GINEBRA, 2 de junio de 2008 (ZENIT.org) El arzobispo Silvano Maria Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante la sede de las Naciones Unidas en Ginebra, ha calificado la aprobación, el pasado 30 de mayo en Dublín, del acuerdo internacional para la supresión de las bombas de racimo, como «un paso enorme» que «abre un nuevo capítulo en el derecho humanitario».
En una entrevista concedida a Radio Vaticana, monseñor Tomasi afirmó que la delegación de la Santa Sede «ha tenido un papel clave» en este acuerdo.
El Tratado que prevé la abolición de las bombas de racimo fue consensuado durante la Conferencia Diplomática celebrada el pasado fin de semana en Dublín por 109 gobiernos de todo el mundo, y será ratificado oficialmente en Oslo los próximos 2 y 3 de diciembre de este año.
El acuerdo entrará en vigor en esa fecha, apenas sea firmado por los primeros 30 países, y prevé la desaparición de este tipo de bombas en los próximos 8 años.
La Santa Sede participaba en la Convención a través de una delegación encabezada por monseñor Tomasi, y en la que estaban presentes Antoine Abi-Ghanem, adjunto en la Misión de la Santa Sede en Ginebra; Paolo Conversi, de la Secretaría de Estado, y Tommaso Di Ruzza, del Consejo Pontificio «Justicia y Paz».
Según explicó monseñor Tomasi, «la comunidad internacional es bastante compacta sobre esta visión de acabar con la crueldad que supone el uso de este tipo de bombas, que caen indiscriminadamente sobre la población civil».
Lo más importante del acuerdo alcanzado, es, según el prelado, que «ilegaliza todas las bombas de racimo que han sido utilizadas hasta ahora en las diversas guerras, y además condiciona el transporte, la construcción de nuevas bombas y también las nuevas tecnologías que pueden adaptarse a estos explosivos».
Para conseguir este resultado, monseñor Tomasi afirma que el papel jugado por la Delegación de la Santa Sede ha sido «clave», al actuar «de puente entre los diversos grupos e instituciones de Estados, llevando a una convicción positiva sobre un documento, un instrumento que sea, como ha dicho el Papa, fuerte y creíble. Y así ha sido exactamente».
Sin embargo, el hecho de que países como Estados Unidos, Israel, Rusia, China, India y Pakistán, que fabrican y utilizan este tipo de armas, hayan estado ausentes de la Convención, muestra, según el prelado, que «el camino para completar el trabajo es aún largo».
A pesar de ello, monseñor Tomasi explicó que el hecho de que este tipo de bombas «haya sido declarado ilegal desde el punto de vista del Derecho Internacional» hará que «esta presión y esta voluntad clara de la comunidad internacional tenga un peso en las decisiones y consideraciones de los países que no estaban presentes».
Una novedad en el Derecho humanitario
Las bombas de racimo, según explicó en una entrevista reciente monseñor Silvano Tomasi en el diario vaticano L’Osservatore Romano, «son la causa de graves problemas humanitarios porque caen indiscriminadamente tanto sobre los combatientes como sobre los civiles», pero también porque «pueden permanecer sin explosionar en el terreno, y hacerlo incluso después de muchos años».
La participación de la Santa Sede en la Convención, explica el prelado, «ha sido dictada por una doble exigencia: responder a un grave problema humanitario, y contribuir al desarrollo del Derecho Internacional»
«La dramática experiencia de las comunidades cristianas que gestionan hospitales y otras estructuras asistenciales, especialmente en los países en vías de desarrollo que sufren a diario las graves consecuencias de las bombas de racimo, ha empujado a la Santa Sede a tomar parte activa en la prohibición internacional de este tipo de explosivo»
Según el arzobispo, la nueva Convención sobre las bombas de racimo «puede considerarse como un importante instrumento internacional en materia de desarme, y sobre todo, como un instrumento que aporta novedades en el derecho humanitario».
Al dar un papel primordial a la asistencia de las víctimas, «se confirma la intuición original de la Doctrina Social de la Iglesia, para la que el concepto de seguridad no puede relacionarse solo con la seguridad militar, sino con la presencia de todas las condiciones que permiten el pleno desarrollo de la persona humana».
«Tenemos que ensanchar el concepto de seguridad. En la Doctrina Social de la Iglesia la seguridad no viene de las armas, sino de un desarrollo homogéneo integral de las sociedades. Por tanto, se asegura la paz a través de la justicia, a través de la distribución de los bienes de manera más equitativa, intentando hacer de la globalización actualmente en curso un mecanismo que lleve el bienestar no sólo a algunos, sino a todos».
Monseñor Tomasi explicó a Radio Vaticana que esta convención «ha supuesto, como en la que se celebró contra las minas antipersona en Ottawa, pasos muy importantes para decir a la comunidad internacional que, con la buena voluntad y con una negociación paciente, es posible seguir adelante en la cuestión del desarme, a pesar de que en las Naciones Unidas, parece que la situación esté parada en lo tocante a la no proliferación de armamento nuclear».
«Debemos continuar luchando por dar seguridad a nuestro mundo. Por tanto, hay que trabajar para transformar los recursos humanos y materiales que se invierten en el campo militar -baste pensar que el año pasado se invirtieron 1,2 billones de dólares solo en armamento- en recursos que se pongan al servicio de la paz y del desarrollo, especialmente de cara a los países más pobres», añadió,