CIUDAD DEL VATICNAO, viernes, 20 junio 2008 (ZENIT.org).- La Iglesia puede dar una contribución esencial a la comunidad política conservando y promoviendo en la conciencia común el sentido de la trascendente dignidad de la persona humana, considera el cardenal Renato R. Martino.
El presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz dejó este mensaje al inaugurar en la mañana del viernes un seminario internacional que concluirá este sábado sobre «La política, forma exigente de caridad».
El encuentro, que tiene lugar en la sede de Justicia y Paz, ofrecerá orientaciones para una política orientada desde un punto de vista cristiano, en campos como la vida y la familia, los impuestos, la cooperación internacional, las biotecnologías, a la luz de la doctrina social de la Iglesia.
En el debate participan unos sesenta expertos en política, profesores universitarios, parlamentarios, procedentes de África, América y Europa.
En su discurso de bienvenida, el cardenal constató que «en el mensaje de Cristo, anunciado por la Iglesia, la comunidad humana puede encontrar la fuerza para amar al prójimo como a sí mismo, para combatir todo lo que va contra la vida, para admitir la igualdad fundamental entre todos, para luchar contra toda forma de discriminación, para superar una ética meramente individualista».
Refiriéndose al tema de la laicidad, en ocasiones entendida como exclusión de la religión en la vida pública, el presidente del Consejo vaticano expresó la convicción de que el catolicismo no podrá renunciar nunca a un papel público de la fe.
«Si la política –dijo– pretende actuar como si Dios no existiera, al final se reseca y pierde la conciencia misma de la intangible dignidad humana».
El cardenal defendió el pluralismo democrático, reconociendo, sin embargo, que hay valores que no pueden ser negociados, como son el respeto por la vida humana, de la familia, o el derecho a la educación.
Por el contrario, advirtió, «cuando se reivindican individualistamente los derechos, sacándolos del marco de referencia de la verdad, solidaridad y responsabilidad, se corroe la misma democracia y se introducen elementos de contraposición».
El cardenal Martino concluyó constatando que una auténtica democracia tiene necesidad de alma: el valor incondicional de la persona humana, abierta a los demás y a Dios, en la verdad y en el bien.