ROMA, martes 25 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- Robert Moynihan, fundador y editor de la revista mensual «Inside the Vatican» (www.insidethevatican.com, editor@insidethevatican.com), presenta en este artículo escrito para ZENIT las claves del próximo viaje que Benedicto XVI realizará el 6 de septiembre a Viterbo, la ciudad en la que nació el cónclave, y Bagnoreggio, donde nació uno de los grandes maestros de Joseph Ratzinger, san Buenaventura.
Al entrar en contacto con el pensamiento de Buenaventura, explica Moynihan, el joven Ratzinger maduró su visión de la historia y del cristianismo.
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A veces, en un viaje del Papa hay algo más allá de lo que ven los ojos.
Ése es el caso del próximo viaje de Benedicto XVI a la pequeña ciudad italiana de Bagnoreggio, el lugar de nacimiento de San Buenaventura.
Dentro de casi dos semanas, el 6 de septiembre, el Papa saldrá de Roma para visitar Bagnoreggio y Viterbo.
Virterbo, situado a unos 85 kilómetros al norte de Roma, o a una hora en coche, es conocido como el lugar en el que nacieron los cónclaves.
Hasta el año 1271, la reunión de cardenales para la elección del Papa no se llamaba «cónclave» (que significa «con llave»), reunión a puerta cerrada en un lugar cerrado con llave.
Después de la muerte del Papa Clemente IV, en 1268, los cardenales reunidos en Viterbo pasaron tres años decidiendo el nombre del sucesor. Finalmente, los funcionarios de la ciudad les encerraron a todos en una sala de reuniones y sólo les daban pan y agua para comer. Poco después eligieron al Papa Gregorio X. Entonces, este Papa promulgó la ley de la Iglesia, según la cual, las elecciones papales tendrían lugar en un cónclave.
Benedicto XVI viajará a Viterbo en helicóptero desde la residencia pontificia de Castel Gandolfo, al sur de Roma.
Pero en su camino de vuelta a casa, parará en Bagnoreggio.
¿Por qué quiere detenerse en una ciudad tan pequeña y aparentemente poco importante?
Porque San Buenaventura nació allí, en el año 1217.
Sin embargo, el Papa no se detiene en los lugares de nacimiento de todos los santos importantes. No tendría tiempo. Entonces, ¿por qué ha reservado un tiempo para detenerse en el lugar de nacimiento de Buenaventura?
Para responder, tenemos que buscar en el pasado de este Papa y encontraremos algo bastante interesante.
Buenaventura ha sido uno de los dos intelectuales de mayor influencia sobre Joseph Ratzinger, en su formación teológica (el otro es san Agustín).
En Alemania, para poder ser profesor de universidad hay que escribir dos tesis. La primera, como en otros países, es para recibir el doctorado; la segunda, llamada «Habilitationsschrift» es para cualificarse como profesor.
Y el joven Joseph Raztinger, en la mitad de la década de los años cincuenta, escribió esta segunda tesis postdoctoral sobre… san Buenaventura y su visión de la historia.
Algunos artículos de prensa dirán que el viaje del Papa está «programado para venerar el ‘santo brazo’ del santo», que se conserva en la catedral de Bagnoreggio (el resto del cuerpo de san Buenaventura está enterrado en Francia).
Pero Benedicto, en realidad, va a venerar también la profunda visión de Buenaventura sobre la revelación cristiana, y a «tomar contacto» con uno de los asuntos centrales de su propia visión teológica personal.
Si comprendemos lo que Benedicto XVI aprendió de Buenaventura, podremos comprender mejor lo que este Papa está intentando hacer ahora para dirigir la Iglesia a través de este complicado periodo de la historia.
El mismo Benedicto XVI nos dio una idea de sus cimientos intelectuales en un discurso que dirigió a un grupo de académicos hace varios años, antes de ser Papa (Cf. ZENIT, «Joseph Ratzinger se presenta»).
