NUEVA YORK, viernes, 14 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- Las religiones, si son fieles a su naturaleza, son mensajeras y artífices de fraternidad, aclaró el representante de Benedicto XVI ante la asamblea general de las Naciones Unidas, dedicada al tema «Cultura de la paz», el 12 de noviembre.
El cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, regresó al palacio de cristal, en el que había intervenido en varias ocasiones durante los 13 años fue secretario de Juan Pablo II para las Relaciones con los Estados, para traer esta propuesta: «¡Hagamos que la fraternidad no sólo sea un ideal, sino una realidad!».
«¡Que todos juntos, sin renunciar a nuestros aspectos específicos culturales y religiosos, podamos trazar el camino hacia un mondo más seguro y solidario!», deseó el purpurado francés, que acaba de organizar en el Vaticano una histórica cumbre con representantes musulmanes de diferentes ramas.
Su discurso se concentró en mostrar cómo en la práctica cómo «las religiones, a pesar de las debilidades y contradicciones de sus adeptos, son mensajeras de reconciliación y de paz».
«En sus familias y escuelas, así como en los lugares de culto respectivos, los creyentes que rezan -aclaró con un inciso sumamente significativo– practican la solidaridad y alientan todas las iniciativas que contribuyen a la defensa de la persona y de la tierra, enseñando asimismo el lenguaje y gestos de paz».
«Se esfuerzan por escuchar, comprender, respetar al otro, por confiar en él antes que juzgarle. Todas estas actitudes educan y abren un espacio a la paz», reconoció.
«Cada semana, millones de creyentes se reúnen en sus sinagogas, iglesias, mezquitas y otros lugares de culto para rezar. Hacen la experiencia de la fraternidad. Realizan la unidad en la diversidad. ¡Recuerdan a todos que ‘el hombre no sólo vive de pan’!», aclaró.
El cardenal reconoció que los creyentes quieren «poner a disposición de todos este ‘saber hacer'».
«Al invitar a la interioridad, a la armonía consigo mismo, con los demás y con la creación, las religiones dan sentido a la aventura humana», dijo ante la asamblea de la ONU hablando en su idioma materno.
Para ello, en primer lugar, advirtió, «es necesario, claro está, que los creyentes sean coherentes y creíbles. No pueden utilizar la religión para limitar la libertad de conciencia, para justificar la violencia, para promover el odio y el fanatismo, o para socavar la autonomía de lo político y de lo religioso».
Por otra parte, siguió ilustrando, «al participar en el diálogo público en las sociedades de las que son miembros, los creyentes se sienten llamados a cooperar en la promoción del bien común, que sigue el surco de los valores comunes a todos, a creyentes y a no creyentes: el carácter sagrado de la vida, la dignidad de la persona humana, el respeto de la libertad de conciencia y de religión, el apego a la libertad responsable, la acogida de la las opiniones en su diversidad, el recto uso de la razón, el aprecio de la vida democrática, la atención a los recursos naturales, por citar sólo algunos».
El cardenal concluyó garantizando la voluntad de la Iglesia católica, de sus pastores y fieles de «seguir ofreciendo a todos sus hermanos y hermanas en la humanidad un espíritu –el de la fraternidad–; una fuerza –la de la oración–, una esperanza –la que ofrece Cristo».