Rostros de los pobres, rostros sufrientes de Cristo

Algunos padres sinodales trajeron al aula la voz de los sin voz con acento americano

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Por Nieves San Martín

CIUDAD DEL VATICANO, martes 16 octubre 2012 (ZENIT.org).- Mientras siguen con sus voces multicolores, venidas de todos los rincones del planeta, las intervenciones de padres sinodales e invitados en las congregaciones del Sínodo de los Obispos para la nueva evangelización para la transmisión de la fe, algunos temas afloran en coincidencia, en varias de estas intervenciones, venidas del ámbito hispano y americano. Son urgencias surgidas en contextos donde la voz de los sin voz, los pobres, a veces suena lejana aunque hoy más que nunca, en tiempo de crisis, son “los rostros sufrientes de Cristo”, dijeron varios padres sinodales.

Monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú, Argentina, afirmó con claridad que “la Iglesia de América Latina vive y evangeliza en la región más desigual del planeta”. El papa Benedicto XVI, recordó, “nos alentó a confirmar con nueva fuerza la opción por los pobres”.

“La brecha entre los más ricos y los más desfavorecidos es enorme e infranqueable, evocando la parábola del pobre Lázaro que se alimentaba de las migajas del suelo. Hay países en los cuales la mitad de los pobres son niños. En nuestro continente y en el mundo la pobreza no es un problema meramente económico o sociológico sino evangélico, religioso y moral. Una mínima parte de la población mundial acapara para sí los bienes de la creación. El consumismo derrochador y depredador está agotando los bienes de la creación. Los rostros de los pobres y excluidos son rostros sufrientes de Cristo”, subrayó.

“En una cultura que pretende esconderlos, transformarlos en invisibles o naturalizar la pobreza, la fe nos alienta a ponerlos en el centro de nuestra atención pastoral –dijo monseñor Jorge Eduardo Lozano–. No es posible pensar una nueva evangelización sin un anuncio de la liberación integral de todo lo que oprime al hombre, el pecado y sus consecuencias”.

“No puede haber una auténtica opción por los pobres sin un compromiso firme por la justicia y el cambio de las estructuras de pecado. Nuestra cercanía con los pobres no sólo es necesaria para que nuestra predicación sea creíble sino también para que ella sea cristiana y no ‘una campana que resuena o un platillo que retiñe’ (1 Cor 13,1). Cualquier olvido o postergación de los pequeños y humildes hace que el mensaje deje de ser Buena Noticia para devenir en palabras vacías y melancólicas, carentes de vitalidad y esperanza. Hace falta mirar a los pobres, convertimos a ellos para servir al Señor, a quien amamos”.

El padre José Rodríguez Carballo, ministro general de la Orden de los Frailes Menores (OFM), inició su intervención subrayando que “los evangelizadores nuevos han de ser, ante todo, hombres y mujeres animados por una fe recta. Si ‘la trasmisión de la fe es el fin de la evangelización’ (cf. IL 31), entonces, lo que es imprescindible en un evangelizador es la fe; una fe hecha experiencia, vivida, celebrada y confesada. En la formación, tanto permanente como inicial, se ha de prestar particular atención al tema de la fe.

Esta fe ha de alimentarse y manifestarse en una intensa vida de oración. El evangelizador nuevo, desde los primeros años de su formación, ha de sentirse un permanente discípulo en el arte de la oración. Solo así podrá evitar que su fe se debilite progresivamente y acabe cediendo a la seducción de sucedáneos. Es la oración la que permitirá al evangelizador responder con sabiduría evangélica a los grandes interrogantes que brotan de la inquietud del corazón humano y de sus necesidades más urgentes, entre ellas la necesidad de Dios”.

Junto a ello, “la pasión por el Señor va acompañada de la pasión por la humanidad, particularmente por los más pobres, llegando a hacerse, incluso, menor entre los menores de la tierra. Sin el testimonio de la práctica de un amor activo y concreto a favor de los más pobres y sin el testimonio de una vida coherente, vivida desde la lógica de la minoridad y del servicio gratuito, y marcada por la sencillez y la cercanía a los últimos, nuestro mensaje será difícilmente creíble y correrá el riesgo de ahogarse en el mar de las palabras (cf. NMI 50)”.

“Esta pasión por la humanidad llevará al evangelizador nuevo a no quedar al margen de algunos retos a los que el hombre de hoy es particularmente sensible, –el desequilibrio ecológico, la amenaza constante de la paz, el vilipendio de los derechos humanos más fundamentales, como el derecho a la vida–, y a situarse adecuadamente en los nuevos areópagos de la misión: el mundo de la educación, la cultura, las comunicaciones sociales … (cf. VC 96-99).

«El evangelizador nuevo, tanto durante la formación permanente como en la inicial, debería aprender el arte del diálogo. La nueva evangelización va de la mano del diálogo con la cultura, el diálogo ecuménico y el diálogo interreligioso».

<p>»Propongo que este Sínodo ofrezca pautas para la formación de esos nuevos evangelizadores teniendo en cuenta las exigencias de la nueva evangelización”, concluyó el ministro general franciscano.

A la doctrina social de la Iglesia, se refirió monseñor José Luis Azuaje Ayala, obispo de El Vigía, San Carlos del Zulia, Venezuela, vicepresidente de la Conferencia Episcopal del país caribeño.

“La fe y la caridad en la vida cristiana se exigen mutuamente, de tal modo que una sostiene a la otra. La caridad sin fe es simple filantropía (cf. IL 123), así como la fe que no se expresa en y por la caridad vive en lo abstracto; por tanto, ambas, fe y caridad implican el testimonio de vida cristiana. La fe en la caridad nos hace ver el rostro de Cristo y da sustento a la Opción preferencial por los pobres, sabiendo que esta opción está ‘implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecemos con su pobreza’ (DI Aparecida, 3). La caridad, a su vez, testimonia la fe en el Resucitado, que nos ha dado la vida plena”.

“La Iglesia –añadió- posee un valioso instrumento de guía y orientación para una nueva evangelización de lo social: La Doctrina Social con su componente misionero: el testimonio de la caridad de Cristo mediante la obra de la justicia, la paz y el desarrollo humano integral, propuesto en dicha doctrina (cf. CV 15). Ella debe transformarse en anuncio y testimonio de la fe en el Resucitado, que hace nuevas todas las cosas”.

“En América Latina y el Caribe, la Doctrina Social de la Iglesia –constató- ha jugado un papel determinante en el fortalecimiento de la fe de los cristianos, que como ‘discípulos misioneros de Jesucristo tenemos la tarea prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo con obras concretas’ (DA 386). Si queremos, pues, asumir una nueva evangelización de lo social, debemos darle una nueva valoración a la Doctrina social de la Iglesia, sabiendo que ella es ‘anuncio y testimonio de fe, es instrumento y lugar imprescindible de educación de la fe’ (CV 15), lo que nos lleva a tener la suficiente disponibilidad de acoger sus enseñanzas y transmitirla con parresia, impregnando de sus contenidos la catequesis, la liturgia, la educación cristiana, el pensum de los seminarios, de las casas religiosas, la formación permanente de obispos y sacerdotes, y principalmente la formación laical, manteniendo estos últimos, desde su índole secular, la responsabilidad de transformar la realidad socio-cultural-política-económica de nuestros pueblos”, concluyó el vicepresidente de los obispos venezolanos.

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ZENIT Staff

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