ROMA, jueves 13 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos las palabras de saludo del cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, con motivo de la entrega del XXXII Premio “Fernando Rielo” de Poesía Mística.
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Roma, Embajada de España ante la Santa Sede, 13 de diciembre de 2012
Excelentísimo Señor Embajador de España delante de la Santa Sede y Señora,
Sr. Cardenal Antonio Cañizares,
Excelencias,
Amable Presidente de la Fundación Fernando Rielo
Miembros del Comité de Honor y del Jurado,
Señoras y Señores,
El Consejo Pontificio de la Cultura no es ajeno a esta ceremonia de entrega del Premio de Poesía Mística “Fernando Rielo”. Los lazos de colaboración con el Consejo se remontan muy atrás en el tiempo y son el testimonio de una común preocupación por la cultura.
En efecto, el Consejo Pontificio de la Cultura, instituido por Juan Pablo II en 1982 – hemos celebrado hace poco el XXX aniversario de su fundación – tiene como misión el encuentro entre el mensaje salvífico del Evangelio y las culturas de los hombres. Si miramos las cosas con más detenimiento, toda cultura, cuando está verdaderamente arraigada en lo humano, da testimonio de la profunda búsqueda del sentido último de la existencia. «Toda cultura es un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo y, en particular, del hombre: es un modo de expresar la dimensión trascendente de la vida humana. El corazón de cada cultura está constituido por su acercamiento al más grande de los misterios: el misterio de Dios» (Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea de las Naciones Unidas, 5-10-1995).
Esta dimensión mística, propia de toda cultura, alcanza cotas de profundidad insospechada en la poesía, que es, por su propia naturaleza, el lenguaje adecuado para expresar lo inefable, el lenguaje del símbolo y de la metáfora. La poesía, cuando no es mero entretenimiento de salón, es la caja de resonancia de las preguntas últimas acerca del hombre y su destino. El poeta, decía Heidegger, es un portavoz del ser en su dimensión total. Dios, el ipsum esse per se subsistens, escapa a toda posibilidad de enunciación y por ello, solo la poesía, junto con el arte, logran transmitir algo de su misterio más íntimo.
Ninguna forma de arte logrará jamás encerrar la belleza en sus límites angostos. La poesía, sin embargo, tiene este privilegio único entre todas las artes: que por usar el verbo humano, reflejo e imagen del Verbo eterno, es capaz de mantener vivo en nosotros el deseo del absoluto y de avivar la sed de lo eterno.
Poesía y oración se confunden así a lo largo de la estrecha frontera de la mística. El espectro de la oración, como la poesía, cuando es auténtica, toca los dos extremos de la gama cromática. Desde el violeta oscuro y amargo de la súplica desgarradora de Job o de buena parte de los salmos – un tercio son oraciones de lamentación – hasta el rojo incandescente de la alabanza gozosa y amorosa del Dios Salvador, misterio inefable de amor para el que solo el lenguaje del eros y de la pasión es adecuado.
Muy acertadamente esta ceremonia de entrega de premios tiene lugar en el marco incomparable de esta Embajada de España, la víspera de la fiesta de San Juan de la Cruz, el poeta místico por excelencia. Es San Juan de la Cruz, el humilde fraile, quien tras uno de sus “amorosos lances”, confiesa la imposibilidad del lenguaje y de la realidad creada para expresar a Dios, cuando dice que «todos cuantos vagan, / de ti me van mil gracias refiriendo, / y todos más me llagan, / y déjame muriendo / un no sé qué que quedan balbuciendo». La palabra humana revela toda su radical insuficiencia ante el misterio de Dios. Dios, en cambio, ha suplido esta carencia, dándonos en su Verbo una respuesta exhaustiva y radical, porque – es siempre san Juan quien nos lo recuerda , en la lectura del Oficio Divino del lunes II de Adviento –, «en darnos, como nos dio, a su Hijo, que es una Palabra suya – que no tiene otra –, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra».
No me queda sino expresar al ganador del premio y a los organizadores de este concurso, a la Fundación Fernando Rielo y a la Embajada de España delante de la Santa Sede, mi más cordial felicitación por esta iniciativa. Que, en la proximidad de las celebraciones navideñas, el Príncipe de la paz, el que es nuestra concordia y ha abatido el muro que dividía a los pueblos, pueda concedernos el gran don que es la paz.
Muchas gracias.