CIUDAD DEL VATICANO, domingo 9 diciembre 2012 (ZENIT.org).- En el segundo domingo de Adviento, el santo padre Benedicto XVI rezó el tradicional Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Estas fueron las palabras del papa al introducir la oración mariana.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
En el tiempo de Adviento, la liturgia pone de relieve, en particular, dos figuras que preparan la venida del Mesías: la Virgen María y Juan el Bautista. Hoy san Lucas nos presenta a este último, y lo hace con características diferentes de los otros evangelistas. «Los cuatro Evangelios ponen al principio del ministerio de Jesús, la figura de Juan el Bautista y lo presentan como su precursor. San Lucas ha retrocedido la conexión entre las dos figuras y sus respectivas misiones… Ya en la concepción y el nacimiento, Jesús y Juan se ponen en relación uno con el otro» (L’infanzia di Gesù, 23).
Este cambio ayuda a entender que Juan, como hijo de Zacarías y de Isabel, ambos de familias sacerdotales, no solo es el último de los profetas, sino también representa a todo el sacerdocio de la Antigua Alianza, y por lo tanto, prepara a los hombres para el culto espiritual de la Nueva Alianza inaugurado por Jesús (cf. ibid. 27-28). Lucas también disipa cualquier lectura mítica que a menudo se hace de los evangelios y ubica históricamente la vida del Bautista, escribiendo: «En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea…; en el pontificado de Anás y Caifás» (Lc. 3,1-2). Dentro de este marco histórico se ubica el verdadero gran acontecimiento, el nacimiento de Cristo, del que sus contemporáneos ni siquiera se darán cuenta. ¡Para Dios, los grandes de la historia hacen de marco a los pequeños!
Juan el Bautista se define como «la voz del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas» (Lc. 3,4). La voz proclama la palabra, pero en este caso la Palabra de Dios la precede, ya que ella misma es la que ha descendido sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto (cf. Lc. 3,2). Él juega un gran rol, pero siempre en relación con Cristo. San Agustín dice: «Juan es la voz. Sin embargo del Señor se dice: «En el principio existía la Palabra» (Jn. 1,1). Juan es la voz que pasa, Cristo es la Palabra eterna que estaba en el principio. Si a la voz se le que quita la palabra, ¿qué queda? Un vago sonido. La voz sin palabra llega al oído, pero no edifica el corazón»(Discorso 293, 3: PL 38, 1328).
Nuestra tarea es escuchar hoy esa voz para dar espacio y dar acogida en el corazón a Jesús, Palabra que nos salva. En este tiempo de Adviento, preparémonos para ver, con los ojos de la fe, la humilde cueva de Belén, la salvación de Dios (cf. Lc. 3,6). En la sociedad de consumo, en la que se busca la alegría en las cosas, el Bautista nos enseña a vivir de una manera esencial, a fin de que la Navidad se viva no solo como una fiesta exterior, sino como la fiesta del Hijo de Dios que vino para traer paz a los hombres, la vida y la alegría verdadera.
A la intercesión maternal de María, Virgen del Adviento, le encomendamos nuestro camino hacia el Señor que viene, para estar dispuestos a acogerlo, en el corazón y en toda la vida, al Emmanuel, Dios-con-nosotros.
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.