos atravesando momentos realmente difíciles, en cuanto falta la fe. En mi opinión este milagro ha sucedido para que podamos elevar nuestras miradas al Cielo y podamos constatar que Dios existe, que es la Vida y que sin Dios no hay vida verdadera. Sin la fe, sin la esperanza no sucedería ninguna de estas maravillas. Es necesario siempre tener fe en Quien por ahora no vemos, pero en nuestro corazón y en nuestra mente sabemos que existe».