BIRMINGHAM, lunes 1 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Las causas de la crisis financiera británica son éticas y los líderes cívicos deberían buscar, en lugar de medidas financieras, el reinado de la virtud para resolver la recesión económica, propone el arzobispo Vincent Nichols.
El arzobispo de Birmingham afirmó esto en el sermón del domingo, en una Misa Cívica Anual. «La fe cristiana es guardiana de las auténticas virtudes humanas que necesitamos cuando empezamos a vivir un tiempo de austeridad y dificultades», afirmó.
«Un mercado controlado sólo por la regulación, pronto o tarde sucumbirá a su inherente inclinación al beneficio a cualquier coste», dijo el prelado a los servidores civiles que les escuchaban.
Añadió: «Por supuesto, la motivación del beneficio es crucial, y la responsabilidad de los inversores es un factor de equilibrio significativo, a la hora de asumir riesgos. Pero lo que hemos visto es que, abandonado a sí mismo, el mercado financiero no tiene un robusto marco externo de referencia, ni siquiera un amplio marco económico.
«El mercado financiero se ha comportado como si existiera sólo para sí mismo, dentro de sí mismo y para provecho de quienes forman parte de él».
El arzobispo Nichols habló de la necesidad del mercado de «la perspectiva y práctica de la verdadera virtud, que construye confianza y, sin la cual, cada empresa humana es inestable».
El prelado invocó la bendición de Dios sobre los presentes en la misa y sobre todos los servidores públicos. «Aquí no encontraremos soluciones financieras o comerciales –reconoció–. Pero deberíamos adquirir alguna perspicacia sobre nuestra situación, a la luz de la verdad sobre nuestra naturaleza humana, y que la fe en Dios deja en claro». El arzobispo Nichols subrayó la necesidad de la sociedad de la «perspectiva y práctica de la auténtica virtud». «Como sociedad, hemos descuidado el desarrollo de valores éticos compartidos y principios que guíen y conformen nuestra conducta, creyendo que es un objetivo inalcanzable, y lo hemos sustituido por balsa tras balsa de regulación».
«Mientras que la noción de ‘valores’ sea flexible y amigable -porque una persona puede establecer o negociar sus propios valores, y acomodarlos a su propia conducta- las virtudes serán más necesarias. »Una virtud es una capacidad personal para la acción y una fuerza de progreso y perfección. Las reglas del juego solamente nunca han producido una actuación excelente. Sólo la dedicación, el sacrificio y habilidades verdaderas logran esto. Esta es la palestra de la virtud». El prelado habló sobre las virtudes humanas de prudencia, coraje, justicia y templanza, añadiendo que «estas virtudes humanas tienen su verdadero fundamento en las mayores virtudes, las teológicas: fe, esperanza y amor, que nos unen a Dios y los unos a los otros». Volvió a centrarse en la virtud de la misericordia «por la cual la aplicación de las reglas previstas se suspende, menos el amor y la compasión».
«Una familia o sociedad que es incapaz de mostrar piedad hacia los débiles y vulnerables, está muerta por dentro –concluyó el arzobispo–. La salvaje aplicación de regulaciones presiona nuestras vidas, y sólo puede ser rescatada o redimida por vidas de auténtica virtud y sobre todo por la misericordia, la más preciosa cualidad de Dios».
Traducido del inglés por Nieves San Martín