CIUDAD DEL VATICANO, domingo 12 febrero 2012 (ZENIT.org).- A mediodía de este domingo, Benedicto XVI se asomó a la venta de su estudio, en el Palacio Apostólico Vaticano, para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos llegados a la plaza de San Pedro. Ofrecemos las palabras del papa antes de recitar la oración mariana.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
El domingo pasado vimos que Jesús, en su vida pública sanó a muchos enfermos, revelando que Dios quiere para el hombre la vida y la vida en abundancia. El evangelio de este domingo (Mc. 1,40-45) nos muestra a Jesús en contacto con una forma de enfermedad considerada en ese momento como la más seria, tanto que volvía a la persona «impura» y la excluía de las relaciones sociales: hablamos de la lepra. Una ley especial (cf. Lv 13-14) reservaba a los sacerdotes la tarea de declarar a la persona leprosa, es decir impura; y también correspondía al sacerdote declarar la curación y readmitir al enfermo sanado a la vida normal.
Mientras Jesús estaba predicando en las aldeas de Galilea, un leproso se le acercó y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús no evade el contacto con este hombre, sino, impulsado por una íntima participación de su condición, extiende su mano y le toca –superando la prohibición legal–, y le dice: «Quiero, queda limpio.» En ese gesto y en esas palabras de Cristo está toda la historia de la salvación, donde está incorporada la voluntad de Dios de sanarnos y purificarnos del mal que nos desfigura y que arruina nuestras relaciones. En aquel contacto entre la mano de Jesús y el leproso, fue derribada toda barrera entre Dios y la impureza humana, entre lo sagrado y su opuesto, no para negar el mal y su fuerza negativa, sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que cualquier mal, incluso de lo más contagioso y horrible. Jesús tomó sobre sí nuestras enfermedades, se convirtió en «leproso» para que nosotros fuésemos purificados.
Un maravilloso comentario existencial a este Evangelio es la famosa experiencia de san Francisco de Asís, que lo resume al principio de su Testamento:“El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: cuando estaba en el pecado, me parecía algo demasiadoe amargo ver a los leprosos.Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos.Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me quedé un poco, y salí del mundo”.(FF 110). En los leprosos, que Francisco encontró cuando todavía estaba «en el pecado” –como él dice–, Jesús estaba presente, y cuando Francisco se acercó a uno de ellos, y, venciendo la repugnancia que sentía lo abrazó, Jesús lo sanó de su lepra, es decir de su orgullo, y lo convirtió al amor de Dios. ¡Esta es la victoria de Cristo, que es nuestra sanación profunda y nuestra resurrección a una vida nueva!
Queridos amigos, dirijámonos en oración a la Virgen María, a quien hemos celebrado ayer por el recuerdo de sus apariciones en Lourdes. A santa Bernardita, la Virgen le dio un mensaje siempre actual: la llamada a la oración y a la penitencia. A través de su Madre, está siempre Jesús que viene a nuestro encuentro para liberarnos de toda enfermedad del cuerpo y del alma. ¡Dejémonos tocar y purificar por Él, y seamos misericordiosos con nuestros hermanos!
Traducido del italiano por José Antonio Varela V.
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