La Santa Sede prepara el encuentro mundial de las familias en México

Cardenal Antonelli: las familias cristianas deben ser un “fuego encendido” en la sociedad

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 19 septiembre 2008 (ZENIT.org).- Las familias cristianas deben ser un «fuego encendido» en la sociedad para mostrar abiertamente la belleza de la vida cristiana, afirmó ayer el cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo Pontificio para la Familia.

El purpurado mantuvo un encuentro este jueves con varios periodistas para presentar el próximo Encuentro Mundial de las Familias, que se celebrará en Ciudad de México entre el 16 y el 18 de enero próximos, con el tema «La familia, formadora de valores humanos y cristianos».

La «belleza de la familia debe ser testimoniada de forma concreta», explicó el cardenal Antonelli, y exhortó a «edificar auténticas familias cristianas que puedan ser un fuego encendido, un punto de referencia para todos» y que se caractericen «por una unidad profunda, en el respeto de las diferencias, con una apertura generosa a la vida» y «al cuidado de los más débiles».

El cardenal recordó las «dos líneas generales de trabajo» del Consejo Pontificio que preside: promover «el respeto de la vida humana, la ética de la vida, es decir, la llamada ‘bioética'», y «la valoración de la familia en la Iglesia, en la cultura y en la sociedad civil».

«La vida y la familia son bienes fundamentales de la persona, que no es solo un individuo, es decir, un sujeto único, irrepetible, libre y autoconsciente, sino que está constitutivamente en relación con los otros y con el Otro», añadió.

El cardenal Antonelli, que fue nombrado recientemente para este dicasterio vaticano tras el fallecimiento del cardenal Alfonso López Trujillo, explicó los proyectos que quiere llevar a cabo, y que son básicamente dos: «aumentar las consultas a los obispos, las conferencias episcopales, las familias los expertos y las instituciones», y «privilegiar la pastoral con las familias en las parroquias».

Este segundo aspecto es particularmente relevante, ya que se quiere dar a conocer la realidad de la familia cristiana feliz, en cuya base está la preparación adecuada a las parejas, que debe comenzar en la fase del noviazgo.

Por eso, el cardenal augura que el camino que precede al matrimonio no se resuelva en un curso, sino un propio y auténtico itinerario, «lo más personalizado posible».

De la misma forma, es necesario un gran cuidado con las familias en dificultad o que no están en plena sintonía con la Iglesia.

En este sentido, ha subrayado, no se debe pensar solo en la situación de los divorciados, pero también las violencias familiares, a las relaciones equivocadas entre padres e hijos y a otros problemas que a menudo no salen en las estadísticas sino que son tan dolorosas como las separaciones.

En estas situaciones, la Iglesia debe estar presente para sostener a las parejas en dificultad, no dejarlas solas», mostrando su voluntad de abrir «espacios para todos» para ser «maestra y madre».

Pastoral con divorciados

Sobre la delicada cuestión de los divorciados vueltos a casar, el cardenal afirmó que se busca «acogerlos de todas las formas posibles, para hacerles ver que la Iglesia está a su lado, insertándolos de forma concreta en la vida de la comunidad cristiana y creando para ellos caminos específicos de apoyo».

Con todo, el purpurado recordó que «el matrimonio indisoluble está en el Evangelio, y la Iglesia objetivamente debe reconocer que estas situaciones no están en sintonía con el propio Evangelio».

Dado que la Iglesia no puede aprobar estas realidades, porque ésta «debe ser signo público del Evangelio y de sus exigencias», el cardenal explicó que «no ve resquicios» de que haya posibilidad de que los divorciados reciban la Eucaristía, ya que «esta última requiere una plena comunión con la Iglesia, a nivel interno y a nivel».

El «pecado fundamental» en este caso, observó, es el de «no reconocerse pecadores y necesitados de la misericordia de Dios, de ser salvados»; «los hombres se autojustifican, hacen la ley moral según su propia conciencia, como si fueran autosuficientes».

Para el cardenal Antonelli, esta situación es el perfecto ejemplo del «pecado original», «que está en la raíz de todos los pecados: el hombre que quiere ser autónomo de Dios, autónomo de la verdad objetiva, y que no busca la verdad, no se adhiere a ella, sino que pretende construir él mismo la verdad, de establecer qué es verdadero y qué es falso».

La tarea de la Iglesia es por tanto la de ayudar a comprender y a vivir la verdad sin abdicar de la enseñanza del Magisterio. El cardenal Antonelli citó al respecto unas palabras de Juan Pablo II. «no debemos abajar la montaña».

«La montaña es alta, es difícil, el cristianismo es difícil», reconoció, pero «es necesario ayudar a las personas a subir la montaña por su propio pie», para que «por lo menos puedan dar los pasos de que sean capaces».

[Por Roberta Sciamplicotti, traducción de Inma Álvarez]

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ZENIT Staff

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