El incomprendido celibato

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 23 de mayo de 2009 (ZENIT.orgEl Observador).Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, con el título «El incomprendido celibato».

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VER

Cada que salen escándalos clericales por cuestiones de infidelidad al celibato, se cuestiona su razón de ser. Sea porque se descubren nuevas paternidades del actual Presidente de Paraguay, Fernando Lugo, cuando aún no recibía las dispensas de sus obligaciones ministeriales, sea porque a un sacerdote se le acusa de pornografía cibernética, sea porque a otro se le comprueban relaciones sentimentales indebidas, no faltan quienes insisten en que la Iglesia Católica debería revisar su norma de admitir al sacerdocio sólo a aquellos que hayan recibido el carisma del celibato y se comprometan a cumplirlo toda la vida. Otros afirman que, mientras no se haga este cambio, la Iglesia seguirá perdiendo feligreses.

Por otra parte, es repetitivo escuchar que el celibato no va con las culturas indígenas, pues en estos pueblos sólo a un hombre casado se le reconoce autoridad y no se acostumbra confiar a solteros cargos de responsabilidad social. Por tanto, concluyen, se debería abrir la puerta para ordenar presbíteros a indígenas casados, para que se inculturen.

JUZGAR

En primer lugar, el celibato no es acorde con ninguna cultura, ni judía, griega o romana, ni española, francesa, alemana, italiana, mexicana, chiapaneca, indígena, mestiza, etc. Ya lo advirtió Jesús cuando dijo: «Hay quienes han renunciado al matrimonio por el Reino de los cielos. Que lo comprenda aquel que pueda comprenderlo», pues «no todos comprenden esta enseñanza, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido» (Mt 19,11-12). Es un carisma, es un don, un regalo que se concede no a todos, sino sólo a algunos, y no cualquiera lo comprende.

Es innegable que ha habido y hay muchas fallas y defecciones; pero la inmensa mayoría vivimos con gozo y plenitud esta vocación, a pesar de nuestras limitaciones. Yo me siento muy fecundo, muy realizado, gracias al celibato. El matrimonio me hubiera limitado mucho en mi servicio a la comunidad. El celibato me hace libre para servir donde se me requiera, para amar y estar muy cerca de quienes necesiten experimentar el amor de Dios. Nadie nos obligó a emitir este compromiso antes de la ordenación; lo asumimos con plena libertad. Yo decidí libre y conscientemente no casarme, no por egoísmo, no por rechazo a la mujer, ni por desconocer o despreciar la belleza del sexo y del matrimonio, sino por gracia del Espíritu Santo, para consagrar todo mi ser, con todas sus energías, al Reino de Dios, en particular a los pobres. Soy feliz siendo célibe. Pido al Señor que me y nos conserve en fidelidad.

Jesús decidió no casarse. Su madre permaneció virgen. El apóstol más cercano era célibe. Pablo recomendó este camino, no como mandato, sino como consejo digno de confianza (cf 1 Cor 7,25-35). Sin embargo, es cierto que, en los primeros siglos de la Iglesia, el celibato no era un requisito para la ordenación sacerdotal. Fue hasta el siglo III cuando se vio su conveniencia y hasta hoy se ha conservado, a pesar de fallas e incomprensiones. A quienes son incapaces de ser castos, a los libertinos e infieles en su matrimonio, a los que pretenden justificar todo tipo de relaciones sexuales, les significamos un reproche a su proceder, y por ello nos atacan y ridiculizan; quisieran eliminar el profetismo que significa el celibato.

Ya Jesús había advertido:«Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya; pero el mundo los odia porque no son del mundo, pues al elegirlos, yo los he separado del mundo… También a ustedes los perseguirán, y el caso que han hecho de mis palabras, lo harán de las de ustedes. Todo esto se lo van a hacer por mi causa, pues no conocen a aquel que me envió» (Jn 15,18-21).

ACTUAR

Quienes nos comprometimos a vivir célibes, mantengámonos fieles y alegres, con oración, sacrificio y vigilancia, pues las tentaciones nos acechan por todos lados. Ayúdenos la comunidad y las familias a disfrutar esta paternidad espiritual, y que nadie sea motivo de tropiezo. Conozcan los seminaristas las razones de este estilo de vida y oren para que se les conceda este carisma, que los hará padres y hermanos en Cristo, y así los pueblos en El tengan vida.

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ZENIT Staff

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