ROMA, martes 9 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI ofreció este lunes a la Virgen Inmaculada como modelo para los jóvenes, «joven mujer, llamada a arriesgarlo todo por la Palabra del Señor», durante el tradicional acto de veneración que todos los años la Ciudad de Roma celebra ante el monumento a la Virgen en la Plaza de España.
El Papa propuso a la Virgen como «madre amorosa para los jóvenes», y pidió su intercesión para que éstos «tengan el valor de ser ‘centinelas de la mañana'»; así como para «todos los cristianos para que sean alma del mundo en esta época no fácil de nuestra historia».
La Virgen, añadió, «es para todos signo de segura esperanza y consuelo», pues «nos ayuda a creer con más confianza en el bien, a apostar por la gratuidad, por el servicio, por la no violencia, por la fuerza de la verdad; nos anima a permanecer despiertos, a no ceder a la tentación de evasiones fáciles, a afrontar la realidad, con sus problemas, con valor y responsabilidad».
Benedicto XVI se refirió a esta advocación de la Virgen tan querida para los católicos y especialmente tan venerada en Roma, y recordó que aunque el dogma no se proclamó hasta 1854, «la convicción sobre la inmaculada concepción de María existía ya muchos siglos antes».
Recordó también, con motivo de la clausura del 150 aniversario de las apariciones de Lourdes, que ése fue el título con el que la «hermosa Señora» se dio a conocer a santa Bernardette, confirmando el contenido del dogma proclamado unos años antes por Pío IX.
En referencia a la tradicional entrega, en ese día, de un cesto de rosas blancas por parte del Papa a la Virgen, Benedicto XVI explicó que esas rosas simbolizan no sólo «lo bello», sino también «las espinas, que para nosotros representan las dificultades, los sufrimientos, los males que marcan las vidas de las personas y de nuestras comunidades».
A la Madre «se presentan las alegrías, pero se confían también las preocupaciones, seguros de encontrar en ella conforto para no abatirnos, y apoyo para seguir adelante».
«Como un hijo eleva los ojos al rostro de su mamá y, viéndolo sonriente, olvida todo miedo y dolor, así nosotros, volviendo la mirada a María, reconocemos en ella la «sonrisa de Dios», el reflejo inmaculado de la luz divina, encontramos en ella nueva esperanza incluso en medio de los problemas y los dramas del mundo», añadió.
Finalmente, el Papa ofreció a la Virgen a la Ciudad de Roma, «especialmente a los niños, sobre todo a aquellos gravemente enfermos, a los chicos desfavorecidos y a quienes sufren las consecuencias de situaciones familiares duras».
Por Inma Álvarez