CIUDAD DEL VATICANO, 8 agosto 2001 (ZENIT.org).- Para Juan Pablo II el secreto de la serenidad está en el abrazo entre el amor cariñoso de Dios y la humildad del hombre que pone en él su esperanza.
De este modo, «la fidelidad amorosa de Dios, como un manto, nos envuelve, nos calienta y protege, ofreciéndonos serenidad y dándonos un fundamento seguro a nuestra fe y esperanza», aclaró el Papa este miércoles durante la audiencia general concedida en la Sala Pablo VI del Vaticano a varios miles de peregrinos.
El pontífice abandonó en la mañana por unas horas su estancia en la residencia pontificia de Castel Gandolfo para continuar de este modo en Roma la serie de meditaciones sobre los Salmos que viene realizando durante este año.
En esta ocasión, eligió el Salmo 32, al que definió como un «estremecimiento de alegría», pues constituye un cántico a «la presencia divina en la creación y en las vicisitudes humanas».
Para explicar la manera en que interviene Dios en la historia del hombre, el Papa utilizó como apoyo constante de su meditación una homilía de san Basilio el Magno (329-379), doctor de la Iglesia, dedicada a ese mismo Salmo, que sorprende por su actualidad después de más de 1600 años.
«Los programas humanos, cuando quieren ser alternativos, introducen injusticia, mal, violencia, erigiéndose contra el proyecto divino de justicia y salvación –afirmó el sucesor de Pedro–. Y, a pesar de los éxitos transitorios y aparentes, se reducen a simples maquinaciones, destinadas a la disolución y al fracaso».
De este modo, añadió, el Salmo 32 «se transforma en un llamamiento a la fe en un Dios que no es indiferente a la arrogancia de los poderosos y que se siente cercano a la debilidad de la humanidad, levantándola y apoyándola si confía en él, si le eleva su súplica de alabanza».
«La humildad de aquellos que sirven a Dios –dijo el Papa tomando prestadas las palabras a san Basilio– muestra la confianza que tienen en su misericordia. De hecho, quien no confía en sus grandes empresas ni espera ser justificado por sus obras, tiene como única esperanza de salvación la misericordia de Dios».
De este modo, concluyó, «la Gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan», secreto de la serenidad y fundamento seguro de esperanza.