La Santa Sede ratifica la convención contra las bombas de racimo

Artilugios que matan sin distinguir

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 4 diciembre 2008 (ZENIT.org).- La Santa Sede ratificó este miércoles en Oslo la Convención sobre la prohibición de las bombas de racimo, adoptada en Dublín el pasado 30 de mayo, que prevé la prohibición de producción, depósito, transferencia y uso de la mayor parte de las bombas de racimo existentes y de la totalidad de las utilizadas hasta este momento.

La Convención prevé también una serie de medidas relativas a la bonificación de las áreas contaminadas por los residuos bélicos explosivos derivados de este tipo de municiones, a la destrucción de las bombas de racimo almacenadas, a la cooperación internacional y a la asistencia a las víctimas, ampliada a las familias y a las comunidades afectadas.

La Santa Sede –recuerda el diario vaticano «L’Osservatore Romano»– participó activamente en el proceso de Oslo, formando parte de los primeros estados en proponer la moratoria sobre el uso de estos artilugios y de los seis miembros del llamado Grupo Núcleo, los estados promotores de la iniciativa desde el principio, junto a Austria, Irlanda, México, Noruega y Perú.

Representó a la Santa Sede en la Conferencia de Oslo el arzobispo Dominique Mamberti, secretario para las relaciones con los Estados que, tras la firma entregó el instrumento de ratificación de la Convención, firmado por Benedicto XVI, al que se adjunta una Declaración.

Esta última recuerda que, con la ratificación de la Convención, «la Santa Sede desea animar a toda la comunidad internacional a mostrarse resuelta en promover eficaces negociaciones para el desarme y el control de los armamentos, y en consolidar el derecho humanitario internacional, reafirmando el valor superior e intrínseco de la dignidad humana, la centralidad de la persona humana y las ‘elementales consideraciones de humanidad’, todos elementos que con la base del derecho humano internacional».

La Convención –dice la Declaración– es «un paso importante para la protección de los civiles, durante y después de los conflictos, de los efectos indiscriminados de este tipo inhumano de armas» y «es un resultado notable para el multilateralismo en el desarme, basado en la cooperación constructiva entre actores gubernamentales y no gubernamentales, y sobre la relación entre el derecho humanitario y los derechos humanos».

La puesta en acto del acuerdo, añade, es «un desafío legal y humanitario para el futuro próximo» y para que sea eficaz, «debería basarse en la cooperación constructiva de todos los actores», «orientando los recursos materiales y humanos hacia el desarrollo, la justicia y la paz, que son los instrumentos más eficaces para promover la seguridad internacional y un pacífico orden internacional».

En su intervención, el arzobispo Mamberti subrayó la necesidad de reconocer la paz y la seguridad como «preocupaciones centrales y legítimas que esperan continuamente una respuesta adecuada que vaya bien más allá de la mera dimensión militar», porque todos deberían estar de acuerdo «sobre la centralidad de la dignidad del hombre y sobre el indispensable respeto de los derechos y de los deberes de la persona».

«La paz y la seguridad pueden ser estables y duraderos sólo si están basados en la justicia, en la solidaridad y en la fraternidad dentro de los estados y entre los estados».

Para enviar una señal política fuerte –subrayó–, la Santa Sede ha decidido ratificar esta Convención sobre las bombas de racimo, una «prueba de nuestra capacidad de elaborar y de adoptar instrumentos ambiciosos que conjuguen el desarme y el derecho humanitario en modo creativo, que sea una alternativa creíble fundada en la centralidad de la persona humana».

«Si estamos aquí hoy, es porque todos hemos sabido evitar las soluciones fáciles, teniendo siempre en cuenta, en el curso de las consultas y de las negociaciones, el objetivo principal: eliminar los riesgos de nuevas víctimas de las municiones de racimo y crear las estructuras necesarias para la rehabilitación socioeconómica de todos aquellos que han sido víctimas directas o indirectas de estas armas insidiosas».

«En esta situación –dijo–, el actor principal deberían ser las mismas víctimas», cuya ayuda es «una cuestión de dignidad, de derecho, de justicia y de fraternidad».

 

Traducido del italiano por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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