MADRID, sábado, 14 noviembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comunicado emitido por Manos Unidas con motivo de la reunión del G-20 que se celebra en Washington.
¿Se acordará alguien
de los 923 millones de personas hambrientas?
Han pasado ya ocho años desde que en Nueva York, en la Cumbre del Milenio del 2000, se adoptasen ocho ambiciosos compromisos, conocidos como «Objetivos de Desarrollo del Milenio», tendentes a terminar con el hambre y la pobreza en el mundo. Nada hacía presagiar que hoy los ojos de la opinión pública iban a dirigirse a una reunión extraordinaria que aglutinará en Washington a los más importantes mandatarios del mundo. ¿El motivo? El mundo, de repente se ha visito envuelto en múltiples crisis.
Pero, como siempre, la mayoría de los medios concentran su preocupación en la crisis económica y financiera, relegando a un segundo plano la crisis de los alimentos, la crisis de la energía, la crisis del clima, la crisis de la seguridad y, la no menos importante, crisis de credibilidad de organismos internacionales, como la ONU, el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial.
La reunión del G-20 en Washington no puede ser una escenificación más del despilfarro y la palabrería de una amalgama de veinte países cuyas economías y sistemas políticos padecen vicios muy particulares. Mucho nos tememos que vamos a asistir a un debate centrado en cómo deshacer los desvaríos de las economías ricas basadas en la especulación financiera desbocada. Y quizá luego, si sobra algo, para arreglar un poco la vida de los pobres y los hambrientos, que son las víctimas de siempre. Lo fueron antes, cuando las cuentas bancarias se engordaban con la especulación financiera invirtiendo en materias primas (en productos alimenticios) y lo son hoy ante el desmoronamiento de la euforia especulativa.
Desde Manos Unidas miraríamos con esperanza la reunión del G-20 si no intuyéramos que a iba a servir únicamente para que el G-8 busque la manera de salvar el crecimiento de los países ricos, a costa de adelgazar aún más las economías de los países pobres a base de planes restrictivos, privatizaciones y reducción de la cooperación al desarrollo. Hace ocho años, el número de personas hambrientas iba disminuyendo; hoy son 923 millones, 75 más que en el año 2006.
Existen motivos sobrados para esperar de los mandatarios reunidos voluntad política para exigir que se retomen los compromisos de Desarrollo del Milenio y para que los gobiernos pongan orden en un sistema financiero y económico lleno de problemas de codicia e injusticia. Pero, realmente ¿se acordará alguien de esos 923 millones de hambrientos?