ROMA, viernes 26 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. –predicador de la Casa Pontificia– a la Liturgia de la Palabra del próximo domingo, 28 de septiembre.
XXVI Domingo del Tiempo Ordinario
Ezequiel 18,25-28, Filipenses 2, 1-11; Mateo 21, 28-32
«Las prostitutas os precederán en el reino de los cielos»
«Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’. Y él respondió: ‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ‘Voy, Señor’, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? El primero, le dicen».
El hijo de la parábola que dice «sí» pero no lo hace representa a aquellos que conocían a Dios y seguían su ley, pero después en su actuación práctica, cuando se trataba de acoger a Cristo que era «el fin de la ley», se echaron atrás. El hijo que dice no y hace sí representa a aquellos que en un tiempo vivían fuera de la Ley y de la voluntad de Dios, pero después, ante Jesús, se han arrepentido y han acogido en Evangelio. De aquí la conclusión que Jesús pone ante «los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo»: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios».
Ningún dicho de Cristo ha sido más manipulado que éste. Se ha acabado por crear a veces una especie de aura evangélica en torno a la categoría de las prostitutas, idealizándolas y oponiéndolas a los llamados «bienpensantes», que serían todos los demás, indistintamente, escribas y fariseos hipócritas. La literatura está llena de prostitutas «buenas». ¡Baste pensar en la Traviata de Verdi, o en la humilde Sonia de Crimen y castigo de Dostoyewski!
Pero esto es un terrible malentendido. Jesús pone un caso límite, como diciendo: «incluso las prostitutas –y es mucho decir– os precederán en el reino de Dios». La prostitución es vista con toda su seriedad, y tomada como término de comparación para establecer la gravedad del pecado de quien rechaza obstinadamente la verdad.
Hay que darse cuenta, además, de que idealizando la categoría de las prostitutas, se suele idealizar también la de los publicanos, que siempre la acompaña el Evangelio; es decir, los usureros. Si Jesús acerca entre ellas estas dos categorías no es, por otro lado, sin un motivo: unos y otras han puesto al dinero por encima de todo en la vida.
Sería trágico si esta palabra del Evangelio hiciera que los cristianos perdieran el empeño por combatir el fenómeno degradante de la prostitución, que ha asumido hoy proporciones alarmantes en nuestras ciudades. Jesús sentía demasiado respeto por la mujer para no sufrir, él en primer lugar, por lo que ésta llega a ser cuando se reduce a esta situación. Es por ello que él aprecia a la prostituta no por su forma de vivir, sino por su capacidad de cambiar y de poner al servicio del bien su propia capacidad de amar. Como la Magdalena que, tras convertirse, siguió a Cristo hasta la cruz y se convirtió en la primera testigo de la resurrección (suponiendo que fuera una de ellas).
Lo que Jesús quería inculcar con esa palabra suya lo dice claramente al final: los publicanos y las prostitutas se convirtieron con la predicación de Juan el Bautista; los príncipes de los sacerdotes y de los ancianos no. El Evangelio no nos empuja por tanto a promover campañas moralizadoras contra las prostitutas, pero tampoco a tomar a broma este fenómeno, como si no tuviera importancia.
Hoy, por otro lado, la prostitución se presenta bajo una forma nueva, pues consigue producir dinero a patadas sin ni siquiera correr los tremendos riesgos que siempre han corrido las pobres mujeres condenadas a la calle. Esta forma consiste en vender el propio cuerpo, quedándose tranquilamente tras una máquina fotográfica o una cámara de vídeo, bajo la luz de los reflectores. Lo que la mujer hace cuando se presta a la pornografía y a ciertos excesos de la publicidad es vender su propio cuerpo a las miradas en lugar de al contacto. Es prostitución pura y dura, y peor que la tradicional, porque se impone públicamente y no respeta la libertad ni los sentimientos de la gente.
Pero hecha esta necesaria denuncia, traicionaríamos el espíritu del Evangelio si no sacáramos a la luz también la esperanza que esta palabra de Cristo ofrece a las mujeres que, por diversas circunstancias de la vida (a menudo por desesperación), se encuentran en la calle, las más de las veces, víctimas de explotadores sin escrúpulos. El Evangelio es «evangelio», es decir, buena noticia, noticia de rescate, de esperanza, también para las prostitutas. Es más, ante todo para ellas. Jesús quiso que así fuera.
Traducción del original italiano realizada por Inma Álvarez