CIUDAD DEL VATICANO, 23 abril 2001 (ZENIT.org).- En la Misericordia Divina se encuentra la respuesta a las expectativas de los hombres y mujeres del nuevo milenio, creyentes y no creyentes. Lo aseguró este domingo pasado Juan Pablo II al celebrar la eucaristía un año después de la canonización de sor Faustina Kowalska, don «para toda la humanidad».
«¡La Misericordia Divina! Este es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad, en la aurora del tercer milenio», explicó el Papa en la homilía de la misa celebrada en la plaza de San Pedro del Vaticano. En ese domingo segundo de Pascua, desde el año pasado, la Iglesia católica celebra por indicación del mismo Papa el «Domingo de la Misericordia Divina».
La mensajera de la devoción a la Misericordia Divina fue una joven polaca, Faustina Kowalska fallecida a los 33 años (1905-1938). Vivió trece años de vida religiosa desempeñando humildes oficios (cocinera, jardinera y portera). En este ambiente, sin embargo, experimentó una apasionante aventura espiritual, que estuvo marcada por visiones, revelaciones, estigmas escondidos… Su experiencia mística se concentró en la consagración a la Misericordia Divina y en un lema: «Jesús en ti confío».
En la religiosa polaca, se inspiran los apóstoles de la divina misericordia, un movimiento integrado por sacerdotes, religiosos y laicos, unidos por el compromiso de vivir la misericordia en la relación con los hermanos, hacer conocer el misterio de la Misericordia Divina, e invocar la misericordia de Dios para los hombres. Esta familia espiritual, aprobada en 1996, por la archidiócesis de Cracovia, está presente hoy al menos en 30 países del mundo. Sor Faustina fue canonizada por Juan Pablo II el 30 de abril de 2000.
El obispo de Roma repitió ayer el mismo mensaje que pronunció Jesús a sus discípulos tras la resurrección: «¡No tengáis miedo!». Cristo, «que implora perdón para sus verdugos y abre de par en par las puertas del cielo a los pecadores arrepentidos» constituye un motivo de esperanza no sólo para los creyentes, sino incluso para quienes no creen.
«En Cristo, humillado y sufriendo –afirmó–, creyentes y no creyentes pueden admirar una solidaridad sorprendente, que le une a nuestra condición humana más allá de toda medida imaginable».
Su amor, que con la resurrección se muestra más fuerte que la muerte y el pecado, «se revela y se vive como misericordia en nuestra existencia cotidiana y solicita a todo hombre que tenga a su vez «misericordia» por el Crucificado».
«¿No es acaso el programa de vida de todo bautizado y de toda la Iglesia amar a Dios y amar al prójimo, incluso a los «enemigos», siguiendo el ejemplo de Jesús?», preguntó el sucesor del apóstol Pedro.
Por este motivo, la canonización de Faustina Kowalska, «testigo y mensajera del amor misericordioso del Señor», aclaró, «no sólo representa un don para Polonia, sino para toda la humanidad».
«De hecho –concluyó–, el mensaje del que fue portadora constituye la respuesta adecuada e incisiva que Dios ha querido ofrecer a las preguntas y expectativas de los hombres de nuestro tiempo, marcado por tragedias inmensas. Un día Jesús le dijo a sor Faustina: «La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la Misericordia Divina».