Dijo entonces: «Mi disertación doctoral se centró en la noción de pueblo de Dios en san Agustín; (···) Agustín mantuvo diálogo con la ideología romana, especialmente después de la ocupación de Roma por los godos en el año 410, y por eso fue muy fascinante para mí observar cómo, a través de estos diferentes diálogos y culturas, él define la esencia de la religión cristiana. Él vio la fe cristiana, no en continuidad con las religiones anteriores, sino más bien en continuidad con la filosofía, entendida como la victoria de la razón sobre la superstición…».
De esta manera, podríamos argumentar que un paso importante en la propia formación teológica de Ratzinger fue entender el cristianismo «en continuidad con la filosofía» y como «una victoria de la razón sobre la superstición».
Pero luego Ratzinger dio un segundo paso, al estudiar a Buenaventura.
«Mi trabajo postdoctoral se centró en san Buenaventura, un teólogo franciscano del siglo XIII», continuaba explicando Ratzinger a los académicos. «Descubrí un aspecto de la teología de Buenaventura que no está basado en la literatura previa, a saber, su relación con una nueva idea de historia concebida por Joaquín de Fiore en el siglo XII. Joaquín entendió la historia como la progresión desde un período del Padre (un tiempo difícil para los seres humanos bajo la ley), a un segundo período de la historia, el del Hijo (con más libertad, más franqueza, más fraternidad), a un tercer período de la historia, el período definitivo de la historia, el tiempo del Espíritu Santo».
«Según Joaquín, éste debía ser un tiempo de reconciliación universal, de reconciliación entre el este y el oeste, entre cristianos y judíos, un tiempo sin ley (en el sentido paulino), un tiempo de verdadera fraternidad en el mundo».
«La interesante idea que descubrí fue que una significativa corriente entre los franciscanos estaba convencida de que san Francisco de Asís y la Orden Franciscana marcaron el principio de este tercer período de la historia, y fue su ambición actualizarlo; Buenaventura mantuvo un diálogo crítico con esta corriente».
Podríamos argumentar, así, que Ratzinger tomó de Buenaventura una concepción de la historia humana cuyo camino apunta hacia un objetivo específico, un tiempo de profundidad espiritual interior, una «edad del Espíritu Santo».
Donde la filosofía clásica hablaba de la eternidad del mundo y por tanto del cíclico «eterno retorno» de toda la realidad, Buenaventura, siguiendo a Joaquín, condenó el concepto de la eternidad del mundo, y defendió la idea de que la historia era una única y dirigida sucesión de acontecimientos que nunca volverían, sino que llegarían a una conclusión.
La historia está relacionada con el Logos y orientada hacia Él, es decir, hacia Cristo.
La historia tiene sentido
Esto no significa decir que Ratzinger –o Buenaventura– hicieron propias algunas de las interpretaciones específicas de Joaquín. Significa decir que Ratzinger, como Buenaventura, entraron en un «diálogo crítico» con su concepción global –que la historia tenía una forma y un sentido–; que él, como Buenaventura, tomó esto muy en serio.
Yo tengo mi propia visión personal sobre hasta qué punto Ratzinger tomó en serio estas cuestiones.
Mi investigación doctoral la dediqué a la influencia del pensamiento de Joaquín en los primeros franciscanos.
Cuando conocí a Joseph Ratzinger, en otoño de 1984, le dije que estaba estudiando su libro de san Buenaventura con interés, y él respondió: «¡Ah! Tú eres el único en Roma que ha leído ese libro».
Después me comentó que la teología de la liberación del padre franciscano brasileño Leonardo
Boff era una «forma moderna» de joaquinismo, un deseo de ver un nuevo orden de sociedad humana sin historia.
Así que estoy convencido de que Ratzinger tomó su investigación sobre Buenaventura muy en serio.
Ratzinger recibió su título el 21 de febrero de 1957, cuando tenía casi 30 años, pero no sin controversias.
El tribunal académico que evaluaba su trabajo rechazó, en realidad, la parte «crítica» de su tesis, de manera que fue obligado a recortarla y editarla y a presentar sólo la parte «histórica», centrada en el análisis de la relación entre san Buenaventura y Joaquín de Fiore.
El profesor de Ratzinger, Michael Schmaus, pensaba que la interpretación de Ratzinger sobre el concepto de revelación de Buenaventura mostraba «un peligroso modernismo que llevaba a hacer subjetivo el concepto de revelación», como el mismo Ratzinger recuerda en su autobiografía, «Hitos: Memorias 1927-1977».
Ratzinger creía, y sigue creyendo, que las críticas de Schmaus no eran justas.
¿Qué es lo que Ratzinger encontró en Buenaventura que causó tanta controversia?
Para Ratzinger, el concepto de revelación de Buenaventura no significaba lo que ahora significa para nosotros, es decir, «todos los contenidos revelados de la fe».
Según Ratzinger, para Buenaventura «revelación» siempre connotaba la idea de acción, es decir, revelación significa el acto por el que Dios se revela y no únicamente el resultado de este acto.
¿Por qué esto es importante?
Ratzinger escribió en «Hitos»: «Porque esto es así, el concepto de ‘revelación’ siempre implica un sujeto que recibe: donde no hay nadie para percibir la ‘revelación’, no ha ocurrido ninguna re-velación, porque ningún velo ha sido retirado. Por definición, revelación requiere alguien que lo aprehenda».
¿Y por qué este tema?
«Estos hallazgos –continuó Ratzinger– adquiridos a través de mi lectura de Buenaventura, fueron más tarde muy importantes para mí, en el momento del debate conciliar sobre la revelación, la Escritura y la tradición. Porque si Buenaventura no se equivoca, la revelación precede a la Escritura y queda depositada en la Escritura pero no es sencillamente idéntica a ella. A la vez, significa que la revelación siempre es algo más grande que lo que está simplemente escrito. Y de nuevo esto significa que no puede haber algo como la escritura sola, porque un elemento esencial de la Escritura es la Iglesia como sujeto de interpretación, y con ella, también es dado el sentido fundamental de tradición».
Esencialmente, lo que Ratzinger toma de Buenaventura modificó y complementó lo que había tomado de Agustín.
Si el pensamiento de Agustín destaca la continuidad del cristianismo con la filosofía clásica, y la «razonabilidad» de la fe cristiana contra la superstición pagana, el pensamiento de Buenaventura destaca el contraste entre el cristianismo y la filosofía clásica; de hecho, condenó la inutilidad de la filosofía clásica y su apoyo al concepto de la eternidad del mundo y el «eterno retorno» de todo, porque carecía de la verdad revelada de un «actor» divino.
Ratzinger sugirió esto en el prólogo de su trabajo sobre Buenaventura: «¿No ha sido la ‘helenización’ del cristianismo la que ha intentado superar el escándalo de los particulares con una mezcla de fe y metafísica, conduciendo a un desarrollo en una falsa dirección? ¿No ha creado esto un estilo estático de pensamiento que no puede hacer justicia al dinamismo del estilo bíblico?».
Incluso hoy, si vamos al último capítulo del reciente libro del Papa «Jesús de Nazaret», encontramos la terminología metafísica que presupone una ontología de «la persona como relación», que creo que es el «hilo conductor» que recorre toda la obra de Ratzinger, desde su primer libro sobre Agustín, empezado en 1953, pasando por su «tesis de habilitación» sobre Buenaventura (1956) hasta su reciente «Jesús de Nazaret» (2007).
Ratzinger siempre está diciendo que la revelación cristiana debe trascender la razón, aunque ésta no la contradiga, que no tiene por qué.
Cuando Benedicto XVI visite Bagnoreggio, estará, en cierto sentido, volviendo a la fuente de sus propias búsquedas intelectuales más profundas, al lugar en el que llegó a entender plenamente la novedad de la fe cristiana, y cómo esa fe, esa verdad revelada, está al mismo tiempo en armonía y en oposición total a la «razón», que era el mayor bien de la filosofía clásica.
Esto hace que el viaje a Bagnoreggio vaya más allá que otro viaje papal; se trata de un viaje al pasado intelectual y espiritual de Ratzinger, y al núcleo de su visión intelectual y espiritual.
[Traducción del original en inglés por Patricia Navas